1 de mayo de 2015

Harina de otro costal. Memorias de un niño de la guerra atrapado en el paraíso estalinista

Memorias del  «niño de la guerra» Pedro Cepeda Sánchez 
Ana Cepeda Étkina 




Del prólogo de Dolores Cabra, Secretaria General de Archivo, Guerra y Exilio (AGE): 


La palabra justicia, en este país, es una palabra extraña, aún no muy bien afincada ni reconocida, es una palabra medrosa, temerosa, de esas que se guardan en el baúl de viaje para trasladarlas, si la respiración aguanta, el vértigo de la posición lo permite y el sueño sigue focalizado en la zona del cerebro del ansia perdida, el retorno, ese lugar lejano del hogar abandonado, de la familia que ya no es, del patio del colegio que no existe, del juego antes de la cena y los deberes de cuaderno, de todo lo que quedó y ya es irrecuperable porque el tiempo pasó. Es una palabra frágil, que tiembla en su soledad, es la palabra ansiada por todos los Cepedas del mundo, pero sólo el hecho de cargarla al hombro para su defensa ya produce terror. Tan firme es la palabra, tanta es su extensión y su expresión, justicia, tanto su contenido para conocer alguna vez la verdad, tanta la fidelidad en la balanza, que ante la dura tarea de vivir, el sólo hecho de defender cada una de las letras que la componen es motivo de silencio, de tortura, de privación de libertad, de campo de concentración y de exterminio, es decir, es motivo de la pérdida de la vida, a veces de la cordura y la razón, y siempre, para quienes como los Cepedas del mundo luchan, es un motivo para vivir, y ser paladín de su defensa.

Pedro Cepeda nos dejó un manuscrito, interesantísimo de leer, manuscrito en el que se mezclan mil ideas, situaciones, anhelos, tiempos y espacios de una persona que pensó que su infancia no debería haberse roto nunca, que ninguna lágrima debería haber entrado jamás  como una riada en la Málaga de su infancia, que las situaciones que vivió en esa adolescencia, que fue un rápido puente hacia la madurez, hubieran requerido un sosiego para hacerse a la idea del crecimiento, y pasar por las edades como las  uvas de moscatel de aquél patio, que se transformaron en la sangre inocente a merced del verdugo cuando a él su mayores ya habían conseguido salvarlo de la atrocidad y el crimen de aquellos asesinos que transformaron el vino de Málaga en sangre espesa y caliente que se derramaba por los bancales, regando las viñas de los que las habían cultivado, sin poder evitar esa penetración, sin poder hacer nada más que permitir que la sangre penetrara entre las raíces como una violación, como una doma del caballo salvaje al que se le priva de su espacio, de su hábitat, de su dignidad y orgullo, de sus valores y derechos, en suma, se le priva de libertad y de justicia.

Así se fueron los Cepedas del mundo, desde El Musel, desde Santurce, desde, Valencia y Barcelona, se fueron huérfanos y tristes, pensando en volver pronto, pronto, cuando terminaran las bombas y los crímenes, pero no pudo ser, no había visado de vuelta, no había escalera a la que subirse soñando para volver a encontrar a la madre y a la abuela, pero sobre todo a la abuela, y a la madre. ¡Ay, esos abuelos y esos padres que ya no existían, que ya sólo indicaban luto en la familia o cárcel o destierro!

Cepeda luchaba por volver a una casa y a un país que ya no existían porque se los había tragado el ogro de la dictadura, pero él no lo sabía y la tierra de acogida, la tierra rusa, salía de una guerra contra los nazis, la guerra patria, en la que otro ogro comenzaba a rugir. En ese exilio  en el que sus referentes eran los mayores que sustituían a los padres, a los abuelos, a los maestros, no siempre encontraron comprensión y cariño; sí entre muchos de los cuidadores,  pedagogos y maestros, y también entre algunos de los veteranos de la guerra de España, precisamente los que sentían y padecían como ellos los mismos infortunios; pero desde los que poseían la batuta y organizaban la orquesta no hubo más respuesta que el silencio, el olvido y la condena. Aquellos Cepedas que tenían el don natural de la música que necesitaron defensa y justicia fueron arrojados a las fauces del ogro y devorados, pedacito a pedacito; pero la historia también salda sus cuentas....

Enlace a la edición digital del libro: Harina de otro costal  

 
Pedro Cepeda en Málaga, con 7 ú 8 años de edad


http://cepedaetkina.blogspot.com.es/ 

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