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19 de julio de 2015

En el infierno rojo. Cientos de republicanos españoles acabaron en un gulag por querer escapar de la URSS. La politóloga Luiza Iordache ha recuperado su memoria

28.03.10 - 03:16 -
D.L
Agustín Llona, Francisco Llopis y Juan Bote. Un marinero, un piloto y un maestro de los 'niños de la guerra'. Los tres acabaron en Siberia.

Harina de otro costal


Luciano Álvarez
La picaresca del Siglo de Oro español no hubiese desechado su historia. Pedro Cepeda, Perico, fue uno de los 2.895 niños españoles evacuados a la Unión Soviética entre 1937 y 1938, durante la guerra civil. Le acompañaba su hermano Rafael, de 12; él tenía 14.
Su primer destino fue Artek, famoso campamento de Pioneros, una de las vidrieras propagandísticas de la Unión Soviética. Allí recibió -probablemente sin descifrarla- la primera advertencia sobre su destino. Casi todos sus compañeros eran familiares de afiliados y dirigentes del Partido Comunista. Un buen día llegó Dolores Ibárruri, “Pasionaria”, la legendaria. Pasó revista a los niños, marcialmente formados:

-A ver, tú, Cepeda ¿Quién es tu padre?

-¿Mi padre?… Un obrero pintor.

-¿Del Partido?

-No. Está afiliado a la CNT (el sindicato anarquista).

-Ah, ¡entonces tú eres harina de otro costal!, concluyó con desdén.

Para el PCE, aquellos niños eran el tesoro de futuros dirigentes del partido, aquellos que habrían de gobernar España luego del triunfo. Sí, Pedro demostraría ser harina de otro costal: “Tozudo como una mula y tenaz rozando el cansancio, [...] carácter fuerte como el hierro, rozando la impertinencia, pues no se callaba”. Así lo describe su hija, Ana Cepeda. Nunca se tragó las consignas, la fe religiosa en Stalin, ni todas las monsergas que escucharía un día sí y otro también. Decía peligrosamente lo que pensaba y se reía de tanta solemnidad.

Desde Artek, los niños del grupo de los Cepeda fueron distribuidos entre las dieciséis casas destinadas a su formación. Pedro fue a Moscú y su hermano a Leningrado. Apenas se volverían a ver y Rafael moriría en la cárcel, por delitos comunes.

Pero aquellos primeros tiempos fueron coser y cantar, o mejor aún, comer y cantar. Visitaban fábricas, escuchaban discursos en honor al glorioso pueblo español “tumba del fascismo”, daban “vivas” al camarada Stalin y al partido, y sobre todo comían a cuerpo de rey. Además quería ser cantante y condiciones no le faltaban. Aunque la Pasionaria le dijo que el Partido no necesitaba tenores, se escapaba hasta el Bolshoi, para escuchar cómo ensayaban.

Perico aprendió rápido la lengua y otras cosas como trapichear en el mercado negro, robar un beso a su primera novia rusa en el parque Gorki y llevarse la reprimenda de un guardia de la Patrulla de las Juventudes Comunistas: “No somos frailes, pero tampoco amorales”, le advirtieron. “¡Coño, y en que quedó aquello del amor libre!”, habrá pensado Perico.

Aquella vida provisoria, algo parecida a la felicidad, terminó cuando Alemania invadió la Unión Soviética. En noviembre de 1941, con el enemigo a las puertas de Moscú, los jóvenes españoles fueron embarcados en un tren con destino a Barnaúl en Siberia, un viaje lento y terrible de 3.500 kilómetros.

Un plato de sopa de repollo bien caliente y un pedacito de carne de cabra, eran el lujo de alguna parada, el resto eran mendrugos y arreglarse como se pudiera. Los muchachos salían a los andenes en las paradas para cambiar sus imprescindibles abrigos por algo de comida en improvisados mercados negros. También hubo tiempo para ardores fugaces y precarios con muchachas que Perico no olvidaría.

Ya en el destino, un robo de sábanas terminó en su expulsión de la casa de los jóvenes españoles. Pedro había asumido una culpa colectiva mientras otros hacían su “autocrítica” y hasta pedían castigo para su compañero.

Desde entonces y hasta el fin de la guerra se las arregló como pudo, mientras repetía para sus adentros : “Y como ‘harina de otro costal que soy, reniego también de ser ‘harina del mismo saco’ que vosotros”.

La paz le trajo sabor a gloria: fue contratado como tenor dramático en la compañía del teatro Stanislavski. Ganaba bien; fueron buenas épocas a pesar de un matrimonio infeliz y su mala relación con los españoles que aún quedaban en Moscú, siempre listos para la conspiración, la denuncia y la alienación: “Cuando estaba rodeado de aquellos inmigrados sentía náuseas y, si se encontraba lejos de ellos, algo le faltaba”, cuenta Ana Cepeda.

En 1947 se derrumbó el castillo de naipes: le diagnosticaron un mal en la garganta y tuvo que dejar de cantar. Tenía apenas 24 años pero su vida había sido larga, sólo quería volver a España y encontrarse con sus padres.

Entonces se consiguió un empleo en la embajada argentina. Allí se encontró con otros españoles: José Antonio Tuñón, Francisco Ramos y Julián Fuster, también segregados por la Pasionaria y su pandilla por la pretensión de abandonar el paraíso. Se hicieron buenos amigos de Pedro Conde, panadero de profesión, “agregado sindical” de la embajada, cargo inútil si los había para un peronista en la URSS de Stalin.

Entonces idearon el plan maestro: Cepeda y Tuñón saldrían hacia la Argentina en valija diplomática. Durante tres meses se entrenaron en flexibilidad y resistencia, perdieron diez kilos para entrar en los baúles y los adecuaron para poder respirar y sostenerse firmes durante las manipulaciones y movimientos bruscos.

Por las dudas, Pedro dejó una carta para sus padres que decía: “Si tengo mala suerte no lloradme, sino odiad a todas las clases de dictaduras, culpables únicas de todas las desgracias”.

Obviaré las peripecias del fracaso.

Lo cierto es que, el 3 de enero de 1948 fueron detenidos. Conde fue expulsado de la URSS y los cuatro españoles al Gulag: trabajos forzados de 25 años para Cepeda y Tuñón y 20 y 10 para Fuster y Ramos. La muerte de Stalin terminó con su calvario a los siete años. Pedro volvió a cantar y a los 36 años encontró su compañera definitiva: Svetlana Étkina, una joven violinista de 21.

Sus intentos de salir de la URSS rebotaron contra el bloqueo de los comunistas españoles hasta que pudo llegar hasta el poderoso y ubicuo Anastás Mikoyán. En marzo de 1966, la familia se instaló en una modesta pensión del centro de Madrid; Svetlana consiguió trabajo como violinista en la orquesta de RTVE y Pedro como traductor. Tuvieron dos hijos.

Pedro Cepeda murió el 8 de enero de 1984, con solo 61 años a raíz de las complicaciones de una operación. Había consignado su larga peripecia en una infinidad de apuntes desordenados. Su hija Ana tomó para sí la tarea de recuperar esa memoria: ordenó, investigó, completó. El resultado es un libro de alta calidad titulado, lógicamente, Harina de otro costal (Madrid, Queimada Ediciones, 2014, 398 pp).  


http://www.queimadaediciones.es/cat%C3%A1logo-y-ventas/harina-de-otro-costal/
cepedaetkina.blogspot.com.es

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones. 

28 de mayo de 2015

HISTORIA / EL EXILIO TERRIBLE EN LA URSS Huida (frustrada) en una maleta; HISTORIA / VIDA DE UN SUPERVIVIENTE

EL HISTORIADOR desentierra de los archivos del KGB un episodio de película, pero real: el intento de huida de dos españoles en los baúles de diplomáticos argentinos, hastiados de vivir en la URSS. El juicio reveló las terribles condiciones en las que vivían los exiliados españoles al acabar la Guerra Civil
BORIS SOPELNIAK. Moscú
 
Como se sabe, la idea de la Revolución mundial causó desgracias en todo el planeta. La URSS se dispuso a admitir en los brazos de la amistad internacional a pueblos enteros para dirigirlos.En los años 30, en el centro de su atención apareció España.Pero los abrazos estalinistas se convirtieron en un cepo que rompía los destinos humanos. Tras la guerra civil española, muchos de los marinos, pilotos y pedagogos exiliados expresaron su deseo de salir de la URSS.

No sólo les fue negado, sino que se empezó a hablar de ellos como individuos desprovistos de «moral socialista». Mientras a los españoles buenos se les premiaba con cargos bien remunerados, los españoles malos trabajaban en fábricas cuando no eran empujados a campos de concentración. Muchos, desilusionados con el comunismo, vivían con la esperanza de que alguien derrocara a Franco y volver a España. Pero a otros les faltó paciencia.


( JOSÉ ANTONIO TUÑON. Condenado a 25 años de reclusión en un campo de concentración. Se le acusó de pasar información al diplomático argentino Pedro Conde para un eventual libro difamatorio contra la URSS y de intentar salir ilegalmente del país. Fue descubierto dentro de la maleta de Conde en un avión rumbo a Praga).

Ésta es la historia de cuatro de ellos reconstruida de manera novelada a partir de documentos hallados en los archivos del antiguo KGB. Una historia que arranca la madrugada del 2 de enero de 1948 en un céntrico hotel moscovita.

Faltaban unas horas para el amanecer, cuando a la entrada del Grand Hotel de Moscú paró un camión en el que cargaron dos enormes maletas. No tardó en llegar un coche, un Opel, cuyo conductor tocó discretamente el claxon. Por la escalera bajaron dos tipos bastante bien vestidos. Uno se llamaba Bazán. El otro, Pedro Conde, era agregado de la embajada argentina en Moscú.

Entró directamente al Opel. Bazán, en cambio, se dirigió al camión y verificó con cuidado el estado de las maletas. Eran las 5.45 cuando los dos vehículos marcharon al aeropuerto Vnukovo. En la calle no había un alma y no tardaron en llegar.

En la pista de despegue un viejo Douglas ya calentaba motores.Un grupo de operarios arrojó las maletas del camión al suelo y Conde, preocupado, trató de acercarse a ellas, pero antes de que llegara le llamaron desde el mostrador de facturación. En ellas se encontraban escondidos los españoles Tuñón y Cepeda.Habían hecho gestiones para volar solos hasta Praga, primera escala de un viaje que les llevaría a París y concluiría en Buenos Aires, pero finalmente, y para su disgusto, les iban a acompañar un general de las fuerzas aéreas, su mujer y el rechoncho representante de una empresa maderera checoslovaca.

Un poco contrariado, Conde se dejó caer derrotado en una de las butacas del aeropuerto y sacó del bolsillo una petaca. Aunque no lo sabía mientras bebía un sorbo de coñac, aquél no iba a ser el último contratiempo para la operación que tan minuciosamente había planeado. La maleta de Bazán pesaba demasiado y no tenían dinero para pagar el suplemento. No podría volar hasta el día 4 de enero.

-Bueno -dijo el diplomático levantándose.- No se apene, Bazán.Le espero en Praga. ¡Hasta la vista! Y se encaminó hacia el avión.Minutos después, el maltrecho Douglas, se encaramaba en las nubes hinchadas de nieve. Aún sobrevolaban territorio soviético cuando el capitán de la nave, Piotr Mijailov, empezó a escuchar un insistente golpeteo. Llamó al mecánico de abordo y le hizo inspeccionar la cabina. Pero el mecánico no detectó nada extraño.Ante la insistencia del toc-toc, se acercó hasta la sección del equipaje. Y allí descubrió que el ruido provenía de la maleta del señor Conde.

¿Una bomba? El capitán envió a una azafata para que viese de qué se podía tratar. La joven volvió a la cabina en menos de un minuto.

-Eso no es un reloj- informó. - Allí hay alguien metido. Puede ser un perro o puede ser un hombre.

Para entonces, Conde se había puesto a golpear frenéticamente su maleta. Después de lastimarse los puños había empezado a darle puntapiés hasta destrozar sus zapatos laqueados. Tras informar de la situación, el capitán había recibido órdenes de aterrizar en Lvov, en Ucrania. El desenlace de este insólito episodio aparece recogido en un documento firmado por varios funcionarios y por todos los miembros de la tripulación y los pasajeros del Douglas.

«Nosotros, los abajo firmantes, hemos suscrito esta acta acerca de que en el avión GBF [siglas de Flota Aérea Estatal] nº 1003 que realiza vuelos según el rumbo Moscú-Kiev-Lvov-Praga, en la maleta que pertenece al agregado de la embajada argentina, señor Pedro Conde, fue encontrado Tuñón Albertos, José Antonio, nacido en 1916, español, no argentino, a quien el señor Pedro Conde trataba de esta manera de trasladar ilegalmente al extranjero».

«En el registro de la maleta donde estaba Tuñón», prosigue el escrito, «se encontraron los siguientes objetos: 1. Pistola.2. Documentos de viaje a nombre de José Antonio Tuñón Albertos y de Pedro Cepeda. 3. Dos bolsas de agua caliente: una llena de agua para beber y otra, según la explicación de Tuñón, para utilizar en calidad de aseo. 4. Panecillo con salchichón. 5.Traje, corbata, camisas, calcetines, etc.».

Así nació la causa ultrasecreta nº 837, un proceso que iba a acabar con cuatro españoles condenados por espionaje contra la URSS.

Según el auto de prisión de Tuñón, firmado por el capitán Pankratov, el español había llegado a la URSS en 1938 para los cursillos de recapacitación de la escuela de pilotos. Nueve años más tarde, en agosto de 1947, empezó a trabajar en calidad de intérprete del agregado de la embajada argentina Pedro Conde, quien le contrató como espía.

De la documentación del KGB se desprende que en el primer interrogatorio Tuñón se declaró culpable de intentar abandonar la URSS ilegalmente, pero no de espionaje.

-Yo quería vivir en México. Todos mis parientes están allá.

-¿Y de dónde surgió el interés hacia su persona por parte de la embajada argentina?

-Ellos tenían problemas con los intérpretes. Yo traducía a Conde y a Bazán artículos de prensa. Después surgió la amistad. Una vez me quejé a Conde por no poder ir a México, y él me propuso trasladarme al extranjero ilegalmente en su maleta.

-Escuche, Tuñón, ¿es que nos toma por tontos? Que un diplomático arriesgue su carrera metiendo en una maleta a un intérprete cualquiera, eso no se oye ni en los chistes. Piense bien sobre su suerte futura. Confiese y el tribunal tomará en consideración su franqueza.

Es difícil saber qué ocurrió. O Tuñón «se lo pensó bien», o ejercieron sobre él otras medidas de persuasión. El caso es que en el siguiente interrogatorio reconoció que recogía información para los argentinos.Y no sólo él; también Pedro Cepeda, Julián Fuster y Francisco Ramos.

Se trataba de información considerada «estratégicamente peligrosa»: las malas condiciones de vida, el descontento de los obreros, la carestía de la vida, la inactividad de los sindicatos... Todo lo que pudiera servir a Conde para, a su regreso a Argentina, escribir un libro difamatorio sobre la URSS.

-¿Se interesaba por la situación de los emigrantes españoles?

-Por supuesto. Informé con detalle sobre la escisión de los emigrantes españoles y el descontento hacia la dirección del Partido Comunista, sobre el deseo de muchos de volver a su patria y sobre el arresto de algunos españoles que iniciaron una lucha encarnizada contra Dolores Ibárruri.

Entre los españoles a los que Tuñón citó estaba Pedro Cepeda, quien, según su confesión, había de viajar junto a él a Praga en la fatídica noche del 2 de enero de 1948 en el interior de la maleta de Bazán. Había llegado a Moscú de chico, a la edad de 15 años, en 1937. Vivió en un orfanato, y después consiguió un humilde puesto de lubricador de máquinas textiles. Tras algún otro oficio, empezó a trabajar como intérprete en la embajada argentina.

Las autoridades acusaron a Cepeda de acompañar a los argentinos a las tiendas y comedores de Moscú «tratando de mostrarles sólo la parte negativa de nuestra vida»; de fotografiar las colas, los patios llenos de basura y a los mendigos. Aquello se calificó de actividad antisoviética. Pidieron para él 25 años en un campo de concentración.

MUERTOS DE HAMBRE

Parece excesivo -era el castigo más alto que preveía la ley soviética en 1948- para delitos como tomar fotografías de mendigos o intentar huir del país en un caso como el de Cepeda, cuya tentativa fracasó tras cuatro horas congelado encerrado en el interior de una maleta que no llegó a embarcar. Pero la dureza con que se aplicó la ley a estos españoles queda explicada por un documento escrito en castellano hallado entre los legajos de esta causa. A la luz de ese escrito cabe imaginar que, para las direcciones del PCE y del PCUS, tal condena podría resultar incluso leve:

El escrito decía lo siguiente: «Entendiendo que la caída de Franco estaba vinculada con el fracaso de Hitler, muchos españoles abnegadamente lucharon en los frentes en destacamentos de guerrilleros en Bielorrusia, Crimea y el Cáucaso. No pocos españoles, luchando bajo la dirección de jefes soviéticos mediocres, cayeron presos de los alemanes.Comenzó un escándalo y Dolores Ibárruri dio orden de que a los españoles no se les permitiera ir al frente. Durante mucho tiempo se los mantuvo en Moscú y se les utilizaba para cortar leña.

Mientras tanto, sus mujeres e hijos, que vivían en Asia Central, morían de hambre. Solamente en Kokand [antiguo Turkestán] murieron 52 niños. El hambre fue terrible, gatos y perros se consideraban platos refinados. Para alimentar a los niños, muchas españolas se dedicaban a la prostitución, mientras que el Estado Mayor encabezado por Ibárruri vivía felizmente en Ufá [Urales]. En los orfanatos para los niños españoles hacía estragos la tuberculosis [...].

Cuando el ex ministro Hernández [Jesús Hernández, ministro de Instrucción Pública en la República], que voló a México por encargo del partido, relató la situación de los españoles y acusó a Dolores Ibárruri, le declararon inmediatamente traidor y le expulsaron del partido. Tras la guerra, comenzó una auténtica peregrinación por conseguir pasaporte de países latinoamericanos. Cerca de 150 personas lograron salir, pero pronto los dirigentes del PC organizaron una campaña contra la salida de los españoles. Muchos escribían cartas a Stalin y Molotov quejándose de Ibárruri, pero estos hombres rápidamente desaparecían. Los que no podían soportar el acoso se suicidaban».

Tales notas, sin embargo, no le fueron halladas a Cepeda, sino al doctor Julián Fuster, arrestado el 8 de enero de 1948.

Lo acusaban porque «trabajando en instalaciones médicas de Moscú, hizo sistemáticamente propaganda antisoviética. [...] Usa su puesto de trabajo para lucrarse y practica abortos ilegalmente.Cuando entró en contacto con los representantes de la embajada argentina les transmitió información de espionaje».

Además de las notas citadas, apareció una carta de Fuster a su hermana. «La culpa directa», escribía «es de los dirigentes criminales del PCE, que son agentes mercenarios de Moscú. Aquí están sus nombres: en primer lugar Dolores Ibárruri, que sea maldito su nombre y que se coman los perros sus huesos; [...] Esta gente nunca logrará salir de Rusia porque para cualquier español honrado será un honor aniquilarlos».

-Sí que acumuló rencor- ironizó el juez instructor en el proceso.

- ¿Muchos españoles suscribirían esas palabras?, preguntó a Fuster.

-La mayoría. Menos los que comen del plato de Ibárruri, claro.

Si para entonces la instrucción del sumario contra Tuñón, Cepeda y Fuster se acercaba a su fin, la de Francisco Ramos no hacía más que empezar. El tribunal sólo tenía testimonios de Fuster, quien aseguraba que tuvo conversaciones antisoviéticas con Ramos.Pero no tardó en aparecer un diario que, aunque escrito en 1942, puso muy contentos a los jueces de la investigación.

GACHAS INCOMIBLES

«He visitado el comedor de Saratov», se lee en el diario. «Los camareros van con andrajos, manteles rotos, no hay servilletas.Vajillas tampoco. La kasha [gachas] la sirven en latas de conserva y es incomible para un estómago civilizado. [...] Se hacen colas para recibir cosas increíbles: tinta, cerraduras, cepillos, etc.Es el país de las colas. He preguntado a mis vecinos por qué no protestan y uno dijo: "En 1928 nos hemos comido a nuestros propios hijos, de ellos hicieron salchichas". [...] Preferiría mi fusilamiento en España a la vida en Saratov». Aunque el acusado negó haber espiado para los argentinos, estas citas fueron suficiente para los instructores.

El 27 de julio de aquel mismo año de 1948 el viceministro de Seguridad Estatal de la URSS, el teniente general Ogoltsov, leyó la acusación por la causa 837, y en agosto se condenó a Tuñón y Cepeda a 25 años; a Fuster, a 20 años, y a Ramos, a 10 años de campos de concentración.

Pasaron siete años. Durante todo ese tiempo los españoles se comportaron ejemplarmente. En agosto de 1955, la comisión central de revisión de las causas admitió sus peticiones y rebajó la medida de castigo hasta un plazo ya cumplido, de manera que fueron liberados. Fuster, Tuñón y Ramos volvieron a su patria, mientras que Cepeda se instaló en la región de Tula y sólo más tarde viajó a España.

Ignoro cómo transcurrió la vida de nuestros héroes en España.Si están vivos y tienen salud o familia. Quisiera esperar que si ellos o alguno de sus conocidos lee este artículo acabemos sabiendo qué pasó después. No dudo de que, como en el pasado, continuaron luchando y, con su experiencia vital, su voluntad y sus conocimientos, encontraron su lugar en la España posfranquista.
Boris Sopelniak es escritor ruso. Su último libro, «Los secretos de la diplomacia rusa», será editado en 2004 en su país.

http://www.elmundo.es/cronica/2003/426/1071487030.html


HISTORIA / VIDA DE UN SUPERVIVIENTE
El "espía" Cepeda murió en Madrid
CRONICA descubrió la increíble historia de unos exiliados que intentaron huir de la URSS escondidos en baúles. La familia de uno de ellos completa el relato
JUAN LUIS GALIACHO

CRONICA desvelaba el pasado 14 de diciembre un episodio de película, pero real: el intento de huida de la URSS en las Navidades de 1948 de dos exiliados españoles que se introdujeron en los baúles de dos diplomáticos argentinos. Uno de los españoles era el malagueño Pedro Cepeda, hijo de Antonia y Pedro, un anarquista de la CNT que al comienzo de la Guerra Civil envió a sus descendientes a la Unión Soviética para mantenerlos a salvo bajo la custodia de la dirección del Partido Comunista que lideraba con mano dura Dolores Ibárruri La Pasionaria. Hoy, 56 años después del intento de huida, su mujer, la violinista rusa Svietlana Etkina, y sus hijos, Elías y Ana, viven en una urbanización en las afueras de Madrid. Aunque Pedro cumplió su deseo de volver a la patria ya no está con ellos. Falleció en un hospital de la capital de España el 8 de enero de 1984, tras una operación de cataratas, una de las secuelas de los años que pasó en un campo de concentración de Siberia, tras ser condenado por ser un supuesto espía anglo-americano-argentino.


La historia arranca en una fría madrugada del 2 de enero de 1948 en el céntrico hotel moscovita Metropol, donde se hospedaban los diplomáticos argentinos Pedro Conde, agregado de la embajada, y Sigifriedo Antoño Bazán, pariente de Cepeda. Pedro, traductor en la embajada argentina, y su compañero el piloto José Antonio Tuñón habían preparado su huida cansados de que la dirección del PCE no les dejara salir de la URSS. Su plan era viajar dentro de los baúles de los diplomáticos argentinos que volaban hacia Buenos Aires, vía Praga y París.

Al llegar al aeropuerto, la maleta de Bazán, donde iba escondido Cepeda, tenía sobrepeso y aquél no contaba con el dinero para pagar el suplemento estipulado, por lo que tuvo que retrasar su viaje. Tras sobornar a un transportista, el diplomático argentino pudo retirar la maleta del aeropuerto y llevarla hasta el patio del hotel donde se hospedaba. Abrió el baúl convencido de que Cepeda, tras 10 horas encerrado y con temperaturas de hasta 17 grados bajo cero, estaría congelado, pero el español, de pequeña estatura y complexión delgada, seguía vivo. Sin embargo, su alegría inicial se truncaría días después. Fueron detenidos en el aeropuerto al intentar de nuevo la huida. Los servicios de inteligencia del Kremlin, que habían interceptado antes al otro fugado, Tuñón, estaban sobreaviso.

El periplo de Tuñón, que llegó a la URSS en 1938 para unos cursillos de recapacitación de pilotos, también fue de película. Volaba en un viejo avión Douglas GBF, dentro del baúl del agregado de la embajada argentina, cuando fue detenido. Tuvo la mala suerte de que el baúl quedara boca abajo, de tal forma que cuando el avión comenzó a girar se mareó y vomitó. Su instinto le hizo golpear frenéticamente la maleta pidiendo auxilio. Descubierto, el comandante de la nave, Piotr Mijailov, aterrizó en Lvov (Ucrania).Militares soviéticos encontraron en su maleta también el pasaporte de Cepeda, que Tuñón había retenido para evitar traiciones de última hora.

Así se inició la causa ultrasecreta nº 837, un proceso que acabó con cuatro españoles condenados por espionaje y que ha sido desenterrada de los archivos de la KGB por el historiador Boris Sopelniak.

Junto a Cepeda y Tuñón fueron detenidos el cirujano Julián Fuster y el catalán Francisco Ramos Molins. Tras seis meses en la prisión moscovita de la KGB, conocida como Lubianka, el 27 de julio de 1948 un tribunal condenaba a Tuñón y a Cepeda a 25 años de trabajos forzosos en Siberia; a Fuster, a 20 años; y a Ramos, a 10. Los cuatro fueron liberados tras nueve años. Nunca más volvieron a verse. Tuñón se fue a México, país al que quería llegar cuando intentó huir en la maleta y donde residían sus familiares. Fuster se instaló como cirujano en Palafrugell (Girona) y Ramos volvió a Barcelona y con el tiempo se hizo dirigente del PSUC. Cepeda fue el único que se quedó. Al abandonar el campo de concentración de Intá, en Siberia, donde hizo amistad con artistas e intelectuales como el escritor Alexander Solzhenitsynk (autor de Archipiélago Gulag), se instaló en la ciudad minera de Stalonogorsk, en la región de Tula. Allí se casó con Irina, una rusa de origen judío a la que había conocido cuando estaba preso y con quien tuvo una hija a la que llamó Antonia, en honor a su madre, a la que nunca volvería a ver desde que salió de España con 15 años.

RECITALES DE OPERETA

Inteligente y vital, el malagueño era conocido como Perico. En la II Guerra Mundial, con 18 años, se había alistado como voluntario del ejército rojo en un submarino en el Mar Negro. Para ello falsificó su apellido por el de Cepedashvili. Al dejar Siberia, recorrió la URSS dando recitales de opereta, afición que de pequeño había practicado en el coro del teatro moscovita de Stanislavsky.Sin embargo, una enfermedad en la garganta le obligó a dejar el canto. Volvió a Moscú tras la muerte de Stalin y comenzó a ejercer de traductor y corrector en el periódico Novedades, en su edición española. Divorciado ya de su primera mujer, había entablado relación con la violinista Svietlana Etkina. Él trabajó contra la voluntad de la dirección del PCE, que quería tener controlados y formados a todos sus cuadros para volver a tomar el poder en España. La Pasionaria, con quien tuvo muchos conflictos, dijo del malagueño que, como «harina de otro costal», «un día lo vería colgado de un mástil de la avenida Gorki».

Finalmente, el 17 de marzo de 1966, Perico Cepeda hacía realidad su sueño: regresaba a España. Se instaló en una modesta pensión del centro de Madrid (calle Echegaray), junto a su segunda esposa y el primer hijo de ambos, Elías. En un principio, vivieron de la ayuda que el Gobierno de Franco daba a los exiliados (unas 3.000 pesetas) y del trabajo de Svietlana, que actuaba de violinista en los platós de TVE bajo la batuta de Rafael Ibarbia y Augusto Algueró. Después, y gracias a un falangista que Cepeda había conocido en Moscú, Salvador Vallina, se instalaron en un modesto piso, ya con su segunda hija, Ana.

Un militar amigo, Marcelino Martín, le consiguió trabajo de traductor en el Ministerio de Información y Turismo, en el despacho del entonces ministro Manuel Fraga, con un sueldo de 5.000 pesetas.Acompañaba como traductor a las formaciones artísticas soviéticas que a partir de 1967 comenzaron a visitar España, como el ballet Moiseyev o el Circo Ruso. Después trabajó en Efe traduciendo las noticias que llegaban desde la URSS y más tarde en el Plan Nacional de Seguridad en el Trabajo. En los últimos años del franquismo se convirtió en uno de los líderes de la UGT y llegó a ser dirigente de la sección sindical del Funcionariado Público.El 8 de enero de 1984, con 61 años, moría en un hospital tras una operación de cataratas, complicada con un infarto y varias úlceras de estómago, otras secuelas de su paso por Siberia. El malagueño Perico, el joven que quiso abandonar la URSS oculto en una maleta, descansaba en la tierra que le vio nacer y que abandonó contra su voluntad en 1937.http://www.elmundo.es/cronica/2004/429/1073310908.html

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones.  

1 de mayo de 2015

Harina de otro costal. Memorias de un niño de la guerra atrapado en el paraíso estalinista

Memorias del  «niño de la guerra» Pedro Cepeda Sánchez 
Ana Cepeda Étkina 




Del prólogo de Dolores Cabra, Secretaria General de Archivo, Guerra y Exilio (AGE): 


La palabra justicia, en este país, es una palabra extraña, aún no muy bien afincada ni reconocida, es una palabra medrosa, temerosa, de esas que se guardan en el baúl de viaje para trasladarlas, si la respiración aguanta, el vértigo de la posición lo permite y el sueño sigue focalizado en la zona del cerebro del ansia perdida, el retorno, ese lugar lejano del hogar abandonado, de la familia que ya no es, del patio del colegio que no existe, del juego antes de la cena y los deberes de cuaderno, de todo lo que quedó y ya es irrecuperable porque el tiempo pasó. Es una palabra frágil, que tiembla en su soledad, es la palabra ansiada por todos los Cepedas del mundo, pero sólo el hecho de cargarla al hombro para su defensa ya produce terror. Tan firme es la palabra, tanta es su extensión y su expresión, justicia, tanto su contenido para conocer alguna vez la verdad, tanta la fidelidad en la balanza, que ante la dura tarea de vivir, el sólo hecho de defender cada una de las letras que la componen es motivo de silencio, de tortura, de privación de libertad, de campo de concentración y de exterminio, es decir, es motivo de la pérdida de la vida, a veces de la cordura y la razón, y siempre, para quienes como los Cepedas del mundo luchan, es un motivo para vivir, y ser paladín de su defensa.

Pedro Cepeda nos dejó un manuscrito, interesantísimo de leer, manuscrito en el que se mezclan mil ideas, situaciones, anhelos, tiempos y espacios de una persona que pensó que su infancia no debería haberse roto nunca, que ninguna lágrima debería haber entrado jamás  como una riada en la Málaga de su infancia, que las situaciones que vivió en esa adolescencia, que fue un rápido puente hacia la madurez, hubieran requerido un sosiego para hacerse a la idea del crecimiento, y pasar por las edades como las  uvas de moscatel de aquél patio, que se transformaron en la sangre inocente a merced del verdugo cuando a él su mayores ya habían conseguido salvarlo de la atrocidad y el crimen de aquellos asesinos que transformaron el vino de Málaga en sangre espesa y caliente que se derramaba por los bancales, regando las viñas de los que las habían cultivado, sin poder evitar esa penetración, sin poder hacer nada más que permitir que la sangre penetrara entre las raíces como una violación, como una doma del caballo salvaje al que se le priva de su espacio, de su hábitat, de su dignidad y orgullo, de sus valores y derechos, en suma, se le priva de libertad y de justicia.

Así se fueron los Cepedas del mundo, desde El Musel, desde Santurce, desde, Valencia y Barcelona, se fueron huérfanos y tristes, pensando en volver pronto, pronto, cuando terminaran las bombas y los crímenes, pero no pudo ser, no había visado de vuelta, no había escalera a la que subirse soñando para volver a encontrar a la madre y a la abuela, pero sobre todo a la abuela, y a la madre. ¡Ay, esos abuelos y esos padres que ya no existían, que ya sólo indicaban luto en la familia o cárcel o destierro!

Cepeda luchaba por volver a una casa y a un país que ya no existían porque se los había tragado el ogro de la dictadura, pero él no lo sabía y la tierra de acogida, la tierra rusa, salía de una guerra contra los nazis, la guerra patria, en la que otro ogro comenzaba a rugir. En ese exilio  en el que sus referentes eran los mayores que sustituían a los padres, a los abuelos, a los maestros, no siempre encontraron comprensión y cariño; sí entre muchos de los cuidadores,  pedagogos y maestros, y también entre algunos de los veteranos de la guerra de España, precisamente los que sentían y padecían como ellos los mismos infortunios; pero desde los que poseían la batuta y organizaban la orquesta no hubo más respuesta que el silencio, el olvido y la condena. Aquellos Cepedas que tenían el don natural de la música que necesitaron defensa y justicia fueron arrojados a las fauces del ogro y devorados, pedacito a pedacito; pero la historia también salda sus cuentas....

Enlace a la edición digital del libro: Harina de otro costal  

 
Pedro Cepeda en Málaga, con 7 ú 8 años de edad


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