2 de mayo de 2015

Los médicos republicanos españoles en la Unión Soviética

Miguel Marco Igual 




La emigración republicana española en la Unión Soviética es una gran desconocida para el público general. Posee rasgos que la hacen diferente de la que se dirigió a otros países. Pequeña en número, las dos terceras partes de sus 4.500 integrantes fueron niños evacuados que se hicieron adultos en el país de adopción. A ellos se han de sumar varios grupos de personas enviadas por el Gobierno republicano que ya se encontraban en la URSS al final de la Guerra Civil, así como los exiliados políticos relacionados con la militancia del PCE. Esta emigración española heterogénea se desenvolvió en medio de unas condiciones de vida difíciles, con escasas posibilidades de discrepar en un mundo rígidamente controlado por la maquinaria del poder estalinista.

Los profesionales de la Medicina son unos excelentes testigos de lo que acontece en el mundo y su biografía es la de la sociedad a la que pertenecen. En la II República algunos médicos españoles viajaron a la URSS para conocer su organización sanitaria. Durante la Guerra Civil española, la Unión Soviética se volcó en apoyo del Gobierno republicano, que había quedado aislado en el concierto internacional. Uno de los principales interlocutores en las negociaciones con el Gobierno soviético fue un médico, Marcelino Pascua, embajador en Moscú. Al final de la contienda, una veintena de médicos y odontólogos españoles habían emigrado a la URSS. Más tarde, cerca de un centenar de niñas y  niños de la guerra estudiaron la carrera de Medicina en este país y muchos de ellos regresaron a España en los años cincuenta. Otros lo hicieron más tarde, algunos después de haber residido un tiempo en Cuba, colaborando con la Revolución castrista. En fin, la historia de un colectivo del que poco se sabía hasta hoy.


Miguel Marco Igual nació en Manzanera (Teruel) en 1954. Aragonés de cultura catalana, es doctor en Medicina y especialista en Neurología. Trabaja en el Hospital de Sabadell (Barcelona) con dedicación preferente a la esclerosis múltiple y a la epilepsia. Desde la infancia vivió de cerca el mundo del exilio por motivos familiares. Interesado por la historia contemporánea, ha centrado su atención en la emigración española en la Unión Soviética, quedando cautivado por la vida de los médicos republicanos que residieron en este inmenso país.



Los médicos republicanos españoles exiliados en la  Unión Soviética

Medicina&Historia, 1 (2009) 
Miguel Marco Igual
Hospital Parc Taulí - Sabadell




Este estudio pretende mantener vivo el recuerdo de algunos médicos españoles, a quienes les correspondió ser  protagonistas de una época muy dura de nuestra historia contemporánea. Fieles a la II República, vivieron una  parte más o menos prolongada de su exilio en la URSS. La mayoría no alcanzaron grandes cuotas de reconocimiento  profesional y científico, pero sus vidas fueron un ejemplo de lucha contra la adversidad y de coherencia con sus ideas.

Este trabajo forma parte de un libro de próxima aparición dedicado a los médicos y otros profesionales sanitarios españoles que residieron en la Unión Soviética, tanto los que llegaron adultos, como los «niños de la guerra» que  se hicieron médicos en ese inmenso país.

Juan Planelles Ripoll
Josep Bonifaci Mora
Carlos Díez Fernández
Rufino Castaños Martínez 
Victoriano Hombrados López
Josep Maria Fina Coll
Ángel Escobio Andraca 
Florencio Villa Landa
Manuel de la Loma Fernández-Marchante
Julián Fuster Ribó 
Juan Bote García  

1 de mayo de 2015

Mapa del Gulag

RUSO

НИПЦ "Мемориал", при содействии фонда Фельтринелли и кафедры картографии географического факультета МГУ
Fuente: Мемориал


Mappa del Gulag. Fuente: Associazione Memorial



La lucha por la libertad en el país de los soviets. La fuerza gallega que retó a Stalin

Faro de Vigo

La negativa de republicanos a seguir viviendo en la URSS puso en jaque a los soviéticos que acabaron por encarcelar a gallegos disidentes » Un nuevo libro trata sobre ellos



A finales de los años 30 y principios de los 40, para una inmensa mayoría de republicanos españoles pisar la entonces denominada Unión Soviética suponía un "honor". No olvidaban que en la Guerra Civil, la cuna de Stalin había ofrecido ayuda material al bando republicano además de acoger a los "niños de la guerra" evacuados. Como añadido, en ellos, había hecho mella la propaganda de revistas soviéticas ilustradas que alababan la situación de campesinos y obreros del "país idílico del proletariado". Eran jóvenes, rebeldes. Algunos querían comerse el mundo, otros simplemente ser libres o vivir.

El destino quiso que personas como el piloto de aviación ourensano José Romero Carreira y más de medio centenar de marinos mercantes gallegos de los barcos de la República que trasladaban mercancías entre la URSS y España quedaran en la Unión Soviética sin posibilidad de regreso a casa o sin poder lograr un rápido traslado a países como México. Lo mismo ocurrió a niños de la guerra o a exiliados que se hartaron de la realidad soviética y desearon regresar a casa o, simplemente, cambiar de vida en otras latitudes.
Una buena parte de ellos, como ya es sabido, acabaron en los campos de trabajo e internamiento (gulag) acusados de traicionar a la patria de los soviets o de ser espías. La obra En el gulag. Españoles republicanos en los campos de concentración de Stalin, de la investigadora rumana pero afincada en España Luiza Iordache, profundiza sobre estas vidas que darían para meses y meses de metraje de películas.
La obra (RBA Libros), de 663 páginas, supone una de las investigaciones más detalladas sobre los republicanos españoles en los gulag. "Durante más de tres años, he ido tras la pista de los grupos de republicanos españoles en el gulag. He escudriñado casi una treintena de archivos, fundaciones, centros de documentación y bibliotecas, amén de buscar y rescatar del olvido algunos de los archivos personales de las víctimas", escribe Iordache en el volumen. En este, apunta que la cifra del exilio republicano español en dicha república alcanzó a 4.315 personas entre marinos, aviadores o estudiantes de la academia de aviación, niños, profesores o exiliados.
El libro repasa vidas, acontecimientos históricos, que hielan el alma al conocer la lucha -infructuosa para algunos, ya que fallecieron en los campos de concentración- de ser repatriados a España o enviados al extranjero reclamando a Stalin o Nikita Jrushchov su liberación.
En una carta desde el campo de Karagandá, en enero de 1947, dirigida a familiares de presos en Asturias, Pobra de Broullón en Lugo y Cáceres se señalaba que "llevamos diez años no pudiendo conseguir nuestra repatriación y los últimos cinco esclavizados, sino fuese una cosa tan delicada para un país que pregona tanto el bien".
Finalmente, la liberación llegaría para la gran mayoría en 1954, un año después de fallecer Stalin. Otros como el cirujano Julián Fuster Ribó -nacido en Vigo y del que el suplemento Estela de FARO ha publicado algún retazo vital- la liberación del gulag llegaría en 1955 pero el permiso para viajar a España no se produciría hasta 1959. "El médico -señala Iordache- fue a parar a uno de los campos concentracionarios más duros del archipiélago Gulag: Kenguir, el campo central de las estepas".
Allí, el 16 de mayo de 1954 vivió uno de los episodios más cruentos de la insurrección de los 40 días de Kenguir cuando los presos invadieron el campo de las mujeres y reclamaron mejor trato. "Hacia las cuatro de la madrugada -relataba el propio médico en un escrito recogido por En el gulag- me despertó el tronar de un cañonero. (...) ¿De dónde podía proceder? Podía imaginar y prever heridas de bala en la situación en que vivía el campo, pero heridas de metralla capaces de destrozar un muslo no las había vuelto a ver desde la terminación de la guerra. Pero en un campo de presos indefensos, desarmados, aquel cañoneo me dejó atónito. Siguieron a un primer herido decenas de otros que en pocos minutos llenaron todas las salas y pasillos del hospital. Eran las cuatro y media cuando entré en quirófano: allí estuve sin poder abandonarlo hasta el siguiente día por la mañana. Protagonista de dos guerras, un sudor frío me cubría el cuerpo. Mis ayudantes me comunicaron lo sucedido. A las cuatro de la mañana, mientras todos dormían en el campo, los tanques habían irrumpido en el campo con los cañones enfilados y vomitando metralla. Todo duró exactamente diez minutos". El resultado fueron 120 muertos, cientos trasladados a cárceles especiales y otros miles trasladados a otros campos de Siberia". Esta argumentación la escribió Fuster en una carta protesta a Jrushchov.

http://www.farodevigo.es/sociedad-cultura/2014/09/14/fuerza-gallega-reto-stalin/1093792.html

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones. 

Cartas desde el Gulag

La Voz de Galicia

La historiadora rumana Luiza Iordache acaba de publicar el más completo trabajo sobre los republicanos españoles presos en los campos de concentración de Stalin. En él se incluyen las cartas que algunos gallegos enviaron denunciando su condición de esclavos y pidiendo su liberación

14 de julio de 2014 

El pasado 2 de abril se cumplieron sesenta años de la llegada a Barcelona del buque griego Semíramis, fletado por la Cruz Roja francesa y que trajo de vuelta a España desde Odesa (Unión Soviética) a 220 prisioneros de la División Azul -el grupo de voluntarios españoles que sirvió a Hitler en la Wehrmacht, el ejército alemán de la Segunda Guerra Mundial, entre 1941 y 1943-. La dictadura franquista preparó un recibimiento triunfal, tal y como relataba Giorgios Potamianos, hijo del armador: «Cuando nos acercamos a puerto aparecieron escoltándonos lanchas, barcos y hasta avionetas. Había tanta gente en el puerto que algunos cayeron al agua, y cuando atracamos, asaltaron el barco y la popa se llenó de tanta gente que el Semíramis empezó a escorarse peligrosamente. Recuerdo que pensé: después de haber superado once años en campos de trabajo y una travesía, ahora pueden morir ahogados en el puerto de Barcelona».
Por los altavoces se pidió a la gente que abandonara el barco. «Había un entusiasmo como no he vuelto a ver nunca», aseguró Potamianos. Pero entre el pasaje no había solo miembros de la división fascista, exultantes al volver a un país donde el Régimen los acogía con los brazos abiertos. A bordo del Semíramis también regresaba un grupo de republicanos españoles que habían pasado por el mismo largo cautiverio y que volvían con el corazón en un puño, entre la alegría de volver a ver a sus familiares y la incertidumbre de cómo se integrarían en la nueva situación política.
Diecisiete años pasaron estos pilotos y marinos republicanos sin poder salir de la Unión Soviética. Los primeros habían sido enviados a la base aérea de Kirovabad (hoy en Azerbayán) para recibir entrenamiento, y allí estaban cuando Franco entró en Madrid en 1939. La base cerró y los aviadores fueron dispersados por varios campos de concentración hasta acabar en la región de Karagandá (Kazajistán), uno de los núcleos del gulag estalinista. Allí se encontraron con tripulantes de varios mercantes españoles que habían sido incautados por la URSS en 1941, tras la entrada de los rusos en la Segunda Guerra Mundial.
Los marinos de uno de estos barcos, el Cabo San Agustín, vivieron su particular infierno en la telaraña de campos de trabajo comunista. Primero fueron enviados a Norilsk, una localidad de Siberia situada 300 kilómetros por encima del Círculo Polar Ártico. Los duros trabajos -fueron empleados en la construcción de una carretera y tenían que arrancar grandes bloques de hielo con barras de hierro-, la falta de ropa adecuada, enfermedades como el escorbuto, la disentería y el tifus y jornadas laborales de 12 horas al aire libre, en una zona que en invierno llega a los 50 grados bajo cero, diezmaron a los españoles. En tres meses murieron ocho, entre ellos los gallegos José Plata y Rosendo Martínez, de A Coruña. Así lo pone de manifiesto la historiadora rumana Luiza Iordache, profesora en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Internacional de Cataluña, que acaba de publicar En el gulag (RBA), un exhaustivo trabajo que arroja luz sobre la oscura historia de estos republicanos abandonados a su suerte.
Posteriormente los trasladaron a Karagandá, conocida como «la estepa del hambre», donde pasaron por los campos de concentración de Spassk y Kok-Uzek. En este último permanecieron cinco años, desde 1943, sobreviviendo cómo podían a los malos tratos y todo tipo de penurias. «El objetivo del gulag era económico, un rendimiento que se calculaba por los metros cúbicos de troncos cortados, por las toneladas de carbón extraídas o por los kilómetros de vía de tren construidos, metas alcanzadas con la vida de millares de presos -explica Iordache a La Voz-. Pero el gulag era también terrible: las masas de presos desarraigadas y despojadas de su identidad y sus derechos básicos, tratadas como ganado bajo la arbitrariedad y la brutalidad de los guardias durante los largos años de condena».
Un par de años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el régimen de incomunicación al que estaban sometidos -y que provocó que en algunos casos sus familiares en España celebrasen funerales por aquellos que seguían vivos a miles de kilómetros- se relajó un poco. Pudieron así empezar a enviar mensajes a sus allegados, unas veces a través de tarjetas postales de la Cruz Roja y otras por medio de terceras personas. El ourensano José Romero Carreira consiguió mandar, escrito en un pedazo de tela que portaba una prisionera alemana liberada, un mensaje para que fuera remitido a la mujer del presidente de Estados Unidos, Eleanor Roosevelt.
En sus cartas, los españoles dejan patente su desesperación por una situación injusta y que no acaban de comprender. «Nosotros, gente sin un credo político firme, deseamos la vuelta a la patria sin importarnos el matiz político del gobierno», escribe Romero Carreira. Precisamente, su deseo de regresar a un país fascista era uno de los escollos para que las autoridades soviéticas diesen su brazo a torcer. Las misivas no ocultan la durísima realidad -«sometidos a malos tratos y trabajos forzados, considerados como esclavos», denuncia el lucense Pedro Armesto- y reflejan la constancia del grupo de marinos y pilotos en su lucha por la libertad.
Gracias a estas cartas, la campaña internacional puesta en marcha para pedir su liberación consiguió dar sus frutos y en 1954, un año después de la muerte de Stalin, embarcaban en el Semíramis. El tiempo pasó y cubrió de oscuridad su historia, que ahora resurge de la mano de esas voces del pasado. Para Luiza Iordache, este «testimonio de puño y letra», en el que se plasman el dolor y la supervivencia en el gulag, es clave «para reconstruir la historia de otro horror del siglo XX y que la memoria no se pierda».


La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones. 

Historias de los vascos. 99/22 Spassk, marinos vascos en el gulag

A juicio del historiador y archivero ruso A. V. Elpátievsky, el destino de los marinos es uno de los menos claros en la historia de la emigración republicana en la Unión Soviética. Catorce de ellos eran vascos.

Un reportaje de Begoña Etxenagusia Atutxa - Sábado, 24 de Enero de 2015


El 23 de enero de 1947, Agustín Llona escribía esta carta a su familia desde un lugar llamado Espasca: Los españoles que nos encontramos en este campo de internados llevamos cinco años sin noticia alguna de nuestros familiares y a nuestros familiares supongo que os habrá sucedido cosa por el estilo a pesar de nuestros esfuerzos por comunicarnos. Llevamos diez años no pudiendo conseguir nuestra repatriación y los cinco últimos esclavizados, si no fuese una cosa tan delicada para un país que pregona tanto el bien hace mucho os habrían pedido nuestro rescate.
El campo de concentración de Spassk se encontraba cerca de la ciudad de Karagandá, en la república soviética del Kazajistán, donde las tempestades de nieve eran de tal magnitud que los presos cavaban túneles para poder comunicarse entre las barracas. Uno de estos presos, durante casi veinte años, fue Agustín Llona Menchaca, nacido en el caserío Chomin Chuena de Urduliz tal día como hoy, el 24 de enero de 1908. En su Hoja de servicios del personal de la Marina Mercante, consta que embarcó en Valencia como primer maquinista del vapor Conde de Abasolo, el 9 de enero de 1936: Cargamento de carbón Cardiff-Cartagena y Theodosia Cartagena y fruta de Valencia. Odessa. Desembarcado y hospitalizado en Odessa el 23.4.1937 por enfermedad y sin posibilidad de regresar a su patria España en contra de su voluntad hasta el 22.10.1956.
Tras su hospitalización, Agustín Llona residió en la casa infantil de Odessa, bajo un régimen de libertad vigilada al igual que un grupo de marinos mercantes, en su mayoría del Cabo San Agustín, que en 1939 había quedado bloqueado por orden de las autoridades soviéticas en Feodosia (Mar Negro). Alicia Alted Vigil, en su estudio El exilio español en la Unión Soviética, asegura que a estos marinos se les ofreció la posibilidad de regresar a España o permanecer en la URSS. Las autoridades soviéticas devolvieron a España vía Turquía a la mayoría de sus miembros antes del final de la Guerra Civil, pero a juicio de la investigadora Luiza Iordache los titubeos franquistas y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, imposibilitaron que se encaminasen todas las repatriaciones solicitadas. Finalmente, Lavrenti Pavlovich Beria, comisario del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), ordenó el 26 de junio de 1941 el internamiento de los marinos españoles en el campo de concentración número 5110/32 de Norilsk, cerca del Círculo Polar Ártico. La negativa de los marinos a aceptar permisos de residencia en sustitución de sus pasaportes nacionales y el rechazo mostrado por el grupo a trabajar en la Unión Soviética pudieron influir en esta decisión, ya que ambas actitudes eran juzgadas como antisoviéticas.
De cárcel en cárcel Los marinos llegarían a Norilsk en octubre de 1941, tras un interminable recorrido por cárceles como la de Jarkov y Novosibirsk y campos de concentración como el de Krasnoiarsk. En Norilsk, fallecerían los marinos vascos Eusebio Olarra Basarrate y José Azcueta Echevarría, que se suicidó el 31 de diciembre de 1941. Secundino Serrano, en su libro Españoles en el gulag, reseñado en este mismo periódico por Yuri Álvarez, destaca que Julián Zarragoitia Bilbao fallecería en septiembre de 1942 en el campo de Krasnoiarsk, cuando los marinos completaban la ruta inversa que los conduciría finalmente al complejo de campos de concentración de Karagandá, donde llegarían entre el verano y el otoño de 1942. En noviembre se les unirían el grupo de aviadores españoles de Kirovabad y el maestro Juan Bote García. Posteriormente, en marzo de 1943, serían trasladados al campo de Kok-Usek, ubicado entre Karagandá y Spassk, donde los aullidos de los lobos que merodeaban por las alambradas del campo en busca de comida los mantendrían despiertos noche tras noche. Infracciones como el robo de tres patatas o de un trozo de pan eran castigadas con prisión. Como medida de castigo se les proporcionaban 100 gramos de pan y un plato de sopa de agua sucia con coles como único alimento, una vez cada tres días.
Agustín seguía enviando misivas desde la estafeta postal 99/22 Spassk: Desde que terminó la guerra no paran las autoridades locales de prometernos nuestra repatriación a plazos cortos que nunca se cumplen, menos mal que del campo ya últimamente sale la gente para sus patrias por las que podréis tener noticias nuestras, e incluso a nosotros, pero temo que no sea así y que pretendan liberarnos a alguna ciudad dentro de Rusia, por lo que os rogamos hagáis lo que esté de vuestra parte para conseguir nuestra repatriación. En efecto, los testimonios proporcionados por el repatriado ingeniero francés M. Francisque Bornet, o la francesa Madeleine Clement, confirmaban que aún quedaban ciudadanos de la República Española encerrados en los campos de concentración soviéticos. En marzo de 1948, el Movimiento de Liberación de España de la Confederación Nacional del Trabajo (MLE-CNT) publicaba en Toulouse ¡Karaganda! La tragedia del antifascismo español. Por su parte, la Federación Española de Internados y Deportados Políticos (Fedip), con residencia en Francia, iniciaba una campaña internacional en la cual solicitaba al secretario general de la ONU, Trygve Lie, que se movilizase en favor de la liberación de los presos republicanos en la Unión Soviética. En Karaganda fallecerían los marinos vascos Guillermo Díaz Guadilla, Elías Legarra Bolumburu, Antonio Echaurren Ugarte, Secundino Rodríguez de la Fuente y la maestra Petra Díaz de Cuesta y Alonso. 

La Fedip envió el 21 de enero de 1948 una misiva al presidente del Gobierno de Euzkadi en Francia con el objetivo de que su Gobierno en el exilio fijase públicamente su disconformidad por el incorrecto proceder de parte de las autoridades soviéticas. Así mismo, solicitaban al lehendakari Agirre que su Gobierno rompiese toda relación oficial con el Partido Comunista de Euzkadi. José Antonio de Aguirre les comunicó que ya habían intervenido hacía tiempo sobre el caso de Agustín Llona, sin obtener resultado alguno al respecto. En ningún momento hizo mención a la posible afiliación de Agustín al PNV, pero su hermana Dolores, en una carta enviada a José Ester Borrás, secretario de Información de la Fedip, afirmaba tal y como consta en los archivos de esta organización depositados en el International Institute of Social History de Amsterdam (IISH) que: Jamás le oímos hablar de política únicamente se distinguía en sus conversaciones como un defensor de los derechos humanos, precisamente de los que con ironía le priva el destino.
“Farsa”, según el PCE La Diputación Permanente de las Cortes españolas, reunida en dos ocasiones en París, acordó trasladar oficialmente la cuestión de los internados al Gobierno republicano en el exilio a pesar de las afirmaciones vertidas por dirigentes del Partido Comunista Español (PCE) como Antonio Mije que no dudaban en calificar como una farsa el tema de Karagandá. El 22 de mayo de 1948, coincidiendo con la celebración de esta segunda sesión, se inició el traslado de los supervivientes españoles a Odessa, donde fallecería José Pollán Ozaento en 1949. La intención era liberar a los supervivientes entregándolos al consulado franquista en Estambul (Turquía), como ya había sucedido anteriormente con el otro grupo en junio de 1939, pero la Fedip acusó al PCE de impedir la liberación del grupo. Tras rechazar la única posibilidad que les ofrecieron las autoridades, consistente en firmar una carta publicada posteriormente en el diario Trud (órgano de los sindicatos soviéticos), que implicaba su compromiso a residir en territorio de la URSS y aceptar posteriormente la nacionalidad soviética, la situación de Agustín Llona volvería a complicarse. 

Tal y como relata Luiza Iordache en su libro Republicanos españoles en el gulag (1939-1956), mientras permanecían en Odessa el maestro Juan Bote García, el piloto Francisco Llopis y el propio Agustín Llona conformaron una comisión que se presentó frente al capitán Wilner para mostrar su indignación ante un artículo publicado por la revista Temps Nouveaux (la edición del diario Trud de Moscú). En el artículo titulado Impudence des ennemis du peuple espagnol, firmado por N. Miklachevski, se afirmaba que los republicanos españoles que habían llegado a la Unión Soviética y se habían quedado en su país, nunca habían sido internados ni detenidos en los campos. En junio de 1949 serían recluidos en la cárcel de Odessa y meses más tarde, en febrero de 1950, se dictó la sentencia que estipulaba una condena de 25 años de destierro para todos ellos, tal y como consta en los archivos de la Fedip.
En este último emplazamiento en Vozdvizhenka (Siberia), nacerían Isabel y Dolores; las dos hijas de Agustín Llona y su esposa Agnesa Markel Franz, natural de Zarrekovich (Crimea), también prisionera en Rusia alrededor de veinte años. Juan Bote, que permanecía soltero, así como los otros dos condenados con sus respectivas familias, compartían una habitación en un barracón de madera, separados por grises cortinas que se corrían de noche y se abrían de día para facilitar la vida en común. En el exterior, una inmensa explanada repleta de nieve.
El 22 de octubre de 1956, Eleuterio esperaba la llegada al puerto de Valencia de la segunda expedición de la motonave Krym, en la que viajaba su hermano Agustín. Tal y como narraron las crónicas de la época en el diario Imperio, el primero en desembarcar a las 2.35 de la tarde, fue Isaías Albistegui Aguirre, de treinta y dos años y natural de Eibar, mientras sonaban en los altavoces del barco los acordes de las Danzas del príncipe Igor y algún pasodoble. Atrás quedaban aquellos años de encierro que a través de diversas cartas dirigidas a Agustín, seguiría recordando Juan Bote: Amigo mío, ¡nos veremos! Y echaremos un día juntos los pies por alto, recordando los tiempos en que los tuvimos atados.
De los catorce marinos vascos, según los datos proporcionados por Luiza Iordache y Secundino Serrano, nueve fallecieron durante su reclusión, dos desaparecieron sin dejar rastro y uno de ellos probablemente decidió quedarse en la Unión Soviética. Entre los dos que consiguieron volver a su patria encontramos a Pío Ispizua Imatz, primer maquinista del Cabo San Agustín y al propio Agustín Llona Menchaca. 

"Maestros de los "niños de la guerra" de España en la Unión Soviética. Juan Bote y la represión del Gulag", Migraciones&Exilios, 14 (2014)

Luiza Iordache



Haciendo acopio de las fuentes archivísticas, de la memorialística y de la bibliografía especializada, este artículo pretende rescatar los mosaicos vitales de algunos maestros republicanos que llegaron a la URSS durante la Guerra Civil, acompañando a los niños de la guerra allí evacuados. Se trata de un ejercicio de reflexión y recuperación de otra memoria del exilio, la de algunas de las víctimas republicanas españolas que sucumbieron o sobrevivieron a la barbarie política estalinista representada por el Gulag, aquel Archipiélago de Solzhenitsyn. Éste escribió que quien sabe de dolor, lo sabe todo, y todo lo llegaron a saber estos maestro. 

http://www.aemic.org/ediciones/23

Texto completo PDF

Agustín Llona, Francisco Llopis y Juan Bote. Un marinero, un piloto y un maestro de los 'niños de la guerra'. Los tres acabaron en Siberia. Archivo Personal Agustín Llona. FUENTE: http://www.diariosur.es/v/20100328/sociedad/infierno-rojo-20100328.html 

"El exilio de los pilotos y marinos españoles en la Unión Soviética", Trocadero, 25 (2013).

Luiza Iordache

Este artículo aborda algunos aspectos claves del «exilio circunstancial» de marinos y pilotos españoles sorprendidos por el final de la Guerra Civil española en la Unión Soviética. Utilizando una serie de fondos documentales conservados en archivos españoles, la memorialística existente y la bibliografía especializada, el texto ahonda en las distintas facetas de su exilio prolongado en el tiempo, como la voluntad de quedarse en el país de acogida o el deseo de abandonarlo, la participación en la «Gran Guerra Patria», la represión estalinista y el Gulag, y el proceso de repatriación a España (1939-1959).


ÁNGEL BELZA. Memorias de un niño en Rusia. 1937-1957

La historia de los niños de la guerra es la historia del siglo XX. eBooksBierzo, en coedición con el Ayuntamiento de Lasarte-Oria e Islada Ezkutatuak, presenta una obra excepcional, Memorias de un niño en Rusia, 1937:1957, de Ángel Belza Ventura. Un valioso testimonio para la recuperación de la memoria histórica de nuestros abuelos por las generaciones actuales. 


Ángel Belza es uno de los veinte mil niños y niñas vascos dispersados por el Gobierno vasco entre familias y colonias de acogida en toda Europa. Uno de los 1.495 niños y niñas vascos que el 13 de junio de 1937 fueron embarcados en el Habana, junto con setenta y dos profesores, auxiliares y dos médicos, en el puerto de Santurtzi con destino a Leningrado. Salvados de una guerra y metidos en otra aún más atroz, desterrados de su infancia, de su tierra y de sus familias, extrañados, apátridas, vagabundos… la historia de aquellos niños y niñas, auténticos supervivientes, es una página única y estremecedora en la historia de la humanidad. Un motivo de reflexión permanente para las generaciones presentes y venideras.
Setenta años después de haber sido embarcado, con 11 años, Ángel Belza ha escrito su vida y sus recuerdos: su memoria, que es la memoria sanadora y compartida de treinta mil niños y niñas, que hoy multiplican sus vidas en hijos y nietos residentes en Euzkadi y en todos los rincones de Europa: miles de ellos nunca regresaron y continuaron sus vidas en Moscú, Francia o México. El libro de Belza, la vida de un superviviente, se suma al conjunto de testimonios de los “niños de la guerra” y enriquece el caudal de su memoria, que es imprescindible rescatar y divulgar.