Luciano Álvarez
En mayo de 1954 se rebelaron los presos del Gulag de
Kengir. Amparados en la ilusión de que la muerte de Stalin fuera el
origen de un nuevo tiempo expulsaron a los guardias y se organizaron
para crear un efímero período de libertad.
No pretendían escaparse -eso era imposible-, apenas
vivir como humanos. Formaron un gobierno provisional sobre bases
democráticas; hombres y mujeres, hasta ahora separados por vallados,
pudieron recuperar las sensación del contacto de sus cuerpos, hubo
diversiones, actividades culturales, cultos religiosos y casamientos.
Uno de los prisioneros, Aleksandr Solzhenitsyn, relató aquella ilusión
de cuarenta días en el tercer tomo de Archipiélago Gulag.
A pesar
de las negociaciones, todo terminó al amanecer de 26 de junio: soldados
y tanques soviéticos entraron al campo y en diez minutos brutales
terminaron con la revuelta. Los muertos y heridos se contaban por
centenares.
Solzhenitsyn
escribe: “Aquella noche en el hospital del 2º campo se encendió el
quirófano: operaba el cirujano Fúster, un preso español”.
La
enfermera Luibov Bershádskaya también dejó su testimonio: “Fúster […] me
pidió que estuviera cerca de la mesa de operaciones y anotara el nombre
de los que todavía podían pronunciarlo. […] Se pasó dos días con sus
dos noches operando a heridos, sin parar, solo tomando té; al tercer
día, cayó desmayado”.
Julián Fúster llevaba seis años en Kengir,
un destino que nunca hubiese imaginado cuando llegó a la Unión
Soviética. Había nacido en 1911, hijo de un militar catalán, se recibió
de médico en 1935 y en 1936 se afilió, al ala catalana del Partido
Comunista. Durante la guerra civil ocupó la jefatura de Sanidad del
XVIII Cuerpo del Ejército republicano.
Caída Cataluña, en febrero
de 1939 pasó a Francia y de allí a la Unión Soviética. Formaba parte
del grupo privilegiado de miembros del Partido Comunista destinado a
integrarse a los primeros escalafones de la sociedad soviética. En 1941
se enroló en el Ejército Rojo y fue cirujano jefe del hospital de
Evacuación de Ulianovsk. Sus méritos de guerra se sumaron a su capacidad
y obtuvo nuevos puestos; en 1946 entró a trabajar en el Instituto
Burdenko de Neurocirugía.
Su integración a la sociedad soviética
parecía exitosa. Su personalidad extrovertida, simpática, cultivada,
aderezada por una bien ganada fama de mujeriego, le otorgaron un círculo
de amistades. Se casó, primero con una española y luego con una rusa y
tuvo dos hijas.
Pero Fúster estaba lejos de ser un oportunista y
menos aun un miope y sordomudo moral. No le gustaba lo que veía.
Entonces pidió la visa para radicarse en México, donde vivían su madre y
su hermana. Fue el comienzo del acoso y la muerte civil. Un alto
dirigente del partido comunista español le comunicó que la mera gestión
de un pasaporte era, para ellos, indicio de un delito de anticomunismo y
lo expulsaron del partido. Un día en el hospital le llamaron al orden
por haberse olvidado de marcar la tarjeta de entrada. Fúster se enfrentó
con el director y le apabulló con una serie de réplicas irónicas, sin
perder la sonrisa. Era lo que esperaban: fue despedido por conducta
antisoviética.
A pesar de lo precario de su situación, Julián no
se privó de describir, en cartas -hipotéticamente destinadas a su
hermana- la terrible situación de numerosos españoles en la Unión
Soviética: hambre, mortalidad infantil, tuberculosis, suicidios y
prostitución: “La culpa directa […] es de los dirigentes criminales del
PCE, que son agentes mercenarios de Moscú. Aquí están sus nombres: en
primer lugar Dolores Ibárruri, que sea maldito su nombre y que se coman
los perros sus huesos; [...] Esta gente nunca logrará salir de Rusia
porque para cualquier español honrado será un honor aniquilarlos”.
El
8 de enero de 1948 fue arrestado. Le esperaban ocho meses de duros
interrogatorios en la Lubianka, cuartel general de la KGB (entonces
llamada NKVD). El primer interrogatorio comenzó por el clásico: “¿Sabe
por qué está aquí?” La respuesta no pudo ser más española: “Sí, tenía
ganar de caer en sus manos para decirles que son todos unos hijos de
puta y unos cabrones”.
Pero la tortura le hizo firmar toda las
confesiones que le pusieron delante y fue condenado a veinte años de
trabajos forzados, con el consuelo de que en el Gulag volvió a ejercer
la medicina. Sus compañeros le adoraban por su calidad humana, su humor y
su devoción al trabajo médico. También los carceleros lo respetaban,
aunque cabeza dura e insolencia eran poco prácticas en el Gulag. Cuenta
Solzhenitsyn que el coronel Chechev ordenó: “¡Que lo manden a la
cantera! Dicho y hecho. Poco después enferma el propio jefe y hay que
operar. Hay más cirujanos y podría ir a un hospital central, pero no,
solo confía en Fúster. ‘¡Que traigan a Fúster de la cantera! ¡Me vas a
operar!’ (pero se le murió en la mesa).”
En 1955 fue liberado;
cuatro años más tarde, en mayo de 1959 pudo salir. Pasó por España y
siguió viaje a Cuba, donde se encontraba, ahora, su familia. Es posible
que la recién nacida revolución cubana reverdeciera viejas ilusiones,
pero le bastó escuchar uno de los maratónicos discursos de Fidel Castro
para leer entrelíneas. Escribió algunos artículos críticos en los que
sospechaba que más allá de los rosarios y las medallas que usaba y sus
apelaciones democráticas, Fidel era alumno de aquellos que ya conocía.
Pronto notó que lo estaban siguiendo. Era hora de irse; volvió a España
pero sus antecedentes “rojos” le impedían conseguir empleo, entonces
logró un puesto en la Organización Mundial de la Salud y se fue al Congo
hasta que la guerra civil obligó a su evacuación en 1964. En 1965 le
llega la felicidad. Consiguió trabajo como cirujano en el Hospital
Municipal de Palafrugell, una localidad de unos diez mil habitantes,
sobre la Costra Brava catalana. Allí conoció a Carmen Ruiz y tuvieron un
hijo en 1971. Su calidad humana pronto lo convirtió en un personaje del
pueblo. Josep Pla, célebre escritor catalán, vecino suyo, escribió:
“Es
un hombre que lo entiende todo porque prescinde de los prejuicios y de
los convencionalismos. He tenido ocasión de hablar de muchas cosas con
él. […] El hecho de que haya meditado, con la profundidad que lo ha
hecho […] es un fenómeno insospechado y admirable. […] ¡Qué vida más
larga, difícil y navegada!”. Julián Fúster murió el 22 de enero de 1991.
http://www.elpais.com.uy/opinion/vida-dificil-navegada-enfoque-alvarez.html
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