3 de mayo de 2015

Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), ICPS, Barcelona, 2009

Luiza Iordache

EL País, suplemento cultural Babelia, 24 de abril de 2010

Hilos cortados

Antonio Muñoz Molina

A pesar del ligero temblor y de la torpeza que ha ido adquiriendo su mano derecha con el paso de los años Ernest Michel todavía conserva una letra excelente. La usa para escribir despacio y con claridad, sobre cartulinas rayadas, palabras clave que le servirán para despertar recuerdos, o para asegurarse de que la mente no se le queda en blanco inesperadamente, delante de un público que atiende en un silencio sobrecogido a su historia. A los 86 años, Ernest Michel continúa viajando a casi cualquier parte donde lo llaman para dar testimonio sobre sus años de cautiverio en Auschwitz, pero se ha dado cuenta de que la memoria se le está debilitando, igual que la calidad de su caligrafía. Puede revivir sin ninguna dificultad escenas sucedidas en el campo de exterminio hace más de sesenta años, recordar palabras, conversaciones enteras, pero en la memoria del presente se le abren cada vez más espacios en blanco. En vez de la tentación de capitular lo que siente es una urgencia todavía más acusada de seguir contando, y por ese motivo escribe cosas en las fichas de cartulina y las lleva consigo, para asegurarse de que el olvido de lo más próximo no le borra el acceso a tantos recuerdos exactos y lejanos. Y el mismo acto de escribir es ya una invocación, porque fue la caligrafía lo que le permitió sobrevivir a Ernest Michel: agotado, enfermo, muy cerca de la muerte, levantó el brazo cuando en una formación alguien solicitó un voluntario que tuviera buena letra. Él la tenía excelente: se había adiestrado como calígrafo antes de la guerra. Lo destinaron a la enfermería, a redactar certificados de defunción y listas de los prisioneros que eran enviados a las cámaras de gas. Trabajar sin mucho esfuerzo físico bajo techado y no a la intemperie del campo multiplicaba la posibilidad de sobrevivir, explicó Primo Levi. Copiando con su letra impecable los nombres de los muertos Ernest Michel se salvó de ser uno de ellos: ahora escribe todavía, cada vez más despacio, la letra agrandada y más bien torpe, y el hilo de la tinta es tan obstinado y tan frágil como el del recuerdo, y no tardará mucho en quedar interrumpido.
Lo ha dicho Jorge Semprún, en su discurso de hace unas semanas en la explanada invernal de Büchenwald, donde el viento frío agitaba las banderas y los mechones blancos de los últimos prisioneros, 65 años después de la liberación del campo: uno por uno los testigos se extinguen, y dentro de poco la tarea del recuerdo corresponderá a otra generación. No es la primera vez que Semprún reflexiona en público sobre ese tránsito de la memoria viva a la gradual vaguedad y abstracción de lo histórico, pero sí la primera vez que lo expresa con tan desolada inmediatez, en primera persona: dentro de cinco años, dice, cuando se repita esa ceremonia, él ya no estará.
Semprún confía en los escritores de ficción como depositarios de ese legado de recuerdos. Yo no estoy seguro de que la ficción tenga mucha utilidad a la hora de mantener presente lo que no debe olvidarse. Por respeto al sufrimiento de tantos millones de seres humanos, la libertad de inventar ha de estar separada por una frontera bien visible de las narraciones rigurosas de lo sucedido. Y en un mundo en el que hay tan poco espacio público para el conocimiento de los hechos históricos, tan poca idea del lugar relativo del presente en una secuencia temporal muy anterior a nuestras vidas, la ficción puede servir sobre todo para banalizar y sentimentalizar el espanto, para hacerlo digerible y al mismo tiempo confinarlo en una distancia tranquilizadora, "de época".
No hay ficción que esté a la altura del fulgor seco de los hechos. No hay ninguna necesidad de inventar cuando todavía queda tanto por saber, y sólo el conocimiento lo más exacto posible concede alguna medida de restitución. El que ha vivido cuenta lo que ha visto. A quienes escuchan les corresponde la tarea de prestar atención y aprender lo más posible, para que el olvido no pueda absolver a los verdugos. Yo pienso con remordimiento en tantas personas de las que pude haber aprendido y a las que no pregunté, por descuido, por indiferencia, por creer que estarían siempre disponibles. Cuánto pudimos y debimos preguntar cuando aún había tiempo, cuando estaban lúcidas y en plenitud de facultades personas que habían vivido la República, la guerra, la Resistencia en Francia, los campos de concentración alemanes, la negra posguerra española: cuántas historias como las que no ha dejado nunca de contar Ernest Michel nos hemos perdido. Leyendo su testimonio me he acordado de mi amigo Antonio Colino, que tenía más de noventa años cuando me cité con él una tarde para que me contara sus recuerdos de la guerra en Madrid. Sacó del bolsillo una hoja cuadriculada en la que había apuntado las cosas que no quería que se le olvidaran. Pero el hilo se había vuelto borroso, y muy poco después se cortó para siempre.
Gracias a la mediación de William Chislett acabo de descubrir un yacimiento de memoria del que no tenía ninguna noticia, que se ha abierto delante de mí como un país entero hecho de negrura: sabemos bastante de las vidas de los republicanos españoles en los campos de concentración alemanes, pero yo no tenía ni idea sobre los que acabaron en los campos soviéticos. Chislett, buscador de libros sin sosiego, me ha dado noticia de un trabajo de investigación doctoral de Luiza Iordache, Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), publicado hace dos años por el Institut de Ciències Politiques i Socials de Barcelona. La historia despierta más angustia al comprender el poco caso que se les ha hecho a los testigos y la rapidez con la que uno por uno se estarán extinguiendo. Jóvenes aviadores republicanos que a principios de abril de 1939 estaban terminando sus cursos de pilotos en la URSS y ya no pudieron salir del país; marineros de buques mercantes que habían llevado armas y suministros a la España republicana y se quedaron atrapados en el puerto de Odessa al final de la guerra; niños en edad escolar enviados a la URSS, extraviados en la guerra y la miseria, condenados a trabajos forzados en los campos más crueles de más allá del Círculo Polar Ártico; militantes comunistas que al llegar a lo que habían imaginado como un gran paraíso se encontraron en el interior de una cárcel. Querer marcharse de la URSS ya era de antemano un delito: entre los documentos pavorosos que ha rescatado Luiza Iordache están las pruebas de la saña inquisitorial con que los dirigentes del Partido Comunista Español en Moscú persiguieron a los compatriotas o ex camaradas que se atrevieron a manifestar alguna forma de disidencia. El libro de Iordache está lleno de listas de nombres que yo no había escuchado nunca, de libros de memorias publicados o inéditos de los que yo no tenía noticia. Una vez que el hilo se corta ya no hay manera de repararlo. Algunas formas extremas de olvido no serían posibles sin una especie de conspiración colectiva.

Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956). Luiza Iordache. Institut de Ciències Politiques i Socials. Barcelona, 2007. 142 páginas. 15 euros. Promises to Keep. One Man's Journey Against Incredible Odds. Ernest W. Michel. Barricade Books, 2008. 320 páginas.

 El País, Babelia, Antonio Muñoz Molina, Hilos Cortados 


EL País, suplemento cultural Babelia, 13 de febrero de 2010 
Santos Juliá 

HISTORIA. "QUIEN SABE DE DOLOR, lo sabe todo", escribió Alexandr Solzhenitsin en su Archipiélago Gulag, y todo llegaron a saber estos pilotos, marineros, “niños de la guerra” y exiliados republicanos a los que, para su desgracia, sorprendió el fin de la Guerra Civil española y el inminente comienzo de la Segunda Guerra Mundial en tierras soviéticas. A su odisea, sólo conocida por testimonios fragmentarios, ha dedicado Luiza Iordache una tesis doctoral, basada en una rica y original variedad de fuentes documentales y entrevistas personales, de la que este libro ofrece una excelente síntesis. No debería tardar la publicación íntegra de estas biografías extraordinarias; entre tanto, será preciso destacar que el trabajo de Iordache vuelve a dar la razón al Nobel ruso cuando confiaba en que "tarde o temprano se acaba explicando la verdad sobre todos los acontecimientos de la historia". Escribió Solzhenitsin que ésta era la esperanza de todos los que sufrieron aquella terrible experiencia: que algún día se contara. Han pasado muchos años, pero los republicanos españoles que penaron en el Gulag la culpa de haber manifestado su deseo de abandonar la Unión Soviética para dirigirse a cualquier otro país de acogida ya tienen también quien ha contado su historia.

 http://www.icps.cat/archivos/novedades/archivos/GPM12ELPais.pdf


El Imparcial, 28 de marzo de 2010
Españoles olvidados en el Gulag

William Chislett

Para mi los dos capítulos más tristes y crueles del siglo XX para España en el mundo han sido la muerte de dos tercios de los más de 7.000 españoles internados en Mauthausen, el campo de concentración nazi en Austria, y el encarcelamiento de unos 270 españoles en el Gulag soviético, algunos de los cuales murieron. Son las dos caras del totalitarismo del siglo XX.
En ambos casos, estas personas luchaban a favor de la Republica durante la Guerra Civil. Sobre la tragedia española en Mauthausen se ha escrito bastante (están conmemorados con una placa), se ha emitido algún documental y se conocen las fotos de Francisco Boix (internado allí), pero el drama de los españoles en el Gulag ha permanecido mucho más en la oscuridad. Bienvenido sea por ello el librito pionero de Luiza Iordache, “Republicanos españoles en el Gulag (1939-56)” (un resumen de su tesina), publicado por el Institut de Ciències Polítiques i Socials de Barcelona, que no ha tenido el eco (un par de líneas en El País) ni la distribución que merece (el ejemplar que yo pedí tardó un mes en llegar y no por culpa del correo).
La historia, relatada en 85 páginas, es conmovedora y con nombres y apellidos (hay una larga lista de algunas de las victimas al final del libro). Los españoles republicanos, pilotos (enviados por el Gobierno de la República para realizar cursos en la URSS), marinos (tripulantes de los barcos que realizaban el transporte de materiales de guerra y víveres), exiliados y algunos “niños de la guerra” y sus maestros se encontraron en una difícil situación al final de la guerra en 1939. La no intervención en el conflicto español por parte de Francia e Inglaterra forzó al bando republicano a depender, casi exclusivamente, de la ayuda de la Unión Soviética.
Muchas de estas personas querían regresar a sus familias en España, aunque corrieran peligro en la dictadura de Franco, o ir a otro país, preferentemente en América Latina por la afinidad lingüística y cultural, pero esta actitud fue considerada tanto por el Partido Comunista Español (PCE) como por las autoridades en Moscú como antisoviética/trotskista (“enemigo del pueblo”). Todo el que no es comunista es anticomunista, el que no esta conmigo está en contra de mi fue la mentalidad estalinista. Pocos lograron el permiso para salir.
Entre los casos más dramáticos está el de Federico Gonzalo González, condenado en 1941 por su negativa a participar en una suscripción voluntaria al empréstito interno del Estado con el 10% de su sueldo; Joan Bellobi Roig, casado con una rusa, condenado por haber enseñado una foto de sus familiares residentes en España, de los que afirmó que iban bien vestidos, apreciación que en aquellos tiempos podría ser considerada como propaganda antisoviética; Julián Fuster Ribó, médico, arrestado en 1948 por haber olvidado colgar la contraseña de entrada en el trabajo dando lugar a un cruce de réplicas que en aquellos momentos podían ser consideradas antisoviéticas (no pudo regresar a España hasta 1959) y Juan Blasco Cobo metido en un calabozo frío y lleno de barro donde para maximizar la desesperación del preso y extraer su confesión se utilizaba el método de “gota de agua” que caía del techo (el año pasado vi una de estas celdas en la cárcel en Berlín de la Stasi, la policía secreta de la antigua República Democrática de Alemania). Fuster, internado en uno de los peores campos de trabajos forzados en la región de Karaganda, sale mencionado en Archipiélago GULAG del escritor ruso Alexander Solzhenitsyn.
En 1948, José Tuñón, que había llegado a la URSS como un “niño de la guerra”, se metió en un baúl de un diplomático argentino en un avión y cuando llevaban 12 minutos volando empezó a golpear dentro de la maleta porque se asfixiaba. Fue descubierto.
Pocos pudieron entender por qué fueron detenidos y en la mayoría de casos mandados a un campo. Preguntada al respecto, la poeta rusa Anna Ajimátova, con amigos entre la comunidad española, dijo: “¿Por qúe? ¿Cómo por qué? Ya es hora de saber que a la gente se le detiene por nada.” Paco Ramos sí sabía. En una entrevista en 1977 dijo que “por aquello que estaba viendo en la URSS no había yo luchado en España.” Precisamente, las autoridades soviéticas, en el contexto de la guerra fría, querían evitar a toda costa la difamación de la URSS y del PCE que suponía la salida de los exiliados españoles.
Particularmente vergonzoso, aunque no sorprendente, era la complicidad de los dirigentes comunistas españoles Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Fernando Claudín, entre otros, en la persecución de sus compatriotas acusados de disidentes, y que seguían manteniendo silencio sobre el asunto, que conocían de antemano, cuando empezó una campaña a partir del 1947 en el extranjero para lograr la liberación de los españoles en los campos. Carrillo, en cuyo libro de memorias (1993) evita cualquier referencia a estos asuntos, llamó a las personas que querían salir de la URSS en una reunión en 1947, según recuerda el comunista italiano Ettore Vanni, “traidores que dejan el país socialista para ir a vivir entre los capitalistas.” Alguien gritó en la reunión, “hay que darles un tiro de la espalda.”
Para combatir las “calumniosas noticias” sobre los presos españoles que empezaron a ser publicados en el extranjero, la revista Novi-Saet (Tiempos Nuevos) señalaba que los pilotos vivían en los mejores hoteles de Moscú y los marinos en los mejores de Odessa. De los más surreal es que algunos presos trabajando en una fábrica de papel leyeron esta noticia en Novi-Saet.
El librito de Iordache merece ser de lectura obligatoria para alumnos de la ESO, junto con la historia de los españoles en Mauthausen.

http://www.williamchislett.com/2010/03/espanoles-olvidados-en-el-gulag/ 

Luiza Iordache, Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), ICPS, 2008. Magdalena Garrido Caballero
Anna Grau: Tras la pista de lo imposible: republicanos español es en el gulag
Luiza Iordache: Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956) . Barcelona: Institut de Ciències Polítiques i Socials 2008. Cecilia Gil Mariño

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