19 de julio de 2015

En el infierno rojo. Cientos de republicanos españoles acabaron en un gulag por querer escapar de la URSS. La politóloga Luiza Iordache ha recuperado su memoria

28.03.10 - 03:16 -
D.L
Agustín Llona, Francisco Llopis y Juan Bote. Un marinero, un piloto y un maestro de los 'niños de la guerra'. Los tres acabaron en Siberia.

Harina de otro costal


Luciano Álvarez
La picaresca del Siglo de Oro español no hubiese desechado su historia. Pedro Cepeda, Perico, fue uno de los 2.895 niños españoles evacuados a la Unión Soviética entre 1937 y 1938, durante la guerra civil. Le acompañaba su hermano Rafael, de 12; él tenía 14.
Su primer destino fue Artek, famoso campamento de Pioneros, una de las vidrieras propagandísticas de la Unión Soviética. Allí recibió -probablemente sin descifrarla- la primera advertencia sobre su destino. Casi todos sus compañeros eran familiares de afiliados y dirigentes del Partido Comunista. Un buen día llegó Dolores Ibárruri, “Pasionaria”, la legendaria. Pasó revista a los niños, marcialmente formados:

-A ver, tú, Cepeda ¿Quién es tu padre?

-¿Mi padre?… Un obrero pintor.

-¿Del Partido?

-No. Está afiliado a la CNT (el sindicato anarquista).

-Ah, ¡entonces tú eres harina de otro costal!, concluyó con desdén.

Para el PCE, aquellos niños eran el tesoro de futuros dirigentes del partido, aquellos que habrían de gobernar España luego del triunfo. Sí, Pedro demostraría ser harina de otro costal: “Tozudo como una mula y tenaz rozando el cansancio, [...] carácter fuerte como el hierro, rozando la impertinencia, pues no se callaba”. Así lo describe su hija, Ana Cepeda. Nunca se tragó las consignas, la fe religiosa en Stalin, ni todas las monsergas que escucharía un día sí y otro también. Decía peligrosamente lo que pensaba y se reía de tanta solemnidad.

Desde Artek, los niños del grupo de los Cepeda fueron distribuidos entre las dieciséis casas destinadas a su formación. Pedro fue a Moscú y su hermano a Leningrado. Apenas se volverían a ver y Rafael moriría en la cárcel, por delitos comunes.

Pero aquellos primeros tiempos fueron coser y cantar, o mejor aún, comer y cantar. Visitaban fábricas, escuchaban discursos en honor al glorioso pueblo español “tumba del fascismo”, daban “vivas” al camarada Stalin y al partido, y sobre todo comían a cuerpo de rey. Además quería ser cantante y condiciones no le faltaban. Aunque la Pasionaria le dijo que el Partido no necesitaba tenores, se escapaba hasta el Bolshoi, para escuchar cómo ensayaban.

Perico aprendió rápido la lengua y otras cosas como trapichear en el mercado negro, robar un beso a su primera novia rusa en el parque Gorki y llevarse la reprimenda de un guardia de la Patrulla de las Juventudes Comunistas: “No somos frailes, pero tampoco amorales”, le advirtieron. “¡Coño, y en que quedó aquello del amor libre!”, habrá pensado Perico.

Aquella vida provisoria, algo parecida a la felicidad, terminó cuando Alemania invadió la Unión Soviética. En noviembre de 1941, con el enemigo a las puertas de Moscú, los jóvenes españoles fueron embarcados en un tren con destino a Barnaúl en Siberia, un viaje lento y terrible de 3.500 kilómetros.

Un plato de sopa de repollo bien caliente y un pedacito de carne de cabra, eran el lujo de alguna parada, el resto eran mendrugos y arreglarse como se pudiera. Los muchachos salían a los andenes en las paradas para cambiar sus imprescindibles abrigos por algo de comida en improvisados mercados negros. También hubo tiempo para ardores fugaces y precarios con muchachas que Perico no olvidaría.

Ya en el destino, un robo de sábanas terminó en su expulsión de la casa de los jóvenes españoles. Pedro había asumido una culpa colectiva mientras otros hacían su “autocrítica” y hasta pedían castigo para su compañero.

Desde entonces y hasta el fin de la guerra se las arregló como pudo, mientras repetía para sus adentros : “Y como ‘harina de otro costal que soy, reniego también de ser ‘harina del mismo saco’ que vosotros”.

La paz le trajo sabor a gloria: fue contratado como tenor dramático en la compañía del teatro Stanislavski. Ganaba bien; fueron buenas épocas a pesar de un matrimonio infeliz y su mala relación con los españoles que aún quedaban en Moscú, siempre listos para la conspiración, la denuncia y la alienación: “Cuando estaba rodeado de aquellos inmigrados sentía náuseas y, si se encontraba lejos de ellos, algo le faltaba”, cuenta Ana Cepeda.

En 1947 se derrumbó el castillo de naipes: le diagnosticaron un mal en la garganta y tuvo que dejar de cantar. Tenía apenas 24 años pero su vida había sido larga, sólo quería volver a España y encontrarse con sus padres.

Entonces se consiguió un empleo en la embajada argentina. Allí se encontró con otros españoles: José Antonio Tuñón, Francisco Ramos y Julián Fuster, también segregados por la Pasionaria y su pandilla por la pretensión de abandonar el paraíso. Se hicieron buenos amigos de Pedro Conde, panadero de profesión, “agregado sindical” de la embajada, cargo inútil si los había para un peronista en la URSS de Stalin.

Entonces idearon el plan maestro: Cepeda y Tuñón saldrían hacia la Argentina en valija diplomática. Durante tres meses se entrenaron en flexibilidad y resistencia, perdieron diez kilos para entrar en los baúles y los adecuaron para poder respirar y sostenerse firmes durante las manipulaciones y movimientos bruscos.

Por las dudas, Pedro dejó una carta para sus padres que decía: “Si tengo mala suerte no lloradme, sino odiad a todas las clases de dictaduras, culpables únicas de todas las desgracias”.

Obviaré las peripecias del fracaso.

Lo cierto es que, el 3 de enero de 1948 fueron detenidos. Conde fue expulsado de la URSS y los cuatro españoles al Gulag: trabajos forzados de 25 años para Cepeda y Tuñón y 20 y 10 para Fuster y Ramos. La muerte de Stalin terminó con su calvario a los siete años. Pedro volvió a cantar y a los 36 años encontró su compañera definitiva: Svetlana Étkina, una joven violinista de 21.

Sus intentos de salir de la URSS rebotaron contra el bloqueo de los comunistas españoles hasta que pudo llegar hasta el poderoso y ubicuo Anastás Mikoyán. En marzo de 1966, la familia se instaló en una modesta pensión del centro de Madrid; Svetlana consiguió trabajo como violinista en la orquesta de RTVE y Pedro como traductor. Tuvieron dos hijos.

Pedro Cepeda murió el 8 de enero de 1984, con solo 61 años a raíz de las complicaciones de una operación. Había consignado su larga peripecia en una infinidad de apuntes desordenados. Su hija Ana tomó para sí la tarea de recuperar esa memoria: ordenó, investigó, completó. El resultado es un libro de alta calidad titulado, lógicamente, Harina de otro costal (Madrid, Queimada Ediciones, 2014, 398 pp).  


http://www.queimadaediciones.es/cat%C3%A1logo-y-ventas/harina-de-otro-costal/
cepedaetkina.blogspot.com.es

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones. 

13 de julio de 2015

Los olvidados de Karagandá


Luciano Álvarez
El 31 de mayo de 2015 un pequeño grupo de españoles se encontraron en una aldea de la provincia de Karagandá, ex república soviética de Kazajistán. Spassk está en el centro del Archipiélago Gulag, acrónimo de Glávnoe Upravlenie Lagueréi, o Dirección General de los Campos, con el que se designa al sistema soviético de trabajo esclavo en todas sus formas y variedades.
Ese día se inauguró un austero monolito en memoria de los españoles que por allí pasaron y los que allí quedaron enterrados. Se sumaba a otros, erigidos por muchos países a los que pertenecían los 66.000 prisioneros de guerra, presos políticos y comunes que allí sufrieron el cautiverio y la esclavitud.

Grupo heterogéneo, si lo hay, el de estos españoles: hijos de miembros de la División Azul -españoles que lucharon junto a los nazis- y de republicanos y “niños de la guerra”, enviados a la Unión Soviética entre 1937 y 1938 por el gobierno de la República. José María Bañuelos, de 87 años, uno de aquellos niños, fue el único superviviente en condiciones físicas de afrontar el viaje. La trivialidad del motivo que lo llevó al infierno no es muy diferente a la de centenares de miles: “La necesidad hizo que robara un mono (un overol) y 200 gramos de pan. Me descubrieron y fui condenado a ocho años de trabajos forzados”.

Con esa ceremonia se cumplía una etapa más en la recuperación de la memoria histórica de unos 350 españoles que pasaron por el Gulag, una cifra pequeña, casi insignificante, entre los dieciocho millones de seres humanos que lo sufrieron, pero que representa, de por sí, el conjunto de las infamias del totalitarismo soviético, en su etapa más dura.

Durante la Segunda Guerra Mundial, había en la Unión soviética unos 4.500 españoles. Luiza Iordache, autora de “En el gulag” (RBA, 2014), una imponente investigación doctoral sobre este caso, los desglosa: 2.895 “niños de la guerra” evacuados durante la Guerra Civil y 1.338 maestros, educadores, padres que acompañaron a sus hijos y personas vinculadas al Partido Comunista.

También se encontraba un grupo de 190 alumnos que recibían instrucción aeronáutica en la 20ª Academia Militar de Kirovabad y 284 marinos de buques españoles a quienes sorprendió el fin de la guerra civil (1º de abril de 1939) en puertos soviéticos. Buena parte de estos últimos “exiliados circunstanciales” tuvieron la pretensión de salir inmediatamente, ya para regresar a España, ya para emigrar a otros países donde tenían familiares. Algunos pocos lo lograron durante el período del pacto germano soviético (agosto de 1939-junio de 1941), paradójicamente; luego ya no fue posible. El simple acercamiento a una legación extranjera, una palabra fuera de lugar, una queja, equivalían a un arresto por “espionaje” o “enemigo del pueblo”, interrogatorios, torturas, “confesiones” y penas de ocho a quince años en el Gulag.

Durante la guerra, otros españoles fueron internados en los campos: los prisioneros de guerra tomados a la división Azul. Pero también los llamados “desertores planificados” de la división, republicanos que se habían enrolado en ella con el objetivo de pasarse al ejército rojo en la primera ocasión, sufrieron el inesperado destino de los campos. El mismo camino trágico tuvo un grupo de republicanos que se encontraban en Berlín en 1945. Exiliados originalmente en Francia, estaban allí como mano de obra forzada. Durante la caída de la capital del Reich, eufóricos, ocuparon la abandonada embajada española, enarbolaron la bandera republicana y se pusieron en contacto con los soviéticos. Lejos de recibir en Moscú el re- cibimiento triunfal que es- peraban, fueron duramente interrogados y enviados a los campos. La paranoia estalinista no dejaba resquicios para la duda.

El partido Comunista español encabezado por Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Fernando Claudín, instalados en la Nomenklatura, lejos de hacer algo por ellos, condenó y bloqueó toda voluntad de salir de la URSS; había que evitar los riesgos de una eventual propaganda “anticomunista”. Además, amenazaron, delataron la mínima crítica, y redactaron informes en los que no dudaban en acusar a muchos de sus compatriotas de “espías infiltrados”, o de “falangistas embozados”.

Mientras, en el Gulag, las divisiones que les habían llevado a matarse entre ellos se abolían: “...divisionarios, republicanos, falangistas; todos nos llevábamos bien, éramos españoles, nos uníamos para sobrevivir, respetábamos la ideología del otro, aunque en esas circunstancias no era lo más importante.” Así lo recuerda José María Bañuelos.

En Karagandá, “los internados civiles y los prisioneros de guerra se hallaban separados entre sí, lo que no impidió que se establecieran contactos entre ellos e incluso que hubiera relaciones sentimentales e hijos entre presos y presas de distintos confinamientos.” (Pilar Bonet, El País, 31 de mayo 2015).

A partir de 1946, los prisioneros de otras nacionalidades fueron liberados y gracias a ellos la Federación Española de Deportados e Internados Políticos (Fedip) supo de aquellos compatriotas. Su secretario general, Josep Ester i Borrás, veterano de la Guerra Civil, miembro de la resistencia francesa y sobreviviente del campo alemán de Mauthausenen, encabezó la campaña para la liberación mientras los comunistas españoles movilizaban todos sus recursos para negar los hechos, agraviar a la Fedip y sostener que en la URSS solo había españoles felices y algunos fascistas y traidores encarcelados.

Luego de la muerte de Stalin el régimen de Franco hizo su propia jugada para liberar a los prisioneros de la división Azul. Así, el 2 de abril de 1954, en medio de un enorme despliegue propagandístico, llegó a Barcelona el ‘Semíramis’ con 248 miembros de la División Azul a bordo; disimulados entre ellos también llegaron 38 republicanos.

Mientras, los demás sobrevivientes trataban de rehacer sus vidas sin cejar en sus deseos de salir del paraíso, la experiencia de Karagandá fue cayendo en los olvidos de la Historia hasta que comenzó a recuperar la luz merced a la tenacidad de historiadores como Luiza Iordache, a las memorias que algunos sobrevivientes escribieron y la pasión de sus hijos por vindicar sus vidas.
http://www.elpais.com.uy/opinion/olvidados-karaganda-enfoque-luciano-alvarez.html

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones.  

12 de julio de 2015

Libros: "El exilio cultural español en la URSS"

Natalia Kharitonova
El proyecto de este libro nació cuando estaba preparando mi tesis doctoral dedicada a la vida y la obra de César Arconada, uno de los máximos exponentes del exilio literario republicano de 1939 en Moscú. Si los españoles que residían en la capital rusa decían ‘el escritor’, según el testimonio del destacado periodista Eusebio Cimorra, también exiliado en la URSS, se referían a este literato palentino. Pero además de su actividad literaria, Arconada participó en numerosos actos culturales del y para el exilio republicano español en la Unión Soviética. Todos estos datos demostraban la envergadura y diversidad de las prácticas culturales de los españoles en la diáspora y su importante aportación a la sociedad soviética. En aquel entonces había muy pocos estudios que tratasen el tema del exilio republicano en Rusia, pero aún menos se conocía sobre la cultura de la comunidad española en este país. No obstante, en el proceso de trabajo uno tras otro llegaban a mis manos materiales, ensayos, manuscritos y testimonios que podrían constituir la base documental de un estudio que permitía comprender cómo era la vida de aquellos españoles que pasaron decenios enteros en Moscú, Leningrado u otras ciudades del vasto país soviético conservando el tesoro cultural y lingüístico a miles de kilómetros de España. Pero quizás el mayor impulso para un nuevo proyecto provino de las entrevistas con los propios españoles que vivieron en la URSS y con los que pude hablar de Arconada. No todo era la información histórica que compartían conmigo. Había entre ellos un obvio deseo de transmitir la memoria de un pasado práctica e injustamente desconocido en ambos países donde les tocó vivir, y la conciencia de que su vida cultural era algo realmente valioso e importante. Así surgió la idea de un estudio general que abarcara varios aspectos de las prácticas culturales de la comunidad exiliada, de las instituciones donde pudieron desarrollarlas y de los proyectos culturales soviéticos en los que colaboraron muchos de ellos. Finalmente, gracias al apoyo de la Agencia de Gestión de Ayudas Universitarias y de Investigación de la Generalitat de Cataluña fue posible llevar a cabo la investigación cuyo fruto está presentado en este libro.
Las fuentes principales fueron los documentos de los archivos de España y Rusia. Conforme a la norma archivística rusa un investigador al realizar la consulta inscribe su nombre en un listado que acompaña las cajas o carpetas que se le entregan. Debo confesar que en muchos casos me sentí como una exploradora de las tierras que durante varios decenios seguían inhabitadas: las hojas que registran los nombres de los que accedieron a la documentación sobre el exilio español permanecían intactas. También en varias ocasiones los datos se escondían entre los fondos generales de las instituciones soviéticas –y a veces son centenares de carpetas, como es el caso de la editorial “Progreso”-, y era necesario dedicar días repasando decenas de papeles, pero los hallazgos recompensaban el tiempo invertido.
Asimismo, el trabajo sería incompleto sin entrevistas con los que vivieron y trabajaron en la URSS, con los protagonistas de la vida cultural de la comunidad desterrada y los familiares de los ilustres exiliados. En 2009 pude conversar con Alejandra Soler que primero fue profesora de los niños españoles y luego, profesora de la Academia de Diplomacia en Moscú. En mis años de estudios de la lengua española leí su nombre en la tapa de un manual, pues es autora de uno de los libros que usamos entonces en el aula, y luego pude conocerla y escuchar la historia de su vida en su casa en Valencia. De hecho, a cada uno de los españoles que vivieron en la URSS y a los que pude entrevistar –y no fueron pocos- podría dedicarse un estudio especial. Recuerdo con mucho agradecimiento mis conversaciones con todos ellos. Estos encuentros aparte de su enorme valor documental, permiten percibir la dimensión humana de la experiencia del destierro, algo que suele permanecer al margen de una investigación histórica pero la nutre, inspira y le infunde un inestimable impulso vital.
Las dos partes del libro están dedicadas a dos vertientes de la vida cultural de los españoles en la URSS. Por un lado están las actividades culturales de los españoles en las instituciones propias que les permitieron mantener y conservar sus señas de identidad. En el centro de atención en este capítulo está la agenda cultural de las casas de niños españoles; del Club Español, fundado en el año 1946; y del Centro Español en la Unión Soviética que abrió sus puertas en los años sesenta y existe todavía hoy en día en la céntrica calle moscovita de Kuznetsky Most. Es importante destacar el equilibrio entre lo soviético y lo español que revela el estudio de esas actividades culturales. Asimismo, podemos descubrir una evidente evolución que habían experimentado los centros culturales de los exiliados en la URSS: de la dependencia de los organismos soviéticos hacia una notable independencia en los años del deshielo.
La segunda parte del libro está centrada en las colaboraciones de los exiliados en las instituciones soviéticas. Fue una enorme aportación para el desarrollo cultural de la URSS, así como para sus políticas culturales en el exterior. Se trata de la célebre editorial “Progreso” y la revista Literatura Soviética en español: dos importantes proyectos culturales que permitieron a los españoles exiliados consolidar la escuela de la traducción literaria del ruso al español, prácticamente inexistente en las etapas anteriores a su llegada.
Todos estos datos permiten reconstruir el proceso de la construcción identitaria de la comunidad española en la URSS, el diálogo intercultural y la aportación del exilio republicano a la cultura soviética. Los hechos hacen romper con la visión tópica del exilio español en la URSS y muestran que en su historia hubo diferentes etapas con sus características propias. Por eso en todo momento las actividades de los españoles han de inscribirse en el contexto histórico de la URSS, lo que revela la importancia del marco soviético para las prácticas culturales del exilio republicano en este país.

http://heraldodemadrid.net/2014/12/10/el-exilio-cultural-espanol-en-la-urss/

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Una deuda con Josefina Iturrarán

Por: | 09 de junio de 2015
Josefina Iturrarán se hubiera alegrado de saber que por fin ha sido erigido un monumento en memoria de los españoles que perecieron en el lager estalinista de Karagandá (Karlag), en la estepa de Kazajistán. A Iturrarán le corresponde el mérito de haber realizado la primera sistematización de los campos (dependientes del ministerio del Interior de la URSS o NKVD y del GULAG), donde estuvieron internados presos españoles a partir de 1941 y hasta los años cincuenta. Fue a mediados de la década de los noventa, hace más de veinte años, cuando, por encargo de EL PAIS, la investigadora trabajó durante varios meses en el archivo del Centro de Conservación de Colecciones Histórico-Documentales (antiguo archivo especial secreto fundado en 1946 para usos policiales políticos y judiciales, abierto al público en 1991).
Iturrarán emprendió la titánica tarea de examinar centenares de miles de fichas de presos de numerosas nacionalidades y estableció que los españoles habían estado internados en un mínimo de 20 campos a lo largo y ancho de la geografía soviética, desde Odessa y Donetsk, en Ucrania, hasta Ajmólinsk y Karagandá, en Kazajistán. Josefina descubrió además la orden secreta por la que el comisario del Interior Lavrenti Beria, el 26 de junio de 1941, había mandado internar en el campo de Norilsk, en el Círculo Polar Ártico, a varios contingentes de españoles residentes en la URSS. Al día siguiente fueron detenidas las tripulaciones de los mercantes de la República Española fondeados en Odessa.
El resultado de su trabajo fue “Una deuda con la historia”, un artículo publicado en EL PAIS el 12 de marzo de 1995, en el que Iturrarán pasaba revista al destino de los detenidos, marineros, pilotos, “niños” y emigrantes políticos, a los que se añadieron combatientes de la División Azul, algunos de los cuales se habían alistado precisamente para pasarse a la URSS.
Creía Josefina que, para cerrar ese doloroso periodo histórico, era necesario construir un monolito en memoria de los españoles en alguno de los campos por donde pasaron. En Karagandá su deseo se ha cumplido, pero ella ya no está entre nosotros para verlo.
La “niña de la guerra” que salió de Guernika en 1937 pocos días antes del bombardeo alemán, falleció en Moscú el 27 de enero de 2014 a los 90 años de edad.
Nos enteramos de su muerte con imperdonable retraso. Ucrania, en plena efervescencia,nos mantenía alejados de Moscú; en los últimos años, Josefina se empeñaba en no descolgar el teléfono y, además, había dejado de visitar el Centro Español. Apasionada e imaginativa,Iturrarán fue mujer de muchos talentos. Tras su llegada en barco a Leningrado en 1937 pasó por varias casas de niños de diferentes localidades hasta llegar a Odessa, ciudad donde estudió y donde tomó lecciones de canto. En 1940 se trasladó a Moscú, donde fue admitida en el conservatorio poco antes de que los alemanes invadieron la URSS en junio de 1941. Junto con otros niños españoles, huyó a Siberia y de allí, a Uzbekistán, en Asia Central, donde participó en la cosecha del algodón y comenzó estudios de Pedagogía.
De vuelta a Moscú se licenció en el Instituto de Lenguas con diploma de honor en 1952-53. Trabajó en el Instituto de Ciencias Sociales adjunto al Comité Central del PCUS y, ayudó a alfabetizar a militantes comunistas internacionales que, en un ambiente de clandestinidad e inscritos con nombres falsos, se preparaban para la revolución. Después pasó a la Academia Diplomática, de donde se jubiló en 1987. Conoció a Fidel Castro y al Che Guevara, grabó discos con canciones de Federico García Lorca, cantó para la Pasionaria, que apreciaba mucho su voz, para Pablo Neruda y para Rafael Alberti.
A lo largo de su vida, Iturrarán realizó múltiples investigaciones. Rescató las obras inéditas del músico Vicente Martín y Soler, que vino a Rusia invitado por Catalina la Grande en el siglo XVIII, y también correspondencia y grabaciones de Pablo de Sarasate y Pau Casals, asiduos de Rusia antes de la revolución de 1917, y fotografías y manuscritos de Rafael Alberti entre muchas otras cosas.
Josefina estaba especialmente satisfecha de haber conseguido que una calle de la ciudad de Nizhni Nóvgorod (en el Volga) fuera bautizada con el nombre de Agustín de Betancour, el ingeniero canario que desarrolló las obras públicas en Rusia a principios del XIX. Para conseguirlo, Iturrarán mantuvo cuatro años de correspondencia con Boris Nemtsov, cuando este político, asesinado el pasado febrero, era el gobernador de la provincia de Nizhnni Nóvgorod. Nemtsov, según explicaba Josefina, entendió que era importante honrar la memoria del artífice de los planos de recinto de la feria local.
Josefín investigó también la figura de José de Ribas, el fundador de la ciudad de Odessa en el siglo XVIII, quien luchó contra los turcos al frente de una flotilla de cosacos y estuvo aparentemente implicado en el compló que acabó con la vida de Pavel I.
Por sus méritos en la recuperación de la cultura española en Rusia, fue condecorada con al orden de Isabel la Católica.
La enterraron en el cementerio de Novodévichi, sin que pudiera llegar a cumplir su anhelo de ir a España, como dijo en una ocasión, para tener “un rinconcito con una cama y una mesa donde yo pueda escribir mis memorias y recuerdos y venga una persona una vez al día a traerme unos garbanzos”.

Una deuda con Josefina Iturrarán

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"Actos de Inuguración de Monolito en Memoria de los Españoles. Cementerio de Spassk-Karagandá"

Nexos-Alianza continua recibiendo premios por su documental “Los Olvidados de Karaganda”



Los últimos  recibidos han sido el “ Premio del Jurado” del  5th Dada Saheb Phalke Film Festival-15  de Nueva Delhi y el  LEIGH WHIPPER GOLD AWARDS BEST FOREIGN LANGUAGE, Documentary PHILAFILM The 38th Philadelphia International Film Festival & Market
Coincidiendo con la concesión de estos galardones se llevó a cabo la inauguración del Monolito erigido en el Cementerio de Spassk en Karaganda en Memoria de los fallecidos españoles en ese gulag y en homenaje a los que sufrieron cautiverio en los campos de Spassk y Kok-Usek .


Actos de Inuguración de Monolito en Memoria de los Españoles. Cementerio de Spassk-Karagandá

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