Memorias del «niño de la guerra» Pedro Cepeda Sánchez
Ana Cepeda Étkina
Del prólogo de Dolores Cabra, Secretaria General de Archivo, Guerra y Exilio (AGE):
Ana Cepeda Étkina
Del prólogo de Dolores Cabra, Secretaria General de Archivo, Guerra y Exilio (AGE):
La palabra justicia,
en este país, es una palabra extraña, aún no muy bien
afincada ni reconocida, es una palabra medrosa, temerosa, de esas que se
guardan en el baúl de viaje para trasladarlas, si la respiración
aguanta, el vértigo de la posición lo permite y el sueño
sigue focalizado en la zona del cerebro del ansia perdida, el retorno,
ese lugar lejano del hogar abandonado, de la familia que ya no es, del
patio del colegio que no existe, del juego antes de la
cena y los deberes de cuaderno, de todo lo que quedó y ya es
irrecuperable porque el tiempo pasó. Es una palabra frágil, que tiembla
en su soledad, es la palabra ansiada por todos los Cepedas del
mundo, pero sólo el hecho de cargarla al hombro para su defensa ya
produce terror. Tan firme es la palabra, tanta es su extensión y su
expresión, justicia, tanto su
contenido para conocer alguna vez la verdad, tanta la fidelidad en la
balanza, que ante la dura tarea de vivir, el sólo hecho de defender cada
una de las letras que la componen es motivo de silencio,
de tortura, de privación de libertad, de campo de concentración y de
exterminio, es decir, es motivo de la pérdida de la vida, a veces de la
cordura y la razón, y siempre, para quienes como los
Cepedas del mundo luchan, es un motivo para vivir, y ser paladín de su
defensa.
Pedro
Cepeda nos dejó un manuscrito, interesantísimo de leer, manuscrito en
el que se mezclan mil ideas,
situaciones, anhelos, tiempos y espacios de una persona que pensó que su
infancia no debería haberse roto nunca, que ninguna lágrima debería
haber entrado jamás como una riada en la Málaga de
su infancia, que las situaciones que vivió en esa adolescencia, que fue
un rápido puente hacia la madurez, hubieran requerido un sosiego para
hacerse a la idea del crecimiento, y pasar por las edades
como las uvas de moscatel de aquél patio, que se transformaron en la
sangre inocente a merced del verdugo cuando a él su mayores ya habían
conseguido salvarlo de la atrocidad y el crimen de
aquellos asesinos que transformaron el vino de Málaga en sangre espesa y
caliente que se derramaba por los bancales, regando las viñas de los
que las habían cultivado, sin poder evitar esa
penetración, sin poder hacer nada más que permitir que la sangre
penetrara entre las raíces como una violación, como una doma del caballo
salvaje al que se le priva de su espacio, de su hábitat, de
su dignidad y orgullo, de sus valores y derechos, en suma, se le priva
de libertad y de justicia.
Así
se fueron los Cepedas del mundo, desde El Musel, desde Santurce, desde,
Valencia y Barcelona, se
fueron huérfanos y tristes, pensando en volver pronto, pronto, cuando
terminaran las bombas y los crímenes, pero no pudo ser, no había visado
de vuelta, no había escalera a la que subirse soñando
para volver a encontrar a la madre y a la abuela, pero sobre todo a la
abuela, y a la madre. ¡Ay, esos abuelos y esos padres que ya no
existían, que ya sólo indicaban luto en la familia o cárcel o
destierro!
Cepeda
luchaba por volver a una casa y a un país que ya no existían porque se
los había tragado el ogro
de la dictadura, pero él no lo sabía y la tierra de acogida, la tierra
rusa, salía de una guerra contra los nazis, la guerra patria, en la que
otro ogro comenzaba a rugir. En ese exilio en el
que sus referentes eran los mayores que sustituían a los padres, a los
abuelos, a los maestros, no siempre encontraron comprensión y cariño; sí
entre muchos de los cuidadores, pedagogos y
maestros, y también entre algunos de los veteranos de la guerra de
España, precisamente los que sentían y padecían como ellos los mismos
infortunios; pero desde los que poseían la batuta y
organizaban la orquesta no hubo más respuesta que el silencio, el olvido
y la condena. Aquellos Cepedas que tenían el don natural de la música
que necesitaron defensa y justicia fueron arrojados a
las fauces del ogro y devorados, pedacito a pedacito; pero la historia
también salda sus cuentas....
Enlace a la edición digital del libro: Harina de otro costal
Pedro Cepeda en Málaga, con 7 ú 8 años de edad |
http://cepedaetkina.blogspot.com.es/
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este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado.
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