Luiza Iordache
Anna Grau: Tras la pista de lo imposible: republicanos español es en el gulag
Luiza Iordache: Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956) . Barcelona: Institut de Ciències Polítiques i Socials 2008. Cecilia Gil Mariño
La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones.
EL País, suplemento cultural Babelia, 24 de abril de 2010
Hilos cortados
Antonio Muñoz Molina
A pesar del ligero temblor y de la torpeza que ha ido adquiriendo su
mano derecha con el paso de los años Ernest Michel todavía conserva una
letra excelente. La usa para escribir despacio y con claridad, sobre
cartulinas rayadas, palabras clave que le servirán para despertar
recuerdos, o para asegurarse de que la mente no se le queda en blanco
inesperadamente, delante de un público que atiende en un silencio
sobrecogido a su historia. A los 86 años, Ernest Michel continúa
viajando a casi cualquier parte donde lo llaman para dar testimonio
sobre sus años de cautiverio en Auschwitz, pero se ha dado cuenta de que
la memoria se le está debilitando, igual que la calidad de su
caligrafía. Puede revivir sin ninguna dificultad escenas sucedidas en el
campo de exterminio hace más de sesenta años, recordar palabras,
conversaciones enteras, pero en la memoria del presente se le abren cada
vez más espacios en blanco. En vez de la tentación de capitular lo que
siente es una urgencia todavía más acusada de seguir contando, y por ese
motivo escribe cosas en las fichas de cartulina y las lleva consigo,
para asegurarse de que el olvido de lo más próximo no le borra el acceso
a tantos recuerdos exactos y lejanos. Y el mismo acto de escribir es ya
una invocación, porque fue la caligrafía lo que le permitió sobrevivir a
Ernest Michel: agotado, enfermo, muy cerca de la muerte, levantó el
brazo cuando en una formación alguien solicitó un voluntario que tuviera
buena letra. Él la tenía excelente: se había adiestrado como calígrafo
antes de la guerra. Lo destinaron a la enfermería, a redactar
certificados de defunción y listas de los prisioneros que eran enviados a
las cámaras de gas. Trabajar sin mucho esfuerzo físico bajo techado y
no a la intemperie del campo multiplicaba la posibilidad de sobrevivir,
explicó Primo Levi. Copiando con su letra impecable los nombres de los
muertos Ernest Michel se salvó de ser uno de ellos: ahora escribe
todavía, cada vez más despacio, la letra agrandada y más bien torpe, y
el hilo de la tinta es tan obstinado y tan frágil como el del recuerdo, y
no tardará mucho en quedar interrumpido.
Lo ha dicho Jorge Semprún, en su discurso de hace unas semanas en la
explanada invernal de Büchenwald, donde el viento frío agitaba las
banderas y los mechones blancos de los últimos prisioneros, 65 años
después de la liberación del campo: uno por uno los testigos se
extinguen, y dentro de poco la tarea del recuerdo corresponderá a otra
generación. No es la primera vez que Semprún reflexiona en público sobre
ese tránsito de la memoria viva a la gradual vaguedad y abstracción de
lo histórico, pero sí la primera vez que lo expresa con tan desolada
inmediatez, en primera persona: dentro de cinco años, dice, cuando se
repita esa ceremonia, él ya no estará.
Semprún confía en los escritores de ficción como depositarios de ese
legado de recuerdos. Yo no estoy seguro de que la ficción tenga mucha
utilidad a la hora de mantener presente lo que no debe olvidarse. Por
respeto al sufrimiento de tantos millones de seres humanos, la libertad
de inventar ha de estar separada por una frontera bien visible de las
narraciones rigurosas de lo sucedido. Y en un mundo en el que hay tan
poco espacio público para el conocimiento de los hechos históricos, tan
poca idea del lugar relativo del presente en una secuencia temporal muy
anterior a nuestras vidas, la ficción puede servir sobre todo para
banalizar y sentimentalizar el espanto, para hacerlo digerible y al
mismo tiempo confinarlo en una distancia tranquilizadora, "de época".
No hay ficción que esté a la altura del fulgor seco de los hechos. No
hay ninguna necesidad de inventar cuando todavía queda tanto por saber,
y sólo el conocimiento lo más exacto posible concede alguna medida de
restitución. El que ha vivido cuenta lo que ha visto. A quienes escuchan
les corresponde la tarea de prestar atención y aprender lo más posible,
para que el olvido no pueda absolver a los verdugos. Yo pienso con
remordimiento en tantas personas de las que pude haber aprendido y a las
que no pregunté, por descuido, por indiferencia, por creer que estarían
siempre disponibles. Cuánto pudimos y debimos preguntar cuando aún
había tiempo, cuando estaban lúcidas y en plenitud de facultades
personas que habían vivido la República, la guerra, la Resistencia en
Francia, los campos de concentración alemanes, la negra posguerra
española: cuántas historias como las que no ha dejado nunca de contar
Ernest Michel nos hemos perdido. Leyendo su testimonio me he acordado de
mi amigo Antonio Colino, que tenía más de noventa años cuando me cité
con él una tarde para que me contara sus recuerdos de la guerra en
Madrid. Sacó del bolsillo una hoja cuadriculada en la que había apuntado
las cosas que no quería que se le olvidaran. Pero el hilo se había
vuelto borroso, y muy poco después se cortó para siempre.
Gracias a la mediación de William Chislett acabo de descubrir un
yacimiento de memoria del que no tenía ninguna noticia, que se ha
abierto delante de mí como un país entero hecho de negrura: sabemos
bastante de las vidas de los republicanos españoles en los campos de
concentración alemanes, pero yo no tenía ni idea sobre los que acabaron
en los campos soviéticos. Chislett, buscador de libros sin sosiego, me
ha dado noticia de un trabajo de investigación doctoral de Luiza
Iordache, Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956),
publicado hace dos años por el Institut de Ciències Politiques i Socials
de Barcelona. La historia despierta más angustia al comprender el poco
caso que se les ha hecho a los testigos y la rapidez con la que uno por
uno se estarán extinguiendo. Jóvenes aviadores republicanos que a
principios de abril de 1939 estaban terminando sus cursos de pilotos en
la URSS y ya no pudieron salir del país; marineros de buques mercantes
que habían llevado armas y suministros a la España republicana y se
quedaron atrapados en el puerto de Odessa al final de la guerra; niños
en edad escolar enviados a la URSS, extraviados en la guerra y la
miseria, condenados a trabajos forzados en los campos más crueles de más
allá del Círculo Polar Ártico; militantes comunistas que al llegar a lo
que habían imaginado como un gran paraíso se encontraron en el interior
de una cárcel. Querer marcharse de la URSS ya era de antemano un
delito: entre los documentos pavorosos que ha rescatado Luiza Iordache
están las pruebas de la saña inquisitorial con que los dirigentes del
Partido Comunista Español en Moscú persiguieron a los compatriotas o ex
camaradas que se atrevieron a manifestar alguna forma de disidencia. El
libro de Iordache está lleno de listas de nombres que yo no había
escuchado nunca, de libros de memorias publicados o inéditos de los que
yo no tenía noticia. Una vez que el hilo se corta ya no hay manera de
repararlo. Algunas formas extremas de olvido no serían posibles sin una
especie de conspiración colectiva.
Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956). Luiza Iordache. Institut de Ciències Politiques i Socials. Barcelona, 2007. 142 páginas. 15 euros. Promises to Keep. One Man's Journey Against Incredible Odds. Ernest W. Michel. Barricade Books, 2008. 320 páginas.
El País, Babelia, Antonio Muñoz Molina, Hilos Cortados
EL País, suplemento cultural Babelia, 13 de febrero de 2010
Santos Juliá
HISTORIA. "QUIEN
SABE DE DOLOR, lo sabe todo", escribió Alexandr Solzhenitsin en su Archipiélago
Gulag, y todo llegaron a saber estos pilotos, marineros, “niños de la guerra” y
exiliados republicanos a los que, para su desgracia, sorprendió el fin de la Guerra
Civil española y el inminente comienzo de la Segunda Guerra Mundial en tierras
soviéticas. A su odisea, sólo conocida por testimonios fragmentarios, ha dedicado
Luiza Iordache una tesis doctoral, basada en una rica y original variedad de fuentes
documentales y entrevistas personales, de la que este libro ofrece una excelente
síntesis. No debería tardar la publicación íntegra de estas biografías extraordinarias;
entre tanto, será preciso destacar que el trabajo de Iordache vuelve a dar la
razón al Nobel ruso cuando confiaba en que "tarde o temprano se acaba explicando
la verdad sobre todos los acontecimientos de la historia". Escribió Solzhenitsin
que ésta era la esperanza de todos los que sufrieron aquella terrible experiencia:
que algún día se contara. Han pasado muchos años, pero los republicanos
españoles que penaron en el Gulag la culpa de haber manifestado su deseo de
abandonar la Unión Soviética para dirigirse a cualquier otro país de acogida ya
tienen también quien ha contado su historia.
http://www.icps.cat/archivos/novedades/archivos/GPM12ELPais.pdf
El Imparcial, 28 de marzo de 2010
Españoles olvidados en el Gulag
William Chislett
Para mi los dos capítulos más tristes y crueles del siglo XX
para España en el mundo han sido la muerte de dos tercios de los más de
7.000 españoles internados en Mauthausen, el campo de concentración nazi
en Austria, y el encarcelamiento de unos 270 españoles en el Gulag
soviético, algunos de los cuales murieron. Son las dos caras del
totalitarismo del siglo XX.
En ambos casos, estas personas luchaban a favor de la Republica durante la Guerra Civil. Sobre la tragedia española en Mauthausen se ha escrito bastante (están conmemorados con una placa), se ha emitido algún documental y se conocen las fotos de Francisco Boix (internado allí), pero el drama de los españoles en el Gulag ha permanecido mucho más en la oscuridad. Bienvenido sea por ello el librito pionero de Luiza Iordache, “Republicanos españoles en el Gulag (1939-56)” (un resumen de su tesina), publicado por el Institut de Ciències Polítiques i Socials de Barcelona, que no ha tenido el eco (un par de líneas en El País) ni la distribución que merece (el ejemplar que yo pedí tardó un mes en llegar y no por culpa del correo).
La historia, relatada en 85 páginas, es conmovedora y con nombres y apellidos (hay una larga lista de algunas de las victimas al final del libro). Los españoles republicanos, pilotos (enviados por el Gobierno de la República para realizar cursos en la URSS), marinos (tripulantes de los barcos que realizaban el transporte de materiales de guerra y víveres), exiliados y algunos “niños de la guerra” y sus maestros se encontraron en una difícil situación al final de la guerra en 1939. La no intervención en el conflicto español por parte de Francia e Inglaterra forzó al bando republicano a depender, casi exclusivamente, de la ayuda de la Unión Soviética.
Muchas de estas personas querían regresar a sus familias en España, aunque corrieran peligro en la dictadura de Franco, o ir a otro país, preferentemente en América Latina por la afinidad lingüística y cultural, pero esta actitud fue considerada tanto por el Partido Comunista Español (PCE) como por las autoridades en Moscú como antisoviética/trotskista (“enemigo del pueblo”). Todo el que no es comunista es anticomunista, el que no esta conmigo está en contra de mi fue la mentalidad estalinista. Pocos lograron el permiso para salir.
Entre los casos más dramáticos está el de Federico Gonzalo González, condenado en 1941 por su negativa a participar en una suscripción voluntaria al empréstito interno del Estado con el 10% de su sueldo; Joan Bellobi Roig, casado con una rusa, condenado por haber enseñado una foto de sus familiares residentes en España, de los que afirmó que iban bien vestidos, apreciación que en aquellos tiempos podría ser considerada como propaganda antisoviética; Julián Fuster Ribó, médico, arrestado en 1948 por haber olvidado colgar la contraseña de entrada en el trabajo dando lugar a un cruce de réplicas que en aquellos momentos podían ser consideradas antisoviéticas (no pudo regresar a España hasta 1959) y Juan Blasco Cobo metido en un calabozo frío y lleno de barro donde para maximizar la desesperación del preso y extraer su confesión se utilizaba el método de “gota de agua” que caía del techo (el año pasado vi una de estas celdas en la cárcel en Berlín de la Stasi, la policía secreta de la antigua República Democrática de Alemania). Fuster, internado en uno de los peores campos de trabajos forzados en la región de Karaganda, sale mencionado en Archipiélago GULAG del escritor ruso Alexander Solzhenitsyn.
En 1948, José Tuñón, que había llegado a la URSS como un “niño de la guerra”, se metió en un baúl de un diplomático argentino en un avión y cuando llevaban 12 minutos volando empezó a golpear dentro de la maleta porque se asfixiaba. Fue descubierto.
Pocos pudieron entender por qué fueron detenidos y en la mayoría de casos mandados a un campo. Preguntada al respecto, la poeta rusa Anna Ajimátova, con amigos entre la comunidad española, dijo: “¿Por qúe? ¿Cómo por qué? Ya es hora de saber que a la gente se le detiene por nada.” Paco Ramos sí sabía. En una entrevista en 1977 dijo que “por aquello que estaba viendo en la URSS no había yo luchado en España.” Precisamente, las autoridades soviéticas, en el contexto de la guerra fría, querían evitar a toda costa la difamación de la URSS y del PCE que suponía la salida de los exiliados españoles.
Particularmente vergonzoso, aunque no sorprendente, era la complicidad de los dirigentes comunistas españoles Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Fernando Claudín, entre otros, en la persecución de sus compatriotas acusados de disidentes, y que seguían manteniendo silencio sobre el asunto, que conocían de antemano, cuando empezó una campaña a partir del 1947 en el extranjero para lograr la liberación de los españoles en los campos. Carrillo, en cuyo libro de memorias (1993) evita cualquier referencia a estos asuntos, llamó a las personas que querían salir de la URSS en una reunión en 1947, según recuerda el comunista italiano Ettore Vanni, “traidores que dejan el país socialista para ir a vivir entre los capitalistas.” Alguien gritó en la reunión, “hay que darles un tiro de la espalda.”
Para combatir las “calumniosas noticias” sobre los presos españoles que empezaron a ser publicados en el extranjero, la revista Novi-Saet (Tiempos Nuevos) señalaba que los pilotos vivían en los mejores hoteles de Moscú y los marinos en los mejores de Odessa. De los más surreal es que algunos presos trabajando en una fábrica de papel leyeron esta noticia en Novi-Saet.
El librito de Iordache merece ser de lectura obligatoria para alumnos de la ESO, junto con la historia de los españoles en Mauthausen.
http://www.williamchislett.com/2010/03/espanoles-olvidados-en-el-gulag/
Luiza Iordache, Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), ICPS, 2008. Magdalena Garrido CaballeroEn ambos casos, estas personas luchaban a favor de la Republica durante la Guerra Civil. Sobre la tragedia española en Mauthausen se ha escrito bastante (están conmemorados con una placa), se ha emitido algún documental y se conocen las fotos de Francisco Boix (internado allí), pero el drama de los españoles en el Gulag ha permanecido mucho más en la oscuridad. Bienvenido sea por ello el librito pionero de Luiza Iordache, “Republicanos españoles en el Gulag (1939-56)” (un resumen de su tesina), publicado por el Institut de Ciències Polítiques i Socials de Barcelona, que no ha tenido el eco (un par de líneas en El País) ni la distribución que merece (el ejemplar que yo pedí tardó un mes en llegar y no por culpa del correo).
La historia, relatada en 85 páginas, es conmovedora y con nombres y apellidos (hay una larga lista de algunas de las victimas al final del libro). Los españoles republicanos, pilotos (enviados por el Gobierno de la República para realizar cursos en la URSS), marinos (tripulantes de los barcos que realizaban el transporte de materiales de guerra y víveres), exiliados y algunos “niños de la guerra” y sus maestros se encontraron en una difícil situación al final de la guerra en 1939. La no intervención en el conflicto español por parte de Francia e Inglaterra forzó al bando republicano a depender, casi exclusivamente, de la ayuda de la Unión Soviética.
Muchas de estas personas querían regresar a sus familias en España, aunque corrieran peligro en la dictadura de Franco, o ir a otro país, preferentemente en América Latina por la afinidad lingüística y cultural, pero esta actitud fue considerada tanto por el Partido Comunista Español (PCE) como por las autoridades en Moscú como antisoviética/trotskista (“enemigo del pueblo”). Todo el que no es comunista es anticomunista, el que no esta conmigo está en contra de mi fue la mentalidad estalinista. Pocos lograron el permiso para salir.
Entre los casos más dramáticos está el de Federico Gonzalo González, condenado en 1941 por su negativa a participar en una suscripción voluntaria al empréstito interno del Estado con el 10% de su sueldo; Joan Bellobi Roig, casado con una rusa, condenado por haber enseñado una foto de sus familiares residentes en España, de los que afirmó que iban bien vestidos, apreciación que en aquellos tiempos podría ser considerada como propaganda antisoviética; Julián Fuster Ribó, médico, arrestado en 1948 por haber olvidado colgar la contraseña de entrada en el trabajo dando lugar a un cruce de réplicas que en aquellos momentos podían ser consideradas antisoviéticas (no pudo regresar a España hasta 1959) y Juan Blasco Cobo metido en un calabozo frío y lleno de barro donde para maximizar la desesperación del preso y extraer su confesión se utilizaba el método de “gota de agua” que caía del techo (el año pasado vi una de estas celdas en la cárcel en Berlín de la Stasi, la policía secreta de la antigua República Democrática de Alemania). Fuster, internado en uno de los peores campos de trabajos forzados en la región de Karaganda, sale mencionado en Archipiélago GULAG del escritor ruso Alexander Solzhenitsyn.
En 1948, José Tuñón, que había llegado a la URSS como un “niño de la guerra”, se metió en un baúl de un diplomático argentino en un avión y cuando llevaban 12 minutos volando empezó a golpear dentro de la maleta porque se asfixiaba. Fue descubierto.
Pocos pudieron entender por qué fueron detenidos y en la mayoría de casos mandados a un campo. Preguntada al respecto, la poeta rusa Anna Ajimátova, con amigos entre la comunidad española, dijo: “¿Por qúe? ¿Cómo por qué? Ya es hora de saber que a la gente se le detiene por nada.” Paco Ramos sí sabía. En una entrevista en 1977 dijo que “por aquello que estaba viendo en la URSS no había yo luchado en España.” Precisamente, las autoridades soviéticas, en el contexto de la guerra fría, querían evitar a toda costa la difamación de la URSS y del PCE que suponía la salida de los exiliados españoles.
Particularmente vergonzoso, aunque no sorprendente, era la complicidad de los dirigentes comunistas españoles Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Fernando Claudín, entre otros, en la persecución de sus compatriotas acusados de disidentes, y que seguían manteniendo silencio sobre el asunto, que conocían de antemano, cuando empezó una campaña a partir del 1947 en el extranjero para lograr la liberación de los españoles en los campos. Carrillo, en cuyo libro de memorias (1993) evita cualquier referencia a estos asuntos, llamó a las personas que querían salir de la URSS en una reunión en 1947, según recuerda el comunista italiano Ettore Vanni, “traidores que dejan el país socialista para ir a vivir entre los capitalistas.” Alguien gritó en la reunión, “hay que darles un tiro de la espalda.”
Para combatir las “calumniosas noticias” sobre los presos españoles que empezaron a ser publicados en el extranjero, la revista Novi-Saet (Tiempos Nuevos) señalaba que los pilotos vivían en los mejores hoteles de Moscú y los marinos en los mejores de Odessa. De los más surreal es que algunos presos trabajando en una fábrica de papel leyeron esta noticia en Novi-Saet.
El librito de Iordache merece ser de lectura obligatoria para alumnos de la ESO, junto con la historia de los españoles en Mauthausen.
http://www.williamchislett.com/2010/03/espanoles-olvidados-en-el-gulag/
Anna Grau: Tras la pista de lo imposible: republicanos español es en el gulag
Luiza Iordache: Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956) . Barcelona: Institut de Ciències Polítiques i Socials 2008. Cecilia Gil Mariño
La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones.