7 de agosto de 2015

Libros: Los últimos aviadores de la República. La cuarta expedición a Kirovabad





"La autora de este libro ha realizado una profunda investigación sobre un aspecto de la historia de España y, aún más, de la historia internacional de los años 30 a 50 del siglo XX, desconocido en gran medida: la formación de pilotos republicanos en la antigua Unión Soviética durante la Guerra Civil española, el largo internamiento de un grupo de ellos en campos de trabajo forzado soviéticos tras la derrota de la República española y su regreso tardío a España.
El tema expone una etapa histórica que cobra ahora gran actualidad debido al interés que tienen, no sólo los familiares de esos pilotos de la República sino también los historiadores contemporáneos españoles por saber, casi 70 años después, por qué cayeron en desgracia. El estudio quiere aclarar por qué, sin acusación alguna ni condena explícita, tuvieron que soportar durante quince años y en el más absoluto de los desamparos, las penalidades más duras en los campos estalinistas".

http://www.aena.es/csee/Satellite/VentaPublicaciones/es/DocPublic_FA/1237555477481/?enlace_volver=false 

Una vida difícil y navegada

Luciano Álvarez

En mayo de 1954 se rebelaron los presos del Gulag de Kengir. Amparados en la ilusión de que la muerte de Stalin fuera el origen de un nuevo tiempo expulsaron a los guardias y se organizaron para crear un efímero período de libertad.
No pretendían escaparse -eso era imposible-, apenas vivir como humanos. Formaron un gobierno provisional sobre bases democráticas; hombres y mujeres, hasta ahora separados por vallados, pudieron recuperar las sensación del contacto de sus cuerpos, hubo diversiones, actividades culturales, cultos religiosos y casamientos. Uno de los prisioneros, Aleksandr Solzhenitsyn, relató aquella ilusión de cuarenta días en el tercer tomo de Archipiélago Gulag.

A pesar de las negociaciones, todo terminó al amanecer de 26 de junio: soldados y tanques soviéticos entraron al campo y en diez minutos brutales terminaron con la revuelta. Los muertos y heridos se contaban por centenares.

Solzhenitsyn escribe: “Aquella noche en el hospital del 2º campo se encendió el quirófano: operaba el cirujano Fúster, un preso español”.

La enfermera Luibov Bershádskaya también dejó su testimonio: “Fúster […] me pidió que estuviera cerca de la mesa de operaciones y anotara el nombre de los que todavía podían pronunciarlo. […] Se pasó dos días con sus dos noches operando a heridos, sin parar, solo tomando té; al tercer día, cayó desmayado”.

Julián Fúster llevaba seis años en Kengir, un destino que nunca hubiese imaginado cuando llegó a la Unión Soviética. Había nacido en 1911, hijo de un militar catalán, se recibió de médico en 1935 y en 1936 se afilió, al ala catalana del Partido Comunista. Durante la guerra civil ocupó la jefatura de Sanidad del XVIII Cuerpo del Ejército republicano.

Caída Cataluña, en febrero de 1939 pasó a Francia y de allí a la Unión Soviética. Formaba parte del grupo privilegiado de miembros del Partido Comunista destinado a integrarse a los primeros escalafones de la sociedad soviética. En 1941 se enroló en el Ejército Rojo y fue cirujano jefe del hospital de Evacuación de Ulianovsk. Sus méritos de guerra se sumaron a su capacidad y obtuvo nuevos puestos; en 1946 entró a trabajar en el Instituto Burdenko de Neurocirugía.

Su integración a la sociedad soviética parecía exitosa. Su personalidad extrovertida, simpática, cultivada, aderezada por una bien ganada fama de mujeriego, le otorgaron un círculo de amistades. Se casó, primero con una española y luego con una rusa y tuvo dos hijas.

Pero Fúster estaba lejos de ser un oportunista y menos aun un miope y sordomudo moral. No le gustaba lo que veía. Entonces pidió la visa para radicarse en México, donde vivían su madre y su hermana. Fue el comienzo del acoso y la muerte civil. Un alto dirigente del partido comunista español le comunicó que la mera gestión de un pasaporte era, para ellos, indicio de un delito de anticomunismo y lo expulsaron del partido. Un día en el hospital le llamaron al orden por haberse olvidado de marcar la tarjeta de entrada. Fúster se enfrentó con el director y le apabulló con una serie de réplicas irónicas, sin perder la sonrisa. Era lo que esperaban: fue despedido por conducta antisoviética.

A pesar de lo precario de su situación, Julián no se privó de describir, en cartas -hipotéticamente destinadas a su hermana- la terrible situación de numerosos españoles en la Unión Soviética: hambre, mortalidad infantil, tuberculosis, suicidios y prostitución: “La culpa directa […] es de los dirigentes criminales del PCE, que son agentes mercenarios de Moscú. Aquí están sus nombres: en primer lugar Dolores Ibárruri, que sea maldito su nombre y que se coman los perros sus huesos; [...] Esta gente nunca logrará salir de Rusia porque para cualquier español honrado será un honor aniquilarlos”.

El 8 de enero de 1948 fue arrestado. Le esperaban ocho meses de duros interrogatorios en la Lubianka, cuartel general de la KGB (entonces llamada NKVD). El primer interrogatorio comenzó por el clásico: “¿Sabe por qué está aquí?” La respuesta no pudo ser más española: “Sí, tenía ganar de caer en sus manos para decirles que son todos unos hijos de puta y unos cabrones”.

Pero la tortura le hizo firmar toda las confesiones que le pusieron delante y fue condenado a veinte años de trabajos forzados, con el consuelo de que en el Gulag volvió a ejercer la medicina. Sus compañeros le adoraban por su calidad humana, su humor y su devoción al trabajo médico. También los carceleros lo respetaban, aunque cabeza dura e insolencia eran poco prácticas en el Gulag. Cuenta Solzhenitsyn que el coronel Chechev ordenó: “¡Que lo manden a la cantera! Dicho y hecho. Poco después enferma el propio jefe y hay que operar. Hay más cirujanos y podría ir a un hospital central, pero no, solo confía en Fúster. ‘¡Que traigan a Fúster de la cantera! ¡Me vas a operar!’ (pero se le murió en la mesa).”

En 1955 fue liberado; cuatro años más tarde, en mayo de 1959 pudo salir. Pasó por España y siguió viaje a Cuba, donde se encontraba, ahora, su familia. Es posible que la recién nacida revolución cubana reverdeciera viejas ilusiones, pero le bastó escuchar uno de los maratónicos discursos de Fidel Castro para leer entrelíneas. Escribió algunos artículos críticos en los que sospechaba que más allá de los rosarios y las medallas que usaba y sus apelaciones democráticas, Fidel era alumno de aquellos que ya conocía. Pronto notó que lo estaban siguiendo. Era hora de irse; volvió a España pero sus antecedentes “rojos” le impedían conseguir empleo, entonces logró un puesto en la Organización Mundial de la Salud y se fue al Congo hasta que la guerra civil obligó a su evacuación en 1964. En 1965 le llega la felicidad. Consiguió trabajo como cirujano en el Hospital Municipal de Palafrugell, una localidad de unos diez mil habitantes, sobre la Costra Brava catalana. Allí conoció a Carmen Ruiz y tuvieron un hijo en 1971. Su calidad humana pronto lo convirtió en un personaje del pueblo. Josep Pla, célebre escritor catalán, vecino suyo, escribió:

“Es un hombre que lo entiende todo porque prescinde de los prejuicios y de los convencionalismos. He tenido ocasión de hablar de muchas cosas con él. […] El hecho de que haya meditado, con la profundidad que lo ha hecho […] es un fenómeno insospechado y admirable. […] ¡Qué vida más larga, difícil y navegada!”. Julián Fúster murió el 22 de enero de 1991.

http://www.elpais.com.uy/opinion/vida-dificil-navegada-enfoque-alvarez.html

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones.   

19 de julio de 2015

En el infierno rojo. Cientos de republicanos españoles acabaron en un gulag por querer escapar de la URSS. La politóloga Luiza Iordache ha recuperado su memoria

28.03.10 - 03:16 -
D.L
Agustín Llona, Francisco Llopis y Juan Bote. Un marinero, un piloto y un maestro de los 'niños de la guerra'. Los tres acabaron en Siberia.

Harina de otro costal


Luciano Álvarez
La picaresca del Siglo de Oro español no hubiese desechado su historia. Pedro Cepeda, Perico, fue uno de los 2.895 niños españoles evacuados a la Unión Soviética entre 1937 y 1938, durante la guerra civil. Le acompañaba su hermano Rafael, de 12; él tenía 14.
Su primer destino fue Artek, famoso campamento de Pioneros, una de las vidrieras propagandísticas de la Unión Soviética. Allí recibió -probablemente sin descifrarla- la primera advertencia sobre su destino. Casi todos sus compañeros eran familiares de afiliados y dirigentes del Partido Comunista. Un buen día llegó Dolores Ibárruri, “Pasionaria”, la legendaria. Pasó revista a los niños, marcialmente formados:

-A ver, tú, Cepeda ¿Quién es tu padre?

-¿Mi padre?… Un obrero pintor.

-¿Del Partido?

-No. Está afiliado a la CNT (el sindicato anarquista).

-Ah, ¡entonces tú eres harina de otro costal!, concluyó con desdén.

Para el PCE, aquellos niños eran el tesoro de futuros dirigentes del partido, aquellos que habrían de gobernar España luego del triunfo. Sí, Pedro demostraría ser harina de otro costal: “Tozudo como una mula y tenaz rozando el cansancio, [...] carácter fuerte como el hierro, rozando la impertinencia, pues no se callaba”. Así lo describe su hija, Ana Cepeda. Nunca se tragó las consignas, la fe religiosa en Stalin, ni todas las monsergas que escucharía un día sí y otro también. Decía peligrosamente lo que pensaba y se reía de tanta solemnidad.

Desde Artek, los niños del grupo de los Cepeda fueron distribuidos entre las dieciséis casas destinadas a su formación. Pedro fue a Moscú y su hermano a Leningrado. Apenas se volverían a ver y Rafael moriría en la cárcel, por delitos comunes.

Pero aquellos primeros tiempos fueron coser y cantar, o mejor aún, comer y cantar. Visitaban fábricas, escuchaban discursos en honor al glorioso pueblo español “tumba del fascismo”, daban “vivas” al camarada Stalin y al partido, y sobre todo comían a cuerpo de rey. Además quería ser cantante y condiciones no le faltaban. Aunque la Pasionaria le dijo que el Partido no necesitaba tenores, se escapaba hasta el Bolshoi, para escuchar cómo ensayaban.

Perico aprendió rápido la lengua y otras cosas como trapichear en el mercado negro, robar un beso a su primera novia rusa en el parque Gorki y llevarse la reprimenda de un guardia de la Patrulla de las Juventudes Comunistas: “No somos frailes, pero tampoco amorales”, le advirtieron. “¡Coño, y en que quedó aquello del amor libre!”, habrá pensado Perico.

Aquella vida provisoria, algo parecida a la felicidad, terminó cuando Alemania invadió la Unión Soviética. En noviembre de 1941, con el enemigo a las puertas de Moscú, los jóvenes españoles fueron embarcados en un tren con destino a Barnaúl en Siberia, un viaje lento y terrible de 3.500 kilómetros.

Un plato de sopa de repollo bien caliente y un pedacito de carne de cabra, eran el lujo de alguna parada, el resto eran mendrugos y arreglarse como se pudiera. Los muchachos salían a los andenes en las paradas para cambiar sus imprescindibles abrigos por algo de comida en improvisados mercados negros. También hubo tiempo para ardores fugaces y precarios con muchachas que Perico no olvidaría.

Ya en el destino, un robo de sábanas terminó en su expulsión de la casa de los jóvenes españoles. Pedro había asumido una culpa colectiva mientras otros hacían su “autocrítica” y hasta pedían castigo para su compañero.

Desde entonces y hasta el fin de la guerra se las arregló como pudo, mientras repetía para sus adentros : “Y como ‘harina de otro costal que soy, reniego también de ser ‘harina del mismo saco’ que vosotros”.

La paz le trajo sabor a gloria: fue contratado como tenor dramático en la compañía del teatro Stanislavski. Ganaba bien; fueron buenas épocas a pesar de un matrimonio infeliz y su mala relación con los españoles que aún quedaban en Moscú, siempre listos para la conspiración, la denuncia y la alienación: “Cuando estaba rodeado de aquellos inmigrados sentía náuseas y, si se encontraba lejos de ellos, algo le faltaba”, cuenta Ana Cepeda.

En 1947 se derrumbó el castillo de naipes: le diagnosticaron un mal en la garganta y tuvo que dejar de cantar. Tenía apenas 24 años pero su vida había sido larga, sólo quería volver a España y encontrarse con sus padres.

Entonces se consiguió un empleo en la embajada argentina. Allí se encontró con otros españoles: José Antonio Tuñón, Francisco Ramos y Julián Fuster, también segregados por la Pasionaria y su pandilla por la pretensión de abandonar el paraíso. Se hicieron buenos amigos de Pedro Conde, panadero de profesión, “agregado sindical” de la embajada, cargo inútil si los había para un peronista en la URSS de Stalin.

Entonces idearon el plan maestro: Cepeda y Tuñón saldrían hacia la Argentina en valija diplomática. Durante tres meses se entrenaron en flexibilidad y resistencia, perdieron diez kilos para entrar en los baúles y los adecuaron para poder respirar y sostenerse firmes durante las manipulaciones y movimientos bruscos.

Por las dudas, Pedro dejó una carta para sus padres que decía: “Si tengo mala suerte no lloradme, sino odiad a todas las clases de dictaduras, culpables únicas de todas las desgracias”.

Obviaré las peripecias del fracaso.

Lo cierto es que, el 3 de enero de 1948 fueron detenidos. Conde fue expulsado de la URSS y los cuatro españoles al Gulag: trabajos forzados de 25 años para Cepeda y Tuñón y 20 y 10 para Fuster y Ramos. La muerte de Stalin terminó con su calvario a los siete años. Pedro volvió a cantar y a los 36 años encontró su compañera definitiva: Svetlana Étkina, una joven violinista de 21.

Sus intentos de salir de la URSS rebotaron contra el bloqueo de los comunistas españoles hasta que pudo llegar hasta el poderoso y ubicuo Anastás Mikoyán. En marzo de 1966, la familia se instaló en una modesta pensión del centro de Madrid; Svetlana consiguió trabajo como violinista en la orquesta de RTVE y Pedro como traductor. Tuvieron dos hijos.

Pedro Cepeda murió el 8 de enero de 1984, con solo 61 años a raíz de las complicaciones de una operación. Había consignado su larga peripecia en una infinidad de apuntes desordenados. Su hija Ana tomó para sí la tarea de recuperar esa memoria: ordenó, investigó, completó. El resultado es un libro de alta calidad titulado, lógicamente, Harina de otro costal (Madrid, Queimada Ediciones, 2014, 398 pp).  


http://www.queimadaediciones.es/cat%C3%A1logo-y-ventas/harina-de-otro-costal/
cepedaetkina.blogspot.com.es

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13 de julio de 2015

Los olvidados de Karagandá


Luciano Álvarez
El 31 de mayo de 2015 un pequeño grupo de españoles se encontraron en una aldea de la provincia de Karagandá, ex república soviética de Kazajistán. Spassk está en el centro del Archipiélago Gulag, acrónimo de Glávnoe Upravlenie Lagueréi, o Dirección General de los Campos, con el que se designa al sistema soviético de trabajo esclavo en todas sus formas y variedades.
Ese día se inauguró un austero monolito en memoria de los españoles que por allí pasaron y los que allí quedaron enterrados. Se sumaba a otros, erigidos por muchos países a los que pertenecían los 66.000 prisioneros de guerra, presos políticos y comunes que allí sufrieron el cautiverio y la esclavitud.

Grupo heterogéneo, si lo hay, el de estos españoles: hijos de miembros de la División Azul -españoles que lucharon junto a los nazis- y de republicanos y “niños de la guerra”, enviados a la Unión Soviética entre 1937 y 1938 por el gobierno de la República. José María Bañuelos, de 87 años, uno de aquellos niños, fue el único superviviente en condiciones físicas de afrontar el viaje. La trivialidad del motivo que lo llevó al infierno no es muy diferente a la de centenares de miles: “La necesidad hizo que robara un mono (un overol) y 200 gramos de pan. Me descubrieron y fui condenado a ocho años de trabajos forzados”.

Con esa ceremonia se cumplía una etapa más en la recuperación de la memoria histórica de unos 350 españoles que pasaron por el Gulag, una cifra pequeña, casi insignificante, entre los dieciocho millones de seres humanos que lo sufrieron, pero que representa, de por sí, el conjunto de las infamias del totalitarismo soviético, en su etapa más dura.

Durante la Segunda Guerra Mundial, había en la Unión soviética unos 4.500 españoles. Luiza Iordache, autora de “En el gulag” (RBA, 2014), una imponente investigación doctoral sobre este caso, los desglosa: 2.895 “niños de la guerra” evacuados durante la Guerra Civil y 1.338 maestros, educadores, padres que acompañaron a sus hijos y personas vinculadas al Partido Comunista.

También se encontraba un grupo de 190 alumnos que recibían instrucción aeronáutica en la 20ª Academia Militar de Kirovabad y 284 marinos de buques españoles a quienes sorprendió el fin de la guerra civil (1º de abril de 1939) en puertos soviéticos. Buena parte de estos últimos “exiliados circunstanciales” tuvieron la pretensión de salir inmediatamente, ya para regresar a España, ya para emigrar a otros países donde tenían familiares. Algunos pocos lo lograron durante el período del pacto germano soviético (agosto de 1939-junio de 1941), paradójicamente; luego ya no fue posible. El simple acercamiento a una legación extranjera, una palabra fuera de lugar, una queja, equivalían a un arresto por “espionaje” o “enemigo del pueblo”, interrogatorios, torturas, “confesiones” y penas de ocho a quince años en el Gulag.

Durante la guerra, otros españoles fueron internados en los campos: los prisioneros de guerra tomados a la división Azul. Pero también los llamados “desertores planificados” de la división, republicanos que se habían enrolado en ella con el objetivo de pasarse al ejército rojo en la primera ocasión, sufrieron el inesperado destino de los campos. El mismo camino trágico tuvo un grupo de republicanos que se encontraban en Berlín en 1945. Exiliados originalmente en Francia, estaban allí como mano de obra forzada. Durante la caída de la capital del Reich, eufóricos, ocuparon la abandonada embajada española, enarbolaron la bandera republicana y se pusieron en contacto con los soviéticos. Lejos de recibir en Moscú el re- cibimiento triunfal que es- peraban, fueron duramente interrogados y enviados a los campos. La paranoia estalinista no dejaba resquicios para la duda.

El partido Comunista español encabezado por Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y Fernando Claudín, instalados en la Nomenklatura, lejos de hacer algo por ellos, condenó y bloqueó toda voluntad de salir de la URSS; había que evitar los riesgos de una eventual propaganda “anticomunista”. Además, amenazaron, delataron la mínima crítica, y redactaron informes en los que no dudaban en acusar a muchos de sus compatriotas de “espías infiltrados”, o de “falangistas embozados”.

Mientras, en el Gulag, las divisiones que les habían llevado a matarse entre ellos se abolían: “...divisionarios, republicanos, falangistas; todos nos llevábamos bien, éramos españoles, nos uníamos para sobrevivir, respetábamos la ideología del otro, aunque en esas circunstancias no era lo más importante.” Así lo recuerda José María Bañuelos.

En Karagandá, “los internados civiles y los prisioneros de guerra se hallaban separados entre sí, lo que no impidió que se establecieran contactos entre ellos e incluso que hubiera relaciones sentimentales e hijos entre presos y presas de distintos confinamientos.” (Pilar Bonet, El País, 31 de mayo 2015).

A partir de 1946, los prisioneros de otras nacionalidades fueron liberados y gracias a ellos la Federación Española de Deportados e Internados Políticos (Fedip) supo de aquellos compatriotas. Su secretario general, Josep Ester i Borrás, veterano de la Guerra Civil, miembro de la resistencia francesa y sobreviviente del campo alemán de Mauthausenen, encabezó la campaña para la liberación mientras los comunistas españoles movilizaban todos sus recursos para negar los hechos, agraviar a la Fedip y sostener que en la URSS solo había españoles felices y algunos fascistas y traidores encarcelados.

Luego de la muerte de Stalin el régimen de Franco hizo su propia jugada para liberar a los prisioneros de la división Azul. Así, el 2 de abril de 1954, en medio de un enorme despliegue propagandístico, llegó a Barcelona el ‘Semíramis’ con 248 miembros de la División Azul a bordo; disimulados entre ellos también llegaron 38 republicanos.

Mientras, los demás sobrevivientes trataban de rehacer sus vidas sin cejar en sus deseos de salir del paraíso, la experiencia de Karagandá fue cayendo en los olvidos de la Historia hasta que comenzó a recuperar la luz merced a la tenacidad de historiadores como Luiza Iordache, a las memorias que algunos sobrevivientes escribieron y la pasión de sus hijos por vindicar sus vidas.
http://www.elpais.com.uy/opinion/olvidados-karaganda-enfoque-luciano-alvarez.html

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12 de julio de 2015

Libros: "El exilio cultural español en la URSS"

Natalia Kharitonova
El proyecto de este libro nació cuando estaba preparando mi tesis doctoral dedicada a la vida y la obra de César Arconada, uno de los máximos exponentes del exilio literario republicano de 1939 en Moscú. Si los españoles que residían en la capital rusa decían ‘el escritor’, según el testimonio del destacado periodista Eusebio Cimorra, también exiliado en la URSS, se referían a este literato palentino. Pero además de su actividad literaria, Arconada participó en numerosos actos culturales del y para el exilio republicano español en la Unión Soviética. Todos estos datos demostraban la envergadura y diversidad de las prácticas culturales de los españoles en la diáspora y su importante aportación a la sociedad soviética. En aquel entonces había muy pocos estudios que tratasen el tema del exilio republicano en Rusia, pero aún menos se conocía sobre la cultura de la comunidad española en este país. No obstante, en el proceso de trabajo uno tras otro llegaban a mis manos materiales, ensayos, manuscritos y testimonios que podrían constituir la base documental de un estudio que permitía comprender cómo era la vida de aquellos españoles que pasaron decenios enteros en Moscú, Leningrado u otras ciudades del vasto país soviético conservando el tesoro cultural y lingüístico a miles de kilómetros de España. Pero quizás el mayor impulso para un nuevo proyecto provino de las entrevistas con los propios españoles que vivieron en la URSS y con los que pude hablar de Arconada. No todo era la información histórica que compartían conmigo. Había entre ellos un obvio deseo de transmitir la memoria de un pasado práctica e injustamente desconocido en ambos países donde les tocó vivir, y la conciencia de que su vida cultural era algo realmente valioso e importante. Así surgió la idea de un estudio general que abarcara varios aspectos de las prácticas culturales de la comunidad exiliada, de las instituciones donde pudieron desarrollarlas y de los proyectos culturales soviéticos en los que colaboraron muchos de ellos. Finalmente, gracias al apoyo de la Agencia de Gestión de Ayudas Universitarias y de Investigación de la Generalitat de Cataluña fue posible llevar a cabo la investigación cuyo fruto está presentado en este libro.
Las fuentes principales fueron los documentos de los archivos de España y Rusia. Conforme a la norma archivística rusa un investigador al realizar la consulta inscribe su nombre en un listado que acompaña las cajas o carpetas que se le entregan. Debo confesar que en muchos casos me sentí como una exploradora de las tierras que durante varios decenios seguían inhabitadas: las hojas que registran los nombres de los que accedieron a la documentación sobre el exilio español permanecían intactas. También en varias ocasiones los datos se escondían entre los fondos generales de las instituciones soviéticas –y a veces son centenares de carpetas, como es el caso de la editorial “Progreso”-, y era necesario dedicar días repasando decenas de papeles, pero los hallazgos recompensaban el tiempo invertido.
Asimismo, el trabajo sería incompleto sin entrevistas con los que vivieron y trabajaron en la URSS, con los protagonistas de la vida cultural de la comunidad desterrada y los familiares de los ilustres exiliados. En 2009 pude conversar con Alejandra Soler que primero fue profesora de los niños españoles y luego, profesora de la Academia de Diplomacia en Moscú. En mis años de estudios de la lengua española leí su nombre en la tapa de un manual, pues es autora de uno de los libros que usamos entonces en el aula, y luego pude conocerla y escuchar la historia de su vida en su casa en Valencia. De hecho, a cada uno de los españoles que vivieron en la URSS y a los que pude entrevistar –y no fueron pocos- podría dedicarse un estudio especial. Recuerdo con mucho agradecimiento mis conversaciones con todos ellos. Estos encuentros aparte de su enorme valor documental, permiten percibir la dimensión humana de la experiencia del destierro, algo que suele permanecer al margen de una investigación histórica pero la nutre, inspira y le infunde un inestimable impulso vital.
Las dos partes del libro están dedicadas a dos vertientes de la vida cultural de los españoles en la URSS. Por un lado están las actividades culturales de los españoles en las instituciones propias que les permitieron mantener y conservar sus señas de identidad. En el centro de atención en este capítulo está la agenda cultural de las casas de niños españoles; del Club Español, fundado en el año 1946; y del Centro Español en la Unión Soviética que abrió sus puertas en los años sesenta y existe todavía hoy en día en la céntrica calle moscovita de Kuznetsky Most. Es importante destacar el equilibrio entre lo soviético y lo español que revela el estudio de esas actividades culturales. Asimismo, podemos descubrir una evidente evolución que habían experimentado los centros culturales de los exiliados en la URSS: de la dependencia de los organismos soviéticos hacia una notable independencia en los años del deshielo.
La segunda parte del libro está centrada en las colaboraciones de los exiliados en las instituciones soviéticas. Fue una enorme aportación para el desarrollo cultural de la URSS, así como para sus políticas culturales en el exterior. Se trata de la célebre editorial “Progreso” y la revista Literatura Soviética en español: dos importantes proyectos culturales que permitieron a los españoles exiliados consolidar la escuela de la traducción literaria del ruso al español, prácticamente inexistente en las etapas anteriores a su llegada.
Todos estos datos permiten reconstruir el proceso de la construcción identitaria de la comunidad española en la URSS, el diálogo intercultural y la aportación del exilio republicano a la cultura soviética. Los hechos hacen romper con la visión tópica del exilio español en la URSS y muestran que en su historia hubo diferentes etapas con sus características propias. Por eso en todo momento las actividades de los españoles han de inscribirse en el contexto histórico de la URSS, lo que revela la importancia del marco soviético para las prácticas culturales del exilio republicano en este país.

http://heraldodemadrid.net/2014/12/10/el-exilio-cultural-espanol-en-la-urss/

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Una deuda con Josefina Iturrarán

Por: | 09 de junio de 2015
Josefina Iturrarán se hubiera alegrado de saber que por fin ha sido erigido un monumento en memoria de los españoles que perecieron en el lager estalinista de Karagandá (Karlag), en la estepa de Kazajistán. A Iturrarán le corresponde el mérito de haber realizado la primera sistematización de los campos (dependientes del ministerio del Interior de la URSS o NKVD y del GULAG), donde estuvieron internados presos españoles a partir de 1941 y hasta los años cincuenta. Fue a mediados de la década de los noventa, hace más de veinte años, cuando, por encargo de EL PAIS, la investigadora trabajó durante varios meses en el archivo del Centro de Conservación de Colecciones Histórico-Documentales (antiguo archivo especial secreto fundado en 1946 para usos policiales políticos y judiciales, abierto al público en 1991).
Iturrarán emprendió la titánica tarea de examinar centenares de miles de fichas de presos de numerosas nacionalidades y estableció que los españoles habían estado internados en un mínimo de 20 campos a lo largo y ancho de la geografía soviética, desde Odessa y Donetsk, en Ucrania, hasta Ajmólinsk y Karagandá, en Kazajistán. Josefina descubrió además la orden secreta por la que el comisario del Interior Lavrenti Beria, el 26 de junio de 1941, había mandado internar en el campo de Norilsk, en el Círculo Polar Ártico, a varios contingentes de españoles residentes en la URSS. Al día siguiente fueron detenidas las tripulaciones de los mercantes de la República Española fondeados en Odessa.
El resultado de su trabajo fue “Una deuda con la historia”, un artículo publicado en EL PAIS el 12 de marzo de 1995, en el que Iturrarán pasaba revista al destino de los detenidos, marineros, pilotos, “niños” y emigrantes políticos, a los que se añadieron combatientes de la División Azul, algunos de los cuales se habían alistado precisamente para pasarse a la URSS.
Creía Josefina que, para cerrar ese doloroso periodo histórico, era necesario construir un monolito en memoria de los españoles en alguno de los campos por donde pasaron. En Karagandá su deseo se ha cumplido, pero ella ya no está entre nosotros para verlo.
La “niña de la guerra” que salió de Guernika en 1937 pocos días antes del bombardeo alemán, falleció en Moscú el 27 de enero de 2014 a los 90 años de edad.
Nos enteramos de su muerte con imperdonable retraso. Ucrania, en plena efervescencia,nos mantenía alejados de Moscú; en los últimos años, Josefina se empeñaba en no descolgar el teléfono y, además, había dejado de visitar el Centro Español. Apasionada e imaginativa,Iturrarán fue mujer de muchos talentos. Tras su llegada en barco a Leningrado en 1937 pasó por varias casas de niños de diferentes localidades hasta llegar a Odessa, ciudad donde estudió y donde tomó lecciones de canto. En 1940 se trasladó a Moscú, donde fue admitida en el conservatorio poco antes de que los alemanes invadieron la URSS en junio de 1941. Junto con otros niños españoles, huyó a Siberia y de allí, a Uzbekistán, en Asia Central, donde participó en la cosecha del algodón y comenzó estudios de Pedagogía.
De vuelta a Moscú se licenció en el Instituto de Lenguas con diploma de honor en 1952-53. Trabajó en el Instituto de Ciencias Sociales adjunto al Comité Central del PCUS y, ayudó a alfabetizar a militantes comunistas internacionales que, en un ambiente de clandestinidad e inscritos con nombres falsos, se preparaban para la revolución. Después pasó a la Academia Diplomática, de donde se jubiló en 1987. Conoció a Fidel Castro y al Che Guevara, grabó discos con canciones de Federico García Lorca, cantó para la Pasionaria, que apreciaba mucho su voz, para Pablo Neruda y para Rafael Alberti.
A lo largo de su vida, Iturrarán realizó múltiples investigaciones. Rescató las obras inéditas del músico Vicente Martín y Soler, que vino a Rusia invitado por Catalina la Grande en el siglo XVIII, y también correspondencia y grabaciones de Pablo de Sarasate y Pau Casals, asiduos de Rusia antes de la revolución de 1917, y fotografías y manuscritos de Rafael Alberti entre muchas otras cosas.
Josefina estaba especialmente satisfecha de haber conseguido que una calle de la ciudad de Nizhni Nóvgorod (en el Volga) fuera bautizada con el nombre de Agustín de Betancour, el ingeniero canario que desarrolló las obras públicas en Rusia a principios del XIX. Para conseguirlo, Iturrarán mantuvo cuatro años de correspondencia con Boris Nemtsov, cuando este político, asesinado el pasado febrero, era el gobernador de la provincia de Nizhnni Nóvgorod. Nemtsov, según explicaba Josefina, entendió que era importante honrar la memoria del artífice de los planos de recinto de la feria local.
Josefín investigó también la figura de José de Ribas, el fundador de la ciudad de Odessa en el siglo XVIII, quien luchó contra los turcos al frente de una flotilla de cosacos y estuvo aparentemente implicado en el compló que acabó con la vida de Pavel I.
Por sus méritos en la recuperación de la cultura española en Rusia, fue condecorada con al orden de Isabel la Católica.
La enterraron en el cementerio de Novodévichi, sin que pudiera llegar a cumplir su anhelo de ir a España, como dijo en una ocasión, para tener “un rinconcito con una cama y una mesa donde yo pueda escribir mis memorias y recuerdos y venga una persona una vez al día a traerme unos garbanzos”.

Una deuda con Josefina Iturrarán

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"Actos de Inuguración de Monolito en Memoria de los Españoles. Cementerio de Spassk-Karagandá"

Nexos-Alianza continua recibiendo premios por su documental “Los Olvidados de Karaganda”



Los últimos  recibidos han sido el “ Premio del Jurado” del  5th Dada Saheb Phalke Film Festival-15  de Nueva Delhi y el  LEIGH WHIPPER GOLD AWARDS BEST FOREIGN LANGUAGE, Documentary PHILAFILM The 38th Philadelphia International Film Festival & Market
Coincidiendo con la concesión de estos galardones se llevó a cabo la inauguración del Monolito erigido en el Cementerio de Spassk en Karaganda en Memoria de los fallecidos españoles en ese gulag y en homenaje a los que sufrieron cautiverio en los campos de Spassk y Kok-Usek .


Actos de Inuguración de Monolito en Memoria de los Españoles. Cementerio de Spassk-Karagandá

La opinión de la autora de este blog no coincide necesariamente con la existente en el material recopilado. Este es un blog de recopilación de datos, testimonios, artículos y otras publicaciones.  

17 de junio de 2015

Españoles en el Karlag




 
ÁREA DE INVESTIGADORES

El pasado 1 de octubre de 2013, en Astaná, el Presidente de la República de Kazajstán, Nursultán Nazarbáyev, entregó formalmente al Presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, durante su visita oficial a Kazajstán, una copia de los archivos históricos relativos a los españoles que vivieron y fallecieron en el Karlag. Dicha copia está siendo objeto de estudio por muchos investigadores.

Si está usted interesado en conocer estos documentos puede usted descargarlos en el siguiente vínculo de Dropbox: Archivo Histórico de españoles en el Karlag y si desea saber más acerca del Karlag y de los españoles  que estuvieron allí, no dude en consultar nuestra bibliografía Bibliografía españoles en el karlag.pdf

Para conocer más:

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16 de junio de 2015

Monumento "En memoria de los españoles aquí fallecidos, 1941-1954" Spassk 99, Karagandá

Karagandá: la estepa de los 34 gallegos «enterrados en vida»

Un monumento recientemente inaugurado en esta región de Kazajistán recuerda a los españoles presos en el Gulag, que agrupó a republicanos y miembros de la División Azul
  13 de junio de 2015. Actualizado a las 05:00 h.
FOTO: LVisión del cementerio de Spassk, una fosa común donde están enterrados aproximadamente 7.700 cuerpos (prisioneros de guerra e internados civiles extranjeros).  

El pasado 31 de mayo, fecha de la Conmemoración de las Víctimas de la Represión Política en la República de Kazajistán, se inauguró en el Memorial de Spassk un monumento en memoria de los españoles allí fallecidos entre 1941 y 1954. Como cada año, el pasado volvía a fundirse con el presente. Pero esta ocasión era especial para los españoles. España homenajeaba por primera vez a sus víctimas, las que perdieron la vida en la estepa de Karagandá, en Spassk 99 y Kok-Uzek, campos de trabajos forzados para presos soviéticos, prisioneros de guerra e internados civiles extranjeros durante la época estalinista. Al menos 34 gallegos pasaron varios años cautivos en estos campos y uno de ellos, Manuel Dopico, pereció y se encuentra allí enterrado.
 
La historia de Spassk, pequeña aldea de la antigua República Socialista Soviética de Kazajistán, está relacionada con la expansión del sistema de campos de trabajos y colonias de la URSS, el Gulag, acrónimo de Glávnoe upravlenie laguérei o la Dirección General de los Campos. Con el fin de desarrollar la agricultura en Karagandá y utilizar a los presos como mano de obra, la OGPU, el órgano de seguridad del Estado soviético, creó en 1931 el Karlag, el campo de trabajos forzados de Karagandá, uno de los más extensos y duraderos del Gulag. Hasta 1941, por aquellas alambradas pasaron miles y miles de presos, especialmente soviéticos, condenados a largos años de reclusión por delitos políticos y comunes.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la «Gran Guerra Patria», tras la invasión de la URSS por las tropas nazis en junio de 1941, determinó a las autoridades soviéticas a abrir nuevos campos o a reformar algunos ya existentes, en interés de la seguridad estatal. Tal fue el caso de Spassk, división que pertenecía al Karlag. Así, por orden del NKVD o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, sucesor de la OGPU, el 5 de julio de 1941 se creó el campo de Spassk Nº 99, destinado a prisioneros de guerra e internados civiles extranjeros. Con el mismo fin, en la región de Karagandá funcionaron otros tres, el lager de Baljash Nº 37 y los de Dzhezkazgan Nº 39 y Nº 502. Técnicamente estos campos, como otros repartidos por la Unión Soviética, no pertenecían al Gulag, sino al GUPVI, la Dirección General de Prisioneros de Guerra e Internados del NKVD.
Janagul Tursinova, directora del Archivo Estatal de la Región de Karagandá, señala que por el campo de Spassk 99 pasaron unos 66.000 prisioneros de guerra de 40 nacionalidades. Entre ellos, unos 127 prisioneros de la División Azul capturados en los alrededores de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, según consta en las fichas halladas en los Archivos Nacionales de la República de Kazajistán por el director de esta institución, Marat Absemetov. Aun así, ésta es sólo una cifra parcial, ya que más de 300 divisionarios sufrieron cautiverio en la Unión Soviética. Según datos oficiales, la URSS hizo más de 4 millones de prisioneros de guerra, en su mayoría alemanes, pero también soldados de otros países que lucharon con el Eje en contra de los Aliados, como austríacos, italianos, húngaros, rumanos y japoneses, entre otras nacionalidades.
Entre las 152 fichas recuperadas, también figuran las de 24 pilotos y marinos republicanos en calidad de internados civiles que vivieron separados de los prisioneros de guerra en Spassk 99 y otro campo próximo, el de Kok-Uzek. Investigaciones realizadas desde España confirman que el número de internados republicanos allí confinados fue más elevado, unas 70 personas, entre pilotos, marinos y maestros de los «niños de la guerra», sorprendidos por el desenlace de la Guerra Civil en la URSS, en comisión de servicio para el Gobierno de la República. Con anterioridad al internamiento en Karagandá, estos internados sufrieron cautiverio en campos duros del Gulag, como también lo hicieron otras 280 personas del bando republicano entre 1940 y 1957. Así, unas 350 víctimas pasaron por el Gulag: marinos, pilotos, exiliados políticos en la URSS, «niños de la guerra» evacuados a aquel país durante la Guerra Civil, maestros de éstos, y republicanos capturados en Berlín por el Ejército Rojo en 1945. Ellos forman parte de la memoria del Gulag que recluyó a unos 18 millones de personas, además de otras millones de víctimas del exilio y la deportación.
Muchos divisionarios y republicanos lograron sobrevivir a los rigores concentracionarios y regresar a España, repatriados en el buque Semíramis en 1954, en las expediciones del Krym de 1956 y 1957 o de la Serguei Ordjonikidze de 1959. No obstante, el frío y el hambre, la pésima sanidad e higiene, las enfermedades y el trabajo forzado, se cobraron sus víctimas mortales también entre los españoles repartidos por los campos del Gulag y del GUPVI. En Spassk 99, sus cuerpos yacen junto a otros en una fosa común convertida ahora en memorial. Fuentes kazajas subrayan que de los 7.700 prisioneros fallecidos en Spassk 99, catorce eran españoles: once divisionarios, dos marinos y un piloto. No obstante, éste es un expediente todavía abierto. Los testimonios de supervivientes relatan el fallecimiento de otros seis marinos y una maestra española entre 1942 y 1947.
Las alambradas de antaño, hoy desaparecidas, han sido progresivamente reemplazadas por monumentos que Alemania, Armenia, Bielorrusia, Corea, Estonia, Francia, Italia, Japón, Rumanía, Rusia, Ucrania, Polonia y otros países han levantado en memoria de sus ciudadanos. Desde el 31 de mayo de 2015, los españoles también tienen el suyo, un símbolo de respeto a la vida y a los derechos humanos atropellados por las circunstancias políticas y los regímenes dictatoriales de la época.
La inauguración del monumento se hizo con la participación del embajador de España en Astaná, Manuel Larrotcha, miembros del cuerpo diplomático y funcionarios de la Embajada, del cónsul honorario de Kazajistán en Barcelona, Aquilino Matas, además de autoridades de la región de Karagandá y representantes de distintas empresas españolas que contribuyeron a que esta conmemoración fuese posible. El acto contó con la presencia de una delegación de familiares y asociaciones que viajaron especialmente a Kazaijstán para rendir homenaje a la memoria de los que perecieron y sobrevivieron en las estepas de Karagandá y al Gulag.
Estaban presentes José María Bañuelos, un «niño de la guerra» de 87 años que fue víctima de los tiempos lúgubres de la postguerra soviética y superviviente del Karlag; Javier Bilbao, nieto de Antonio Echaurren Ugarte, marino del Cabo Quilates enterrado en Spassk; Luis Montejano, hijo de Vicente Montejano Moreno, el último superviviente del grupo de pilotos de Kirovabad internados en Spassk; Inmaculada Rodríguez, hija del divisionario Eusebio Rodríguez, prisionero en Spassk; Elías y Ana Cepeda, hijos de Pedro Cepeda Sánchez, preso político en los campos de Intá, Abez y Karagandá; Natasha Ramos, hija de Francisco Ramos Molins, preso político en los campos de Potma y Kutschino; Dolores Cabra, secretaria general de Archivo, Guerra y Exilio, asociación que recupera la memoria republicana y vinculada al Arxiu Nacional de Catalunya, depositario del Fondo del Centro Español de Moscú; León Urzaiz y Carlos León, de Nexos Alianza, productora del documental Los olvidados de Karagandá, dirigido por Enrique Gaspar; Alfonso Ruiz de Castro, vicepresidente de la Fundación de la División Azul, entidad que preserva y difunde el conocimiento de lo que fue la División Española de Voluntarios; el general Salvador Fontenla, autor de diversos trabajos sobre la División Azul; periodistas de Informe Semanal y Carmen Clara Rodríguez, de EFE, que cubrieron la noticia; y Luiza Iordache, en calidad de historiadora, especializada en el exilio español en la URSS y las víctimas republicanas del Gulag.
Pisar la misma tierra que sus padres o abuelos o pasear por los alrededores de un campo, parecido o idéntico a aquellos en que en su día estuvieron recluidos sus familiares, se convirtió en una experiencia única para los asistentes. Cada uno recorrió con sus propios pasos el cementerio de Spassk, sembrado aquí y allá con pequeñas cruces negras y otra grande que domina la estepa. Era ésta solo una parte de la ruta concentracionaria que emprendieron hace tiempo para recordar a sus seres queridos. Algunos lo hicieron con su testimonio, ayudando en la investigación y la divulgación, otros aportando los archivos personales de sus padres y sacando del baúl del exilio memorias, cartas y fotografías, testigos de otros tiempos y rumbos. Algunas de estas memorias han sido revisadas: Natasha Ramos revisó e hizo imprimir los escritos de su padre con el título Un camarada soviético ha apuñalado a otro camarada soviético, y Ana Cepeda hizo lo mismo recientemente al publicar Harina de otro costal.
La ruta también incluyó una visita a los Archivos Nacionales de la República de Kazajistán, auspiciada por Marat Absemetov y Abay Naymanov, director del Fondo Vernadsky de Kazajistán. En las vitrinas del archivo se exponen documentos, expedientes y fichas, entre ellas de prisioneros e internados españoles. Estas últimas están reproducidas en el álbum con el que fueron obsequiados los familiares, disponible para consulta en el Archivo Histórico de Españoles en el Karlag, en la página web de la Embajada de España en Astaná.
La última parada concentracionaria fue el Museo en Memoria de las Víctimas de la Represión Política, situado en Dolinka, en la antigua sede administrativa del Karlag. Nada más entrar, otra pequeña exposición recuerda a otros españoles, que en su búsqueda de libertad oprimida por un régimen dictatorial y los postulados del PCUS asumidos por el PCE en su exilio soviético, pararon al Archipiélago: Julián Fuster Ribó, el catalán nacido en Vigo, médico exiliado en la URSS y recluido en el campo de Kengir (Kazajistán), y cuyo archivo personal fue facilitado para la investigación por su hijo Rafael Fuster; y Pedro Cepeda Sánchez, «niño de la guerra» malagueño que intentó escapar de la Unión Soviética escondido dentro de un baúl de un diplomático argentino, y que fue a parar también al Karlag. Las realidades que vivieron ellos y demás presos llegan hasta el presente. Paulatinamente, el visitante se adentra en el sistema carcelario y la vida concentracionaria del Karlag, reconstruido con celdas de reclusión, pozos de tortura, salas de interrogatorio, mapas que cubren las paredes, barracones o el vagón Stolypin parado pero listo para embarcar a presos. El Museo de Dolinka impregna el Gulag en el recuerdo y la memoria. También los dos volúmenes sobre el Karlag, obsequios del centro y de su directora, Svetlana Bainova.
Así, todos los caminos de la ruta concentracionaria y de la investigación desembocan en la recuperación de los nombres y apellidos de las víctimas procedentes de las Españas de antaño, que volvieron a encontrarse en tierras lejanas y que descansan en el cementerio de Spassk: el piloto Rafael Segura Pérez; los marinos Antonio Echaurren Ugarte, Secundino Rodríguez de la Fuente, Guillermo Díaz Guadilla, Manuel Dópico Fernández, Emilio Galán Galavera, Francisco González de la Vega, Elías Legarra Bolomburo y Demetrio Mateo Sánchez; la educadora de «niños de la guerra» Petra Díaz Alonso; y, según fuentes kazajas, los divisionarios Enrique Vigil Noval, Antonio Gómez Gallardo, Marcos Gómez Pedro, Arturo Gutiérrez Terán, Mariano Ejido Francisco, José Castello Sancho, Nicolás López Sánchez, Francisco Naranjo Rodríguez, Juan Cristóbal Sánchez Vázquez, Juan Trias Diego y Felipe Fernández.

2 de junio de 2015

Monumento en memoria de los españoles fallecidos en Karaganda, en los campos de Spassk 99 y Kok-Uzek

Luiza Iordache
Monumento en  memoria de los españoles fallecidos en los campos de Spassk 99 y Kok-Uzek. LUIZA IORDACHE

España inaugura un monumento a las víctimas del estalinismo en Kazajistán

Inaugurado un monumento a los españoles internados y muertos en los campos del Gulag

Kazajistán 31 MAY 2015 - 22:49

Inauguración del monumento a los españoles del Gulaj en Karagandá. / Pilar Bonet
Los españoles internados y muertos en los campos del Gulag en Kazajistán ya tienen su monumento en la estepa, en la región de Karagandá. A ellos ha sido dedicada una sencilla piedra de mármol con una inscripción en castellano, kazajo y ruso, que fue inaugurada por el embajador de España en Astana, Manuel Larrotcha, este domingo 31 de mayo, fecha en la que, en virtud de un decreto del presidente Nursultán Nazarbáyev de 1997, se conmemora el día de las víctimas de la represión política.
El monumento a los españoles está frente a una inmensa campiña salpicada de cruces en la lejanía. Aquí estuvieron los campos de Spassk y Kok-Uzhek, dos de las muchas ramificaciones de Karlag (el lager de Karagandá), uno de los mayores campos del Gulag, que fue inaugurado en 1930 y clausurado en 1959. Por él pasaron decenas de miles de personas, desde prisioneros japoneses a alemanes hasta deportados de los Estados del Báltico. Las formas en piedra, mármol o madera que les dedican sus comunidades de origen delimitan hoy un espacio de reflexión simbólico, en el que la inmensa estepa desértica de Kazajistán se relaciona con los grandes traumas históricos del siglo XX en el continente euroasiático.
El monumento español, financiado por empresas españolas que operan en Kazajistán, se inauguró al mismo tiempo que un monumento a los estonios internados en Karagandá. A su alrededor, hay ya otras esculturas y monolitos dedicadas a los italianos, los alemanes, los franceses, los japoneses, los coreanos, los húngaros, rumanos, polacos, lituanos, entre otros, y también a los chechenos, el pueblo del norte del Cáucaso que fue deportado por Stalin a Kazajistán y Asia Central en 1944. Fue precisamente un miembro de la comunidad chechena de Kazajistán (formada por varios miles de personas) el que, en nombre de todos los represaliados, tomó la palabra en una ceremonia a la que asistían las autoridades de Karagandá, un viceministro de Exteriores de Kazajistán y una nutrida representación española formada sobre todo por familiares de las víctimas. El ministro de Exteriores español, José Manuel García Margallo, no viajó a Kazajistán, tal como se había esperado, pero de España, para participar en el evento, vino un superviviente del lager de Karagandá, José María Bañuelos Hidalgo, de 87 años.
Karlag fue uno de los campos de internamiento más grandes de la URSS y se subdividía en diferentes secciones. Los internados civiles y los prisioneros de guerra se hallaban separados entre sí, lo que no impidió que se establecieran contactos entre ellos e incluso que hubiera relaciones sentimentales e hijos entre presos y presas de distintos confinamientos.
Entre 1941 y 1954 por Karlag pasaron 152 españoles, de los cuales 138 fueron liberados y 14 perecieron aquí, según dijo en la ceremonia el embajador Larrotcha, quien subrayó que el monumento honra la memoria de “todos” ellos sin distinción. Las cifras mencionadas por el embajador se basan en las fichas personales de los detenidos, que fueron entregadas por Kazajistán a España en 2013. Aquella entrega representa solo una parte de los documentos contenidos en los archivos, pero dio un impulso al deseo de establecer una colaboración entre España y Kazajistán para eliminar las lagunas históricas.
“Tengo documentos de un mínimo de veinte españoles represaliados más”, manifestó Marat Absemétov, director del Archivo Nacional de la República de Kazajistán. Uno de los problemas para los investigadores, reconoce, es la gran cantidad de documentos que todavía no han sido desclasificados, entre ellos los expedientes personales de los presos, por los que, -a diferencia de las fichas-, es posible seguir por ejemplo, las sesiones de tortura y sus resultados sobre los represaliados.
“Trabajábamos 14 horas al día, era un régimen insoportable, estábamos hambrientos y agotados”, afirma Bañuelos, que llegó a la URSS como “niño de la guerra” procedente de Bilbao, y en 1947 fue condenado a una pena de prisión por no haber podido resistir la tentación de comerse un pan que no le pertenecía. Karagandá fue el primer campo que visitó Bañuelos en los 7 años que permaneció internado. En 1954, fue repatriado a España. De Karagandá recuerda que hizo buenos amigos entre oficiales de la División Azul allí internados. Bañuelos, junto con Vicente Montejano, que se quedó en España, son los últimos supervivientes españoles del lager de Karagandá.
 España se incorpora con retraso a la investigación sobre el exilio de sus ciudadanos a la URSS. Falta una investigación exhaustiva sobre exilio político y falta establecer cuántos republicanos españoles exactamente pasaron por el Gulag, afirma la historiadora Luiza Iordache. Muchos de los archivos están cerrados, como los del Comisariado del Pueblo sobre Asuntos Internos, señala la especialista, autora de una sólida investigación sobre los republicanos españoles en el Gulag.
A Karagandá, en la delegación española, viajaban Dolores Cabra, de la fundación Guerra y Exilio, el general Salvador Fontela, en representación de una fundación dedicada a la localización y repatriación de combatientes españoles y Alfonso Ruiz de Castro, de la hermandad de la División Azul.
Entre el grupo de familiares de presos llegados a Karagandá están los hermanos Ana y Elías Cepeda, cuyo padre, Pedro Cepeda, fue uno de los protagonistas del aventurado intento de fugarse dentro de un baúl en 1948. Los hermanos han escrito un libro a partir de la memoria de su padre titulado “Harina de Otro Costal”, a raíz de una frase atribuida a la líder del Partido Comunista de España, Dolores Ibarruri la Pasionaria en relación a Pedro Cepeda.
El monumento español y el estonio fueron inaugurados de forma consecutiva. En nombre de Estonia habló el ex presidente Arnold Rüütel, que hizo un discurso cargado de tonos políticos. “Aunque la Unión Soviética con su pasado delictivo ha dejado de existir, la Rusia de hoy oculta la historia relacionada con el Gulag y se niega a disculparse ante las naciones y los pueblos”, afirmó cargando sobre Moscú la responsabilidad del lager y formulando una larga lista de agravios. Rüütel dijo que las deportaciones que se llevaron a cabo tras la ocupación de los Bálticos “constituyen un delito contra la humanidad”. “Examinando la lista de las víctimas del gran terror, vemos que la región de Karagandá es una de las más siniestras de todas, y las listas de las víctimas incluyen incluso recién nacidos”, señaló.

http://internacional.elpais.com/internacional/2015/05/31/actualidad/1433105374_435029.html





España inauguró un monolito en recuerdo de españoles internados en Gulags


Karagandá (Kazajistán) 31 may (EFE). España inauguró hoy un monolito en memoria de los españoles que fueron confinados durante la era estalinista en el Gulags de Karagandá, centro de Kazajistán.
El acto coincidió con el Día de las Víctimas, el 31 de mayo, que los kazajos celebran anualmente desde su independencia de la ex Unión Soviética en 1991.
La conmemoración se celebró en la inmensa estepa donde están enterrados 7.700 personas, de 40 nacionalidades, según archivos de la antigua Unión Soviética.
De los 152 españoles internados en los distintos campos del Gulag 14 perdieron la vida en Spassk y Kok-Uzek, según la historiadora Luiza Iordache.
José María Bañuelos, uno de los "niños de la guerra" que logró salir de los campos de confinamiento, fue el único superviviente que asistió al acto.
El resto son descendientes de pilotos republicanos, divisionarios que lucharon con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y "niños de la guerra."
Los himnos de Estonia y España, los dos países que inauguraban monumentos, se escucharon en la estepa.
El embajador de España en Kazajistán, Manuel de Larrotcha, frente al monolito recién inaugurado destacó "la sinrazón de una época que truncó la vida de muchos seres humanos. Hoy quiero recordar a todos los españoles, sin excepción, que pasaron por los campos".
Larrotcha aseguró que hoy era el "día más importante" de su estancia como embajador en Kazajistán. "Rememorar la historia de estos hombres me emociona y reconforta", señaló.
En su alocución Larrotcha citó el documental "Los olvidados de Karaganda", patrocinado por el Ministerio de Asuntos Exteriores kazajo y realizado por la asociación Nexos Alianza, y que, según el embajador, fue el que dio a conocer internacionalmente este episodio.
El monolito fue bendecido por el nuncio de la Santa Sede, el español Miguel Mauri.
El alcalde de Karagandá, Nurmukhambet Abdibekov, aseguró que su país fue uno de los primeros en recordar a las víctimas de los campos de trabajos forzosos. EFE

http://www.elconfidencial.com/ultima-hora-en-vivo/2015-05-31/espana-inauguro-un-monolito-en-recuerdo-de-espanoles-internados-en-gulags_594433/

Siete españoles viajan a los gulags soviéticos en busca del pasado


Astana, 30 may (EFE).- Siete españoles llegaron hoy a Kazajistán para encontrarse con su pasado, anclado en el centro del país, en la estepa de Karaganda, donde se situaban varios de los campos de trabajos forzosos de Stalin, conocidos como los gulag soviéticos.
José María Bañuelos, de 84 años, uno de los "niños de la guerra" que fue trasladado a Moscú, es el único superviviente de los campos de Karaganda que está en condiciones físicas para afrontar un largo viaje en avión y autobús.
Bañuelos llegará el domingo, junto con el resto de los viajeros, a Spassk, uno de los campos donde fue confinado. Allí asistirá a la inauguración de un monolito, en recuerdo de los españoles que estuvieron confinados en los gulags.
El resto de los integrantes del grupo son hijos de divisionarios, españoles que lucharon junto a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial; descendientes de los "niños de la guerra", historiadores y miembros de fundaciones afines al tema.
Todos, de alguna forma, quieren recuperar sus raíces en un país donde kazajos y españoles compartieron frío, hambruna y necesidad bajo el régimen de Stalin.
José María Bañuelos, delgado, enjuto, se apoya en un bastón pero su paso es firme y decidido. Viaja solo "porque quería ver a algunos amigos que hice en los gulag o encontrarme con sus descendientes", señala.
El peregrinar de Bañuelos comenzó a los nueve años. Viajó desde Santurce (Bilbao) en el buque "Habana" a Francia y posteriormente a Leningrado, San Petersburgo, en la actualidad.
"Nos trataron bien, vivíamos en las llamadas casas para niños, que en realidad eran internados. Nos dieron una educación y durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de las necesidades siguieron ocupándose de nosotros", recuerda.
Cuenta Bañuelos que la sequía que sufrió La Unión Soviética en 1947 causó más penurias que la Segunda Guerra Mundial. "La necesidad hizo que robara un mono y 200 gramos de pan. Me descubrieron y fui condenado a ocho años de trabajos forzados", comenta.
Bañuelos trabajó en los gulags próximos a los Urales, en una mina de sal subterránea. "Llegamos 3.000 presos. En la primavera quedábamos 600. Es ahí donde conocí a otros españoles, combatientes de la División Azul y pilotos españoles que se habían formado en la Unión Soviética, quienes por distintas razones se encontraban presos", rememora.
Bañuelos recorrió los gulags que había desde los Urales hasta Karaganda. "Cada seis meses los rusos te movían. No querían que hicieras amistades. En Karaganda estuve dos veces y conocí a divisionarios, republicanos, falangistas; todos nos llevábamos bien, éramos españoles, nos uníamos para sobrevivir, respetábamos la ideología del otro, aunque en esas circunstancias no era lo más importante", dice.
Inmaculada Rodríguez es hija de un miembro de la División Azul; Elías y Ana Cepeda, autora de "Harina de otros costal", libro que narra el intento de fuga de su padre de la Unión Soviética, y Luis Montejano son hijos de niños de la guerra igual que Natash Ramos, quien conoció a su padre cuando tenía 10 años.
Javier Madrid es nieto de Antonio Echurren, marinero del "Cabo Quilates", un barco de transporte de mercancías cuya tripulación fue detenida en 1941.
Echurren fue trasladado a varios gulags y en Spassk perdió la vida. Sus restos mortales se encuentran enterrados en una fosa común junto a los de otros 4.000 prisioneros.
Todos ellos, con distintas circunstancias, pero con un denominador común: acercarse a su pasado, tratar de comprender el horror y honrar a sus familiares en la inauguración de un monolito.
Los expedicionarios fueron recibidos hoy por el embajador de España en Kazajistán, Manuel Larrotcha, quien ha contribuido a que el deseo de visitar Karaganda se haga realidad.
El director general de archivos kazako, Marat Abcemeton, y la directora de archivos de la región de Karaganda, Janagul Tursinova, mostraron a los españoles los documentos donde figuran los datos de 152 españoles que fueron confinados en los gulags soviéticos.
Una copia de las fichas, escritas en cirílico, con los datos de los familiares de estos nueve españoles y de Bañuelos fue otro de los obsequios.
Inmaculada Rodríguez, hija de un divisionario, al recoger la documentación comentó: "treinta años hasta que he podido tener la foto de mi padre".
Ana Cepeda, asegura que tiene sentimientos encontrados: "es un viaje al interior, a tu pasado y es doloroso; sí me alegra que se haga justicia". EFE

http://www.kazesp.org/index.php?option=com_content&view=article&id=307:siete-espanoles-viajan-a-los-gulags&catid=1:noticias 



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