3 de mayo de 2015

'Mi padre nunca tuvo miedo a decir la verdad. Eso es lo que le llevó al Gulag'. Entrevista a Rafael Fuster, hijo de Julián Fuster


Diari de Tarragona, 13 de abril de 2015
Xavier Fernández 




– ¿Qué recuerdos tiene de su padre?
– En los últimos años de su vida estaba enfermo. Pasamos unos años muy duros. Aún así tenía una fortaleza inmensa. Me di cuenta después. Cuando falleció yo tenía 17 años.
– Su padre estuvo lúcido pese a todo lo que había sufrido.
– Su mente estaba totalmente ilesa. Siempre fue muy vitalista, emprendedor, con una voluntad inquebrantable, pero más escéptico que de joven.
– ¿Le contaba cosas de su estancia en el Gulag?
– No. Quizá lo había encerrado en un cajón. A mí no me contaba nada. Quizá a sus amigos sí les relataba cosas.
– Fue muy amigo del escritor Josep Pla cuando vivió en Palafrugell.
– Sí. Incluso le hizo una dedicatoria en uno de sus libros. (Rafael alude a que Pla escribió de Fuster en Notes per a Sílvia: El doctor Fuster és una gran persona, molt intel·ligent, molt desenganyat, d’un escepticisme total. Ho entén tot perque prescindeix dels prejudicis i dels convencionalismes. He tingut ocasió de parlar-hi de moltes coses. Quina vida més llarga, difícil y navegada!)
– ¿Qué pensó su padre cuando regresó a España tras su odisea en la URSS?
– Le sorprendió muchísimo que nadie supiese lo que estaba pasando realmente allí.
– Al poco de volver a España, viajó a Cuba a ver a su familia, que se había exiliado.
– Nada más ver lo que pasaba con Fidel Castro, sacó a su familia de la isla y la trajo a España.
– Siempre estuvo unido a su familia, pese a todo.
– Yo me llamo Rafael, por un tío mío que murió asesinado en la Guerra Civil. Mi padre siempre recordó a su hermano con cariño. Su muerte fue una losa de la que no se recuperó. Al acabar la guerra, se exilió.
– Y, como tantos republicanos, fue internado en un campo en el sur de Francia.
– Sí. Y se enfrentó a uno de los responsables por el trato que daban a los exiliados. Fue invitado a la URSS y fue a gusto. Pero enseguida criticó la situación que observó. Nunca tuvo miedo a decir la verdad. Eso le llevó al Gulag. Ejerció como médico durante la II Guerra Mundial. Pidió volver a España y empezaron los problemas.
– Su padre contaba que entre sus ‘amigos’ había un espía.
– Sí. Explicaba a las autoridades las críticas que mi padre y sus amigos hacían al Régimen.
– También ejerció como médico en El Congo.
– No encontraba trabajo en España y le contrató la OMS. Al cabo del tiempo sí que pudo hallar empleo en Palafrugell.
– Y de Palafrugell a La Pobla de Montornès.
– Vino a Tarragona, le gustó mucho y compró una casa.
– ¿Qué ha aprendido de su padre? ¿Cree que mereció la pena su sufrimiento?
– He aprendido su pasión por la historia. Estoy seguro de que si mi padre volviera a vivir haría lo mismo. Seguro que él piensa que mereció la pena.

Perfil

Rafael Fuster es informático de profesión, pero le hubiera gustado ejercer de historiador. Quizá por eso guarda con mimo las fotos de su padre, que estuvo internado en el Gulag, algo que prefería no recordar.

http://www.diaridetarragona.com/tema-del-dia/40208/mi-padre-nunca-tuvo-miedo-a-decir-la-verdad-eso-es-lo-que-le-llevo-al-gulag

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones. 

Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), ICPS, Barcelona, 2009

Luiza Iordache

EL País, suplemento cultural Babelia, 24 de abril de 2010

Hilos cortados

Antonio Muñoz Molina

A pesar del ligero temblor y de la torpeza que ha ido adquiriendo su mano derecha con el paso de los años Ernest Michel todavía conserva una letra excelente. La usa para escribir despacio y con claridad, sobre cartulinas rayadas, palabras clave que le servirán para despertar recuerdos, o para asegurarse de que la mente no se le queda en blanco inesperadamente, delante de un público que atiende en un silencio sobrecogido a su historia. A los 86 años, Ernest Michel continúa viajando a casi cualquier parte donde lo llaman para dar testimonio sobre sus años de cautiverio en Auschwitz, pero se ha dado cuenta de que la memoria se le está debilitando, igual que la calidad de su caligrafía. Puede revivir sin ninguna dificultad escenas sucedidas en el campo de exterminio hace más de sesenta años, recordar palabras, conversaciones enteras, pero en la memoria del presente se le abren cada vez más espacios en blanco. En vez de la tentación de capitular lo que siente es una urgencia todavía más acusada de seguir contando, y por ese motivo escribe cosas en las fichas de cartulina y las lleva consigo, para asegurarse de que el olvido de lo más próximo no le borra el acceso a tantos recuerdos exactos y lejanos. Y el mismo acto de escribir es ya una invocación, porque fue la caligrafía lo que le permitió sobrevivir a Ernest Michel: agotado, enfermo, muy cerca de la muerte, levantó el brazo cuando en una formación alguien solicitó un voluntario que tuviera buena letra. Él la tenía excelente: se había adiestrado como calígrafo antes de la guerra. Lo destinaron a la enfermería, a redactar certificados de defunción y listas de los prisioneros que eran enviados a las cámaras de gas. Trabajar sin mucho esfuerzo físico bajo techado y no a la intemperie del campo multiplicaba la posibilidad de sobrevivir, explicó Primo Levi. Copiando con su letra impecable los nombres de los muertos Ernest Michel se salvó de ser uno de ellos: ahora escribe todavía, cada vez más despacio, la letra agrandada y más bien torpe, y el hilo de la tinta es tan obstinado y tan frágil como el del recuerdo, y no tardará mucho en quedar interrumpido.
Lo ha dicho Jorge Semprún, en su discurso de hace unas semanas en la explanada invernal de Büchenwald, donde el viento frío agitaba las banderas y los mechones blancos de los últimos prisioneros, 65 años después de la liberación del campo: uno por uno los testigos se extinguen, y dentro de poco la tarea del recuerdo corresponderá a otra generación. No es la primera vez que Semprún reflexiona en público sobre ese tránsito de la memoria viva a la gradual vaguedad y abstracción de lo histórico, pero sí la primera vez que lo expresa con tan desolada inmediatez, en primera persona: dentro de cinco años, dice, cuando se repita esa ceremonia, él ya no estará.
Semprún confía en los escritores de ficción como depositarios de ese legado de recuerdos. Yo no estoy seguro de que la ficción tenga mucha utilidad a la hora de mantener presente lo que no debe olvidarse. Por respeto al sufrimiento de tantos millones de seres humanos, la libertad de inventar ha de estar separada por una frontera bien visible de las narraciones rigurosas de lo sucedido. Y en un mundo en el que hay tan poco espacio público para el conocimiento de los hechos históricos, tan poca idea del lugar relativo del presente en una secuencia temporal muy anterior a nuestras vidas, la ficción puede servir sobre todo para banalizar y sentimentalizar el espanto, para hacerlo digerible y al mismo tiempo confinarlo en una distancia tranquilizadora, "de época".
No hay ficción que esté a la altura del fulgor seco de los hechos. No hay ninguna necesidad de inventar cuando todavía queda tanto por saber, y sólo el conocimiento lo más exacto posible concede alguna medida de restitución. El que ha vivido cuenta lo que ha visto. A quienes escuchan les corresponde la tarea de prestar atención y aprender lo más posible, para que el olvido no pueda absolver a los verdugos. Yo pienso con remordimiento en tantas personas de las que pude haber aprendido y a las que no pregunté, por descuido, por indiferencia, por creer que estarían siempre disponibles. Cuánto pudimos y debimos preguntar cuando aún había tiempo, cuando estaban lúcidas y en plenitud de facultades personas que habían vivido la República, la guerra, la Resistencia en Francia, los campos de concentración alemanes, la negra posguerra española: cuántas historias como las que no ha dejado nunca de contar Ernest Michel nos hemos perdido. Leyendo su testimonio me he acordado de mi amigo Antonio Colino, que tenía más de noventa años cuando me cité con él una tarde para que me contara sus recuerdos de la guerra en Madrid. Sacó del bolsillo una hoja cuadriculada en la que había apuntado las cosas que no quería que se le olvidaran. Pero el hilo se había vuelto borroso, y muy poco después se cortó para siempre.
Gracias a la mediación de William Chislett acabo de descubrir un yacimiento de memoria del que no tenía ninguna noticia, que se ha abierto delante de mí como un país entero hecho de negrura: sabemos bastante de las vidas de los republicanos españoles en los campos de concentración alemanes, pero yo no tenía ni idea sobre los que acabaron en los campos soviéticos. Chislett, buscador de libros sin sosiego, me ha dado noticia de un trabajo de investigación doctoral de Luiza Iordache, Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), publicado hace dos años por el Institut de Ciències Politiques i Socials de Barcelona. La historia despierta más angustia al comprender el poco caso que se les ha hecho a los testigos y la rapidez con la que uno por uno se estarán extinguiendo. Jóvenes aviadores republicanos que a principios de abril de 1939 estaban terminando sus cursos de pilotos en la URSS y ya no pudieron salir del país; marineros de buques mercantes que habían llevado armas y suministros a la España republicana y se quedaron atrapados en el puerto de Odessa al final de la guerra; niños en edad escolar enviados a la URSS, extraviados en la guerra y la miseria, condenados a trabajos forzados en los campos más crueles de más allá del Círculo Polar Ártico; militantes comunistas que al llegar a lo que habían imaginado como un gran paraíso se encontraron en el interior de una cárcel. Querer marcharse de la URSS ya era de antemano un delito: entre los documentos pavorosos que ha rescatado Luiza Iordache están las pruebas de la saña inquisitorial con que los dirigentes del Partido Comunista Español en Moscú persiguieron a los compatriotas o ex camaradas que se atrevieron a manifestar alguna forma de disidencia. El libro de Iordache está lleno de listas de nombres que yo no había escuchado nunca, de libros de memorias publicados o inéditos de los que yo no tenía noticia. Una vez que el hilo se corta ya no hay manera de repararlo. Algunas formas extremas de olvido no serían posibles sin una especie de conspiración colectiva.

Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956). Luiza Iordache. Institut de Ciències Politiques i Socials. Barcelona, 2007. 142 páginas. 15 euros. Promises to Keep. One Man's Journey Against Incredible Odds. Ernest W. Michel. Barricade Books, 2008. 320 páginas.

 El País, Babelia, Antonio Muñoz Molina, Hilos Cortados 


EL País, suplemento cultural Babelia, 13 de febrero de 2010 
Santos Juliá 

HISTORIA. "QUIEN SABE DE DOLOR, lo sabe todo", escribió Alexandr Solzhenitsin en su Archipiélago Gulag, y todo llegaron a saber estos pilotos, marineros, “niños de la guerra” y exiliados republicanos a los que, para su desgracia, sorprendió el fin de la Guerra Civil española y el inminente comienzo de la Segunda Guerra Mundial en tierras soviéticas. A su odisea, sólo conocida por testimonios fragmentarios, ha dedicado Luiza Iordache una tesis doctoral, basada en una rica y original variedad de fuentes documentales y entrevistas personales, de la que este libro ofrece una excelente síntesis. No debería tardar la publicación íntegra de estas biografías extraordinarias; entre tanto, será preciso destacar que el trabajo de Iordache vuelve a dar la razón al Nobel ruso cuando confiaba en que "tarde o temprano se acaba explicando la verdad sobre todos los acontecimientos de la historia". Escribió Solzhenitsin que ésta era la esperanza de todos los que sufrieron aquella terrible experiencia: que algún día se contara. Han pasado muchos años, pero los republicanos españoles que penaron en el Gulag la culpa de haber manifestado su deseo de abandonar la Unión Soviética para dirigirse a cualquier otro país de acogida ya tienen también quien ha contado su historia.

 http://www.icps.cat/archivos/novedades/archivos/GPM12ELPais.pdf


El Imparcial, 28 de marzo de 2010
Españoles olvidados en el Gulag

William Chislett

Para mi los dos capítulos más tristes y crueles del siglo XX para España en el mundo han sido la muerte de dos tercios de los más de 7.000 españoles internados en Mauthausen, el campo de concentración nazi en Austria, y el encarcelamiento de unos 270 españoles en el Gulag soviético, algunos de los cuales murieron. Son las dos caras del totalitarismo del siglo XX.
En ambos casos, estas personas luchaban a favor de la Republica durante la Guerra Civil. Sobre la tragedia española en Mauthausen se ha escrito bastante (están conmemorados con una placa), se ha emitido algún documental y se conocen las fotos de Francisco Boix (internado allí), pero el drama de los españoles en el Gulag ha permanecido mucho más en la oscuridad. Bienvenido sea por ello el librito pionero de Luiza Iordache, “Republicanos españoles en el Gulag (1939-56)” (un resumen de su tesina), publicado por el Institut de Ciències Polítiques i Socials de Barcelona, que no ha tenido el eco (un par de líneas en El País) ni la distribución que merece (el ejemplar que yo pedí tardó un mes en llegar y no por culpa del correo).
La historia, relatada en 85 páginas, es conmovedora y con nombres y apellidos (hay una larga lista de algunas de las victimas al final del libro). Los españoles republicanos, pilotos (enviados por el Gobierno de la República para realizar cursos en la URSS), marinos (tripulantes de los barcos que realizaban el transporte de materiales de guerra y víveres), exiliados y algunos “niños de la guerra” y sus maestros se encontraron en una difícil situación al final de la guerra en 1939. La no intervención en el conflicto español por parte de Francia e Inglaterra forzó al bando republicano a depender, casi exclusivamente, de la ayuda de la Unión Soviética.
Muchas de estas personas querían regresar a sus familias en España, aunque corrieran peligro en la dictadura de Franco, o ir a otro país, preferentemente en América Latina por la afinidad lingüística y cultural, pero esta actitud fue considerada tanto por el Partido Comunista Español (PCE) como por las autoridades en Moscú como antisoviética/trotskista (“enemigo del pueblo”). Todo el que no es comunista es anticomunista, el que no esta conmigo está en contra de mi fue la mentalidad estalinista. Pocos lograron el permiso para salir.
Entre los casos más dramáticos está el de Federico Gonzalo González, condenado en 1941 por su negativa a participar en una suscripción voluntaria al empréstito interno del Estado con el 10% de su sueldo; Joan Bellobi Roig, casado con una rusa, condenado por haber enseñado una foto de sus familiares residentes en España, de los que afirmó que iban bien vestidos, apreciación que en aquellos tiempos podría ser considerada como propaganda antisoviética; Julián Fuster Ribó, médico, arrestado en 1948 por haber olvidado colgar la contraseña de entrada en el trabajo dando lugar a un cruce de réplicas que en aquellos momentos podían ser consideradas antisoviéticas (no pudo regresar a España hasta 1959) y Juan Blasco Cobo metido en un calabozo frío y lleno de barro donde para maximizar la desesperación del preso y extraer su confesión se utilizaba el método de “gota de agua” que caía del techo (el año pasado vi una de estas celdas en la cárcel en Berlín de la Stasi, la policía secreta de la antigua República Democrática de Alemania). Fuster, internado en uno de los peores campos de trabajos forzados en la región de Karaganda, sale mencionado en Archipiélago GULAG del escritor ruso Alexander Solzhenitsyn.
En 1948, José Tuñón, que había llegado a la URSS como un “niño de la guerra”, se metió en un baúl de un diplomático argentino en un avión y cuando llevaban 12 minutos volando empezó a golpear dentro de la maleta porque se asfixiaba. Fue descubierto.
Pocos pudieron entender por qué fueron detenidos y en la mayoría de casos mandados a un campo. Preguntada al respecto, la poeta rusa Anna Ajimátova, con amigos entre la comunidad española, dijo: “¿Por qúe? ¿Cómo por qué? Ya es hora de saber que a la gente se le detiene por nada.” Paco Ramos sí sabía. En una entrevista en 1977 dijo que “por aquello que estaba viendo en la URSS no había yo luchado en España.” Precisamente, las autoridades soviéticas, en el contexto de la guerra fría, querían evitar a toda costa la difamación de la URSS y del PCE que suponía la salida de los exiliados españoles.
Particularmente vergonzoso, aunque no sorprendente, era la complicidad de los dirigentes comunistas españoles Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Fernando Claudín, entre otros, en la persecución de sus compatriotas acusados de disidentes, y que seguían manteniendo silencio sobre el asunto, que conocían de antemano, cuando empezó una campaña a partir del 1947 en el extranjero para lograr la liberación de los españoles en los campos. Carrillo, en cuyo libro de memorias (1993) evita cualquier referencia a estos asuntos, llamó a las personas que querían salir de la URSS en una reunión en 1947, según recuerda el comunista italiano Ettore Vanni, “traidores que dejan el país socialista para ir a vivir entre los capitalistas.” Alguien gritó en la reunión, “hay que darles un tiro de la espalda.”
Para combatir las “calumniosas noticias” sobre los presos españoles que empezaron a ser publicados en el extranjero, la revista Novi-Saet (Tiempos Nuevos) señalaba que los pilotos vivían en los mejores hoteles de Moscú y los marinos en los mejores de Odessa. De los más surreal es que algunos presos trabajando en una fábrica de papel leyeron esta noticia en Novi-Saet.
El librito de Iordache merece ser de lectura obligatoria para alumnos de la ESO, junto con la historia de los españoles en Mauthausen.

http://www.williamchislett.com/2010/03/espanoles-olvidados-en-el-gulag/ 

Luiza Iordache, Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956), ICPS, 2008. Magdalena Garrido Caballero
Anna Grau: Tras la pista de lo imposible: republicanos español es en el gulag
Luiza Iordache: Republicanos españoles en el Gulag (1939-1956) . Barcelona: Institut de Ciències Polítiques i Socials 2008. Cecilia Gil Mariño

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones.  

"El PCE sigue sin reconocer que hubo republicanos españoles en el Gulag"

ABC, 20 de junio de 2010

Alfredo Valenzuela 


Joven historiadora rumana afincada en España, autora del premiado «Republicanos españoles en el Gulag», ha documentado la tragedia de más de 300 “rojos” españoles en campos de concentración soviéticos, entre ellos trece andaluces y los marinos sevillanos Antonio Vela Rodríguez y Francisco González de la Vega. 

Luiza Iordache Historiadora

—El exilio español cuenta con muchos estudios, pero el suyo es el primero sobre republicanos en el Gulag ¿Por qué?

—La materia, en el ámbito académico, es joven pero en desarrollo gracias en parte al libre acceso a los archivos y a la ausencia de la censura, lo que facilita nuestra labor de historiadores, en detrimento de la mitografía.

—Ha documentado a cientos de republicanos españoles en el Gulag ¿serían muchos más?

—Tengo una relación nominal de más de 300 represaliados por «delitos comunes y políticos», aunque pueden aumentar.

—¿Querer abandonar la URSS era traición?

—También desacuerdos con la línea oficial del partido, visitas a las embajadas extranjeras o algún comentario banal que era interpretado como blasfemia, eran «traición», «espionaje» o «sabotaje», es decir, largos años de campos.

—¿Sufrieron torturas los republicanos españoles a manos soviéticas?

—Al igual que los soviéticos y otros extranjeros, recibieron pavorosas torturas en las cárceles. Después vino el trabajo forzado en remotas zonas siberianas, el hambre, el frío, las enfermedades, la sombra de la incertidumbre, de la muerte. Pero el sistema concentracionario soviético fue más que tortura. Fue una negación en su forma más horrenda de lo humano.

—¿Hasta cuándo negó el PCE la existencia del Gulag?

—Nunca reconocieron la existencia de republicanos españoles en el Gulag.

—En su libro afirma que «particularmente lacerante» fue el papel de Carrillo, Pasionaria y Claudín en la persecución de patriotas correligionarios acusados de disidentes…

—Ibárruri mandaba. Otros colaboraban. Habría que añadir a Mije por sus falaces acusaciones desde Francia tildando a los internados de Karagandá de «falangistas».

—¿Toda la represión soviética contra republicanos españoles fue respaldada por el PCE?

—Sobre esta tragedia siempre pesará la responsabilidad del PCE, que tampoco hizo nada para la liberación de los presos españoles.

—¿El PCE alentó esa persecución, con Pasionaria diciendo en 1948 que sólo abandonarían territorio soviético quienes tuvieran «un expediente político positivo»?

—Más que alentarla, la favoreció. Y esta política de puertas cerradas fue una constante hasta 1956.

—¿Carrillo dio conferencias en París negando los campos de concentración donde permanecían los republicanos españoles, conociéndolos?

—Toda la cúpula del PCE en la URSS lo sabía. La conferencia y los artículos en la prensa comunista española eran una manifestación más de la cuidada coreografía que propugnaba la «magnífica vida» allí.

—¿Más que las detenciones de republicanos, a los dirigentes del PCE les preocupaba «su propia imagen»?

—Ante todo, evitar cualquier hipotética difamación de la URSS, como todo partido bolchevizado.

Muñoz Molina

—Escritores como Muñoz Molina han confesado que de estos republicanos represaliados en la URSS no tenían noticia. ¿Se da por satisfecha?

—Las reseñas en la prensa fueron una grata sorpresa. Pero este «librito» derivado de mi tesina no me ha complacido lo suficiente, razón por la que prosigo con el tema en la tesis doctoral, con el apoyo de una extensa documentación.

—El secretario general del PCE dice que España es el único país que tiene a un tirano en un mausoleo. ¿Considerará a Lenin un demócrata?

—No sé, habrá que preguntarle.

—La tumba de Stalin tampoco está mal…

—Desde 1961, Stalin yace en una simple tumba en la Muralla del Kremlin, con el único ornamento de un busto suyo en granito.  

—Hay quien ha pedido que los restos de Franco vayan a una cuneta. ¿Será ése un camino para la reconciliación nacional?

—Como ciudadana, veo más apropiada una tumba corriente en un cementerio normal. Como historiadora defino la reconciliación nacional como un largo proceso que durará generaciones.

—¿Se buscarán los restos de los republicanos españoles muertos en el Gulag, si lo piden sus familiares, según la Ley de Memoria Histórica?
—No. Sería una labor titánica hallar tumbas probablemente ya desaparecidas. Ante todo, tenemos que recuperar sus nombres y homenajearlos de la misma manera que se ha hecho con los internados en los campos de exterminio nazis.  

http://sevilla.abc.es/20100620/cultura/sigue-reconocer-hubo-republicanos-201006201026.html

  La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones. 

2 de mayo de 2015

Los médicos republicanos españoles en la Unión Soviética

Miguel Marco Igual 




La emigración republicana española en la Unión Soviética es una gran desconocida para el público general. Posee rasgos que la hacen diferente de la que se dirigió a otros países. Pequeña en número, las dos terceras partes de sus 4.500 integrantes fueron niños evacuados que se hicieron adultos en el país de adopción. A ellos se han de sumar varios grupos de personas enviadas por el Gobierno republicano que ya se encontraban en la URSS al final de la Guerra Civil, así como los exiliados políticos relacionados con la militancia del PCE. Esta emigración española heterogénea se desenvolvió en medio de unas condiciones de vida difíciles, con escasas posibilidades de discrepar en un mundo rígidamente controlado por la maquinaria del poder estalinista.

Los profesionales de la Medicina son unos excelentes testigos de lo que acontece en el mundo y su biografía es la de la sociedad a la que pertenecen. En la II República algunos médicos españoles viajaron a la URSS para conocer su organización sanitaria. Durante la Guerra Civil española, la Unión Soviética se volcó en apoyo del Gobierno republicano, que había quedado aislado en el concierto internacional. Uno de los principales interlocutores en las negociaciones con el Gobierno soviético fue un médico, Marcelino Pascua, embajador en Moscú. Al final de la contienda, una veintena de médicos y odontólogos españoles habían emigrado a la URSS. Más tarde, cerca de un centenar de niñas y  niños de la guerra estudiaron la carrera de Medicina en este país y muchos de ellos regresaron a España en los años cincuenta. Otros lo hicieron más tarde, algunos después de haber residido un tiempo en Cuba, colaborando con la Revolución castrista. En fin, la historia de un colectivo del que poco se sabía hasta hoy.


Miguel Marco Igual nació en Manzanera (Teruel) en 1954. Aragonés de cultura catalana, es doctor en Medicina y especialista en Neurología. Trabaja en el Hospital de Sabadell (Barcelona) con dedicación preferente a la esclerosis múltiple y a la epilepsia. Desde la infancia vivió de cerca el mundo del exilio por motivos familiares. Interesado por la historia contemporánea, ha centrado su atención en la emigración española en la Unión Soviética, quedando cautivado por la vida de los médicos republicanos que residieron en este inmenso país.



Los médicos republicanos españoles exiliados en la  Unión Soviética

Medicina&Historia, 1 (2009) 
Miguel Marco Igual
Hospital Parc Taulí - Sabadell




Este estudio pretende mantener vivo el recuerdo de algunos médicos españoles, a quienes les correspondió ser  protagonistas de una época muy dura de nuestra historia contemporánea. Fieles a la II República, vivieron una  parte más o menos prolongada de su exilio en la URSS. La mayoría no alcanzaron grandes cuotas de reconocimiento  profesional y científico, pero sus vidas fueron un ejemplo de lucha contra la adversidad y de coherencia con sus ideas.

Este trabajo forma parte de un libro de próxima aparición dedicado a los médicos y otros profesionales sanitarios españoles que residieron en la Unión Soviética, tanto los que llegaron adultos, como los «niños de la guerra» que  se hicieron médicos en ese inmenso país.

Juan Planelles Ripoll
Josep Bonifaci Mora
Carlos Díez Fernández
Rufino Castaños Martínez 
Victoriano Hombrados López
Josep Maria Fina Coll
Ángel Escobio Andraca 
Florencio Villa Landa
Manuel de la Loma Fernández-Marchante
Julián Fuster Ribó 
Juan Bote García  

1 de mayo de 2015

Mapa del Gulag

RUSO

НИПЦ "Мемориал", при содействии фонда Фельтринелли и кафедры картографии географического факультета МГУ
Fuente: Мемориал


Mappa del Gulag. Fuente: Associazione Memorial



La lucha por la libertad en el país de los soviets. La fuerza gallega que retó a Stalin

Faro de Vigo

La negativa de republicanos a seguir viviendo en la URSS puso en jaque a los soviéticos que acabaron por encarcelar a gallegos disidentes » Un nuevo libro trata sobre ellos



A finales de los años 30 y principios de los 40, para una inmensa mayoría de republicanos españoles pisar la entonces denominada Unión Soviética suponía un "honor". No olvidaban que en la Guerra Civil, la cuna de Stalin había ofrecido ayuda material al bando republicano además de acoger a los "niños de la guerra" evacuados. Como añadido, en ellos, había hecho mella la propaganda de revistas soviéticas ilustradas que alababan la situación de campesinos y obreros del "país idílico del proletariado". Eran jóvenes, rebeldes. Algunos querían comerse el mundo, otros simplemente ser libres o vivir.

El destino quiso que personas como el piloto de aviación ourensano José Romero Carreira y más de medio centenar de marinos mercantes gallegos de los barcos de la República que trasladaban mercancías entre la URSS y España quedaran en la Unión Soviética sin posibilidad de regreso a casa o sin poder lograr un rápido traslado a países como México. Lo mismo ocurrió a niños de la guerra o a exiliados que se hartaron de la realidad soviética y desearon regresar a casa o, simplemente, cambiar de vida en otras latitudes.
Una buena parte de ellos, como ya es sabido, acabaron en los campos de trabajo e internamiento (gulag) acusados de traicionar a la patria de los soviets o de ser espías. La obra En el gulag. Españoles republicanos en los campos de concentración de Stalin, de la investigadora rumana pero afincada en España Luiza Iordache, profundiza sobre estas vidas que darían para meses y meses de metraje de películas.
La obra (RBA Libros), de 663 páginas, supone una de las investigaciones más detalladas sobre los republicanos españoles en los gulag. "Durante más de tres años, he ido tras la pista de los grupos de republicanos españoles en el gulag. He escudriñado casi una treintena de archivos, fundaciones, centros de documentación y bibliotecas, amén de buscar y rescatar del olvido algunos de los archivos personales de las víctimas", escribe Iordache en el volumen. En este, apunta que la cifra del exilio republicano español en dicha república alcanzó a 4.315 personas entre marinos, aviadores o estudiantes de la academia de aviación, niños, profesores o exiliados.
El libro repasa vidas, acontecimientos históricos, que hielan el alma al conocer la lucha -infructuosa para algunos, ya que fallecieron en los campos de concentración- de ser repatriados a España o enviados al extranjero reclamando a Stalin o Nikita Jrushchov su liberación.
En una carta desde el campo de Karagandá, en enero de 1947, dirigida a familiares de presos en Asturias, Pobra de Broullón en Lugo y Cáceres se señalaba que "llevamos diez años no pudiendo conseguir nuestra repatriación y los últimos cinco esclavizados, sino fuese una cosa tan delicada para un país que pregona tanto el bien".
Finalmente, la liberación llegaría para la gran mayoría en 1954, un año después de fallecer Stalin. Otros como el cirujano Julián Fuster Ribó -nacido en Vigo y del que el suplemento Estela de FARO ha publicado algún retazo vital- la liberación del gulag llegaría en 1955 pero el permiso para viajar a España no se produciría hasta 1959. "El médico -señala Iordache- fue a parar a uno de los campos concentracionarios más duros del archipiélago Gulag: Kenguir, el campo central de las estepas".
Allí, el 16 de mayo de 1954 vivió uno de los episodios más cruentos de la insurrección de los 40 días de Kenguir cuando los presos invadieron el campo de las mujeres y reclamaron mejor trato. "Hacia las cuatro de la madrugada -relataba el propio médico en un escrito recogido por En el gulag- me despertó el tronar de un cañonero. (...) ¿De dónde podía proceder? Podía imaginar y prever heridas de bala en la situación en que vivía el campo, pero heridas de metralla capaces de destrozar un muslo no las había vuelto a ver desde la terminación de la guerra. Pero en un campo de presos indefensos, desarmados, aquel cañoneo me dejó atónito. Siguieron a un primer herido decenas de otros que en pocos minutos llenaron todas las salas y pasillos del hospital. Eran las cuatro y media cuando entré en quirófano: allí estuve sin poder abandonarlo hasta el siguiente día por la mañana. Protagonista de dos guerras, un sudor frío me cubría el cuerpo. Mis ayudantes me comunicaron lo sucedido. A las cuatro de la mañana, mientras todos dormían en el campo, los tanques habían irrumpido en el campo con los cañones enfilados y vomitando metralla. Todo duró exactamente diez minutos". El resultado fueron 120 muertos, cientos trasladados a cárceles especiales y otros miles trasladados a otros campos de Siberia". Esta argumentación la escribió Fuster en una carta protesta a Jrushchov.

http://www.farodevigo.es/sociedad-cultura/2014/09/14/fuerza-gallega-reto-stalin/1093792.html

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones. 

Cartas desde el Gulag

La Voz de Galicia

La historiadora rumana Luiza Iordache acaba de publicar el más completo trabajo sobre los republicanos españoles presos en los campos de concentración de Stalin. En él se incluyen las cartas que algunos gallegos enviaron denunciando su condición de esclavos y pidiendo su liberación

14 de julio de 2014 

El pasado 2 de abril se cumplieron sesenta años de la llegada a Barcelona del buque griego Semíramis, fletado por la Cruz Roja francesa y que trajo de vuelta a España desde Odesa (Unión Soviética) a 220 prisioneros de la División Azul -el grupo de voluntarios españoles que sirvió a Hitler en la Wehrmacht, el ejército alemán de la Segunda Guerra Mundial, entre 1941 y 1943-. La dictadura franquista preparó un recibimiento triunfal, tal y como relataba Giorgios Potamianos, hijo del armador: «Cuando nos acercamos a puerto aparecieron escoltándonos lanchas, barcos y hasta avionetas. Había tanta gente en el puerto que algunos cayeron al agua, y cuando atracamos, asaltaron el barco y la popa se llenó de tanta gente que el Semíramis empezó a escorarse peligrosamente. Recuerdo que pensé: después de haber superado once años en campos de trabajo y una travesía, ahora pueden morir ahogados en el puerto de Barcelona».
Por los altavoces se pidió a la gente que abandonara el barco. «Había un entusiasmo como no he vuelto a ver nunca», aseguró Potamianos. Pero entre el pasaje no había solo miembros de la división fascista, exultantes al volver a un país donde el Régimen los acogía con los brazos abiertos. A bordo del Semíramis también regresaba un grupo de republicanos españoles que habían pasado por el mismo largo cautiverio y que volvían con el corazón en un puño, entre la alegría de volver a ver a sus familiares y la incertidumbre de cómo se integrarían en la nueva situación política.
Diecisiete años pasaron estos pilotos y marinos republicanos sin poder salir de la Unión Soviética. Los primeros habían sido enviados a la base aérea de Kirovabad (hoy en Azerbayán) para recibir entrenamiento, y allí estaban cuando Franco entró en Madrid en 1939. La base cerró y los aviadores fueron dispersados por varios campos de concentración hasta acabar en la región de Karagandá (Kazajistán), uno de los núcleos del gulag estalinista. Allí se encontraron con tripulantes de varios mercantes españoles que habían sido incautados por la URSS en 1941, tras la entrada de los rusos en la Segunda Guerra Mundial.
Los marinos de uno de estos barcos, el Cabo San Agustín, vivieron su particular infierno en la telaraña de campos de trabajo comunista. Primero fueron enviados a Norilsk, una localidad de Siberia situada 300 kilómetros por encima del Círculo Polar Ártico. Los duros trabajos -fueron empleados en la construcción de una carretera y tenían que arrancar grandes bloques de hielo con barras de hierro-, la falta de ropa adecuada, enfermedades como el escorbuto, la disentería y el tifus y jornadas laborales de 12 horas al aire libre, en una zona que en invierno llega a los 50 grados bajo cero, diezmaron a los españoles. En tres meses murieron ocho, entre ellos los gallegos José Plata y Rosendo Martínez, de A Coruña. Así lo pone de manifiesto la historiadora rumana Luiza Iordache, profesora en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Internacional de Cataluña, que acaba de publicar En el gulag (RBA), un exhaustivo trabajo que arroja luz sobre la oscura historia de estos republicanos abandonados a su suerte.
Posteriormente los trasladaron a Karagandá, conocida como «la estepa del hambre», donde pasaron por los campos de concentración de Spassk y Kok-Uzek. En este último permanecieron cinco años, desde 1943, sobreviviendo cómo podían a los malos tratos y todo tipo de penurias. «El objetivo del gulag era económico, un rendimiento que se calculaba por los metros cúbicos de troncos cortados, por las toneladas de carbón extraídas o por los kilómetros de vía de tren construidos, metas alcanzadas con la vida de millares de presos -explica Iordache a La Voz-. Pero el gulag era también terrible: las masas de presos desarraigadas y despojadas de su identidad y sus derechos básicos, tratadas como ganado bajo la arbitrariedad y la brutalidad de los guardias durante los largos años de condena».
Un par de años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el régimen de incomunicación al que estaban sometidos -y que provocó que en algunos casos sus familiares en España celebrasen funerales por aquellos que seguían vivos a miles de kilómetros- se relajó un poco. Pudieron así empezar a enviar mensajes a sus allegados, unas veces a través de tarjetas postales de la Cruz Roja y otras por medio de terceras personas. El ourensano José Romero Carreira consiguió mandar, escrito en un pedazo de tela que portaba una prisionera alemana liberada, un mensaje para que fuera remitido a la mujer del presidente de Estados Unidos, Eleanor Roosevelt.
En sus cartas, los españoles dejan patente su desesperación por una situación injusta y que no acaban de comprender. «Nosotros, gente sin un credo político firme, deseamos la vuelta a la patria sin importarnos el matiz político del gobierno», escribe Romero Carreira. Precisamente, su deseo de regresar a un país fascista era uno de los escollos para que las autoridades soviéticas diesen su brazo a torcer. Las misivas no ocultan la durísima realidad -«sometidos a malos tratos y trabajos forzados, considerados como esclavos», denuncia el lucense Pedro Armesto- y reflejan la constancia del grupo de marinos y pilotos en su lucha por la libertad.
Gracias a estas cartas, la campaña internacional puesta en marcha para pedir su liberación consiguió dar sus frutos y en 1954, un año después de la muerte de Stalin, embarcaban en el Semíramis. El tiempo pasó y cubrió de oscuridad su historia, que ahora resurge de la mano de esas voces del pasado. Para Luiza Iordache, este «testimonio de puño y letra», en el que se plasman el dolor y la supervivencia en el gulag, es clave «para reconstruir la historia de otro horror del siglo XX y que la memoria no se pierda».


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