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1 de mayo de 2015

Historias de los vascos. 99/22 Spassk, marinos vascos en el gulag

A juicio del historiador y archivero ruso A. V. Elpátievsky, el destino de los marinos es uno de los menos claros en la historia de la emigración republicana en la Unión Soviética. Catorce de ellos eran vascos.

Un reportaje de Begoña Etxenagusia Atutxa - Sábado, 24 de Enero de 2015


El 23 de enero de 1947, Agustín Llona escribía esta carta a su familia desde un lugar llamado Espasca: Los españoles que nos encontramos en este campo de internados llevamos cinco años sin noticia alguna de nuestros familiares y a nuestros familiares supongo que os habrá sucedido cosa por el estilo a pesar de nuestros esfuerzos por comunicarnos. Llevamos diez años no pudiendo conseguir nuestra repatriación y los cinco últimos esclavizados, si no fuese una cosa tan delicada para un país que pregona tanto el bien hace mucho os habrían pedido nuestro rescate.
El campo de concentración de Spassk se encontraba cerca de la ciudad de Karagandá, en la república soviética del Kazajistán, donde las tempestades de nieve eran de tal magnitud que los presos cavaban túneles para poder comunicarse entre las barracas. Uno de estos presos, durante casi veinte años, fue Agustín Llona Menchaca, nacido en el caserío Chomin Chuena de Urduliz tal día como hoy, el 24 de enero de 1908. En su Hoja de servicios del personal de la Marina Mercante, consta que embarcó en Valencia como primer maquinista del vapor Conde de Abasolo, el 9 de enero de 1936: Cargamento de carbón Cardiff-Cartagena y Theodosia Cartagena y fruta de Valencia. Odessa. Desembarcado y hospitalizado en Odessa el 23.4.1937 por enfermedad y sin posibilidad de regresar a su patria España en contra de su voluntad hasta el 22.10.1956.
Tras su hospitalización, Agustín Llona residió en la casa infantil de Odessa, bajo un régimen de libertad vigilada al igual que un grupo de marinos mercantes, en su mayoría del Cabo San Agustín, que en 1939 había quedado bloqueado por orden de las autoridades soviéticas en Feodosia (Mar Negro). Alicia Alted Vigil, en su estudio El exilio español en la Unión Soviética, asegura que a estos marinos se les ofreció la posibilidad de regresar a España o permanecer en la URSS. Las autoridades soviéticas devolvieron a España vía Turquía a la mayoría de sus miembros antes del final de la Guerra Civil, pero a juicio de la investigadora Luiza Iordache los titubeos franquistas y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, imposibilitaron que se encaminasen todas las repatriaciones solicitadas. Finalmente, Lavrenti Pavlovich Beria, comisario del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), ordenó el 26 de junio de 1941 el internamiento de los marinos españoles en el campo de concentración número 5110/32 de Norilsk, cerca del Círculo Polar Ártico. La negativa de los marinos a aceptar permisos de residencia en sustitución de sus pasaportes nacionales y el rechazo mostrado por el grupo a trabajar en la Unión Soviética pudieron influir en esta decisión, ya que ambas actitudes eran juzgadas como antisoviéticas.
De cárcel en cárcel Los marinos llegarían a Norilsk en octubre de 1941, tras un interminable recorrido por cárceles como la de Jarkov y Novosibirsk y campos de concentración como el de Krasnoiarsk. En Norilsk, fallecerían los marinos vascos Eusebio Olarra Basarrate y José Azcueta Echevarría, que se suicidó el 31 de diciembre de 1941. Secundino Serrano, en su libro Españoles en el gulag, reseñado en este mismo periódico por Yuri Álvarez, destaca que Julián Zarragoitia Bilbao fallecería en septiembre de 1942 en el campo de Krasnoiarsk, cuando los marinos completaban la ruta inversa que los conduciría finalmente al complejo de campos de concentración de Karagandá, donde llegarían entre el verano y el otoño de 1942. En noviembre se les unirían el grupo de aviadores españoles de Kirovabad y el maestro Juan Bote García. Posteriormente, en marzo de 1943, serían trasladados al campo de Kok-Usek, ubicado entre Karagandá y Spassk, donde los aullidos de los lobos que merodeaban por las alambradas del campo en busca de comida los mantendrían despiertos noche tras noche. Infracciones como el robo de tres patatas o de un trozo de pan eran castigadas con prisión. Como medida de castigo se les proporcionaban 100 gramos de pan y un plato de sopa de agua sucia con coles como único alimento, una vez cada tres días.
Agustín seguía enviando misivas desde la estafeta postal 99/22 Spassk: Desde que terminó la guerra no paran las autoridades locales de prometernos nuestra repatriación a plazos cortos que nunca se cumplen, menos mal que del campo ya últimamente sale la gente para sus patrias por las que podréis tener noticias nuestras, e incluso a nosotros, pero temo que no sea así y que pretendan liberarnos a alguna ciudad dentro de Rusia, por lo que os rogamos hagáis lo que esté de vuestra parte para conseguir nuestra repatriación. En efecto, los testimonios proporcionados por el repatriado ingeniero francés M. Francisque Bornet, o la francesa Madeleine Clement, confirmaban que aún quedaban ciudadanos de la República Española encerrados en los campos de concentración soviéticos. En marzo de 1948, el Movimiento de Liberación de España de la Confederación Nacional del Trabajo (MLE-CNT) publicaba en Toulouse ¡Karaganda! La tragedia del antifascismo español. Por su parte, la Federación Española de Internados y Deportados Políticos (Fedip), con residencia en Francia, iniciaba una campaña internacional en la cual solicitaba al secretario general de la ONU, Trygve Lie, que se movilizase en favor de la liberación de los presos republicanos en la Unión Soviética. En Karaganda fallecerían los marinos vascos Guillermo Díaz Guadilla, Elías Legarra Bolumburu, Antonio Echaurren Ugarte, Secundino Rodríguez de la Fuente y la maestra Petra Díaz de Cuesta y Alonso. 

La Fedip envió el 21 de enero de 1948 una misiva al presidente del Gobierno de Euzkadi en Francia con el objetivo de que su Gobierno en el exilio fijase públicamente su disconformidad por el incorrecto proceder de parte de las autoridades soviéticas. Así mismo, solicitaban al lehendakari Agirre que su Gobierno rompiese toda relación oficial con el Partido Comunista de Euzkadi. José Antonio de Aguirre les comunicó que ya habían intervenido hacía tiempo sobre el caso de Agustín Llona, sin obtener resultado alguno al respecto. En ningún momento hizo mención a la posible afiliación de Agustín al PNV, pero su hermana Dolores, en una carta enviada a José Ester Borrás, secretario de Información de la Fedip, afirmaba tal y como consta en los archivos de esta organización depositados en el International Institute of Social History de Amsterdam (IISH) que: Jamás le oímos hablar de política únicamente se distinguía en sus conversaciones como un defensor de los derechos humanos, precisamente de los que con ironía le priva el destino.
“Farsa”, según el PCE La Diputación Permanente de las Cortes españolas, reunida en dos ocasiones en París, acordó trasladar oficialmente la cuestión de los internados al Gobierno republicano en el exilio a pesar de las afirmaciones vertidas por dirigentes del Partido Comunista Español (PCE) como Antonio Mije que no dudaban en calificar como una farsa el tema de Karagandá. El 22 de mayo de 1948, coincidiendo con la celebración de esta segunda sesión, se inició el traslado de los supervivientes españoles a Odessa, donde fallecería José Pollán Ozaento en 1949. La intención era liberar a los supervivientes entregándolos al consulado franquista en Estambul (Turquía), como ya había sucedido anteriormente con el otro grupo en junio de 1939, pero la Fedip acusó al PCE de impedir la liberación del grupo. Tras rechazar la única posibilidad que les ofrecieron las autoridades, consistente en firmar una carta publicada posteriormente en el diario Trud (órgano de los sindicatos soviéticos), que implicaba su compromiso a residir en territorio de la URSS y aceptar posteriormente la nacionalidad soviética, la situación de Agustín Llona volvería a complicarse. 

Tal y como relata Luiza Iordache en su libro Republicanos españoles en el gulag (1939-1956), mientras permanecían en Odessa el maestro Juan Bote García, el piloto Francisco Llopis y el propio Agustín Llona conformaron una comisión que se presentó frente al capitán Wilner para mostrar su indignación ante un artículo publicado por la revista Temps Nouveaux (la edición del diario Trud de Moscú). En el artículo titulado Impudence des ennemis du peuple espagnol, firmado por N. Miklachevski, se afirmaba que los republicanos españoles que habían llegado a la Unión Soviética y se habían quedado en su país, nunca habían sido internados ni detenidos en los campos. En junio de 1949 serían recluidos en la cárcel de Odessa y meses más tarde, en febrero de 1950, se dictó la sentencia que estipulaba una condena de 25 años de destierro para todos ellos, tal y como consta en los archivos de la Fedip.
En este último emplazamiento en Vozdvizhenka (Siberia), nacerían Isabel y Dolores; las dos hijas de Agustín Llona y su esposa Agnesa Markel Franz, natural de Zarrekovich (Crimea), también prisionera en Rusia alrededor de veinte años. Juan Bote, que permanecía soltero, así como los otros dos condenados con sus respectivas familias, compartían una habitación en un barracón de madera, separados por grises cortinas que se corrían de noche y se abrían de día para facilitar la vida en común. En el exterior, una inmensa explanada repleta de nieve.
El 22 de octubre de 1956, Eleuterio esperaba la llegada al puerto de Valencia de la segunda expedición de la motonave Krym, en la que viajaba su hermano Agustín. Tal y como narraron las crónicas de la época en el diario Imperio, el primero en desembarcar a las 2.35 de la tarde, fue Isaías Albistegui Aguirre, de treinta y dos años y natural de Eibar, mientras sonaban en los altavoces del barco los acordes de las Danzas del príncipe Igor y algún pasodoble. Atrás quedaban aquellos años de encierro que a través de diversas cartas dirigidas a Agustín, seguiría recordando Juan Bote: Amigo mío, ¡nos veremos! Y echaremos un día juntos los pies por alto, recordando los tiempos en que los tuvimos atados.
De los catorce marinos vascos, según los datos proporcionados por Luiza Iordache y Secundino Serrano, nueve fallecieron durante su reclusión, dos desaparecieron sin dejar rastro y uno de ellos probablemente decidió quedarse en la Unión Soviética. Entre los dos que consiguieron volver a su patria encontramos a Pío Ispizua Imatz, primer maquinista del Cabo San Agustín y al propio Agustín Llona Menchaca.