Karagandá: la estepa de los 34 gallegos «enterrados en vida»
Un monumento recientemente
inaugurado en esta región de Kazajistán recuerda a los españoles presos
en el Gulag, que agrupó a republicanos y miembros de la División Azul
13 de junio de 2015. Actualizado a las 05:00 h.
FOTO: LVisión del cementerio de Spassk, una fosa común donde están enterrados aproximadamente 7.700 cuerpos (prisioneros de guerra e internados civiles extranjeros). |
El pasado 31 de mayo, fecha de la Conmemoración de las Víctimas de la
Represión Política en la República de Kazajistán, se inauguró en el
Memorial de Spassk un monumento en memoria de los españoles allí
fallecidos entre 1941 y 1954. Como cada año, el pasado volvía a fundirse
con el presente. Pero esta ocasión era especial para los españoles.
España homenajeaba por primera vez a sus víctimas, las que perdieron la
vida en la estepa de Karagandá, en Spassk 99 y Kok-Uzek, campos de
trabajos forzados para presos soviéticos, prisioneros de guerra e
internados civiles extranjeros durante la época estalinista. Al menos 34
gallegos pasaron varios años cautivos en estos campos y uno de ellos,
Manuel Dopico, pereció y se encuentra allí enterrado.
La historia de Spassk, pequeña aldea de la antigua
República Socialista Soviética de Kazajistán, está relacionada con la
expansión del sistema de campos de trabajos y colonias de la URSS, el
Gulag, acrónimo de Glávnoe upravlenie laguérei o la Dirección
General de los Campos. Con el fin de desarrollar la agricultura en
Karagandá y utilizar a los presos como mano de obra, la OGPU, el órgano
de seguridad del Estado soviético, creó en 1931 el Karlag, el campo de
trabajos forzados de Karagandá, uno de los más extensos y duraderos del
Gulag. Hasta 1941, por aquellas alambradas pasaron miles y miles de
presos, especialmente soviéticos, condenados a largos años de reclusión
por delitos políticos y comunes.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial y el inicio
de la «Gran Guerra Patria», tras la invasión de la URSS por las tropas
nazis en junio de 1941, determinó a las autoridades soviéticas a abrir
nuevos campos o a reformar algunos ya existentes, en interés de la
seguridad estatal. Tal fue el caso de Spassk, división que pertenecía al
Karlag. Así, por orden del NKVD o Comisariado del Pueblo para Asuntos
Internos, sucesor de la OGPU, el 5 de julio de 1941 se creó el campo de
Spassk Nº 99, destinado a prisioneros de guerra e internados civiles
extranjeros. Con el mismo fin, en la región de Karagandá funcionaron
otros tres, el lager de Baljash Nº 37 y los de Dzhezkazgan Nº 39 y Nº
502. Técnicamente estos campos, como otros repartidos por la Unión
Soviética, no pertenecían al Gulag, sino al GUPVI, la Dirección General
de Prisioneros de Guerra e Internados del NKVD.
Janagul Tursinova, directora del Archivo Estatal de
la Región de Karagandá, señala que por el campo de Spassk 99 pasaron
unos 66.000 prisioneros de guerra de 40 nacionalidades. Entre ellos,
unos 127 prisioneros de la División Azul capturados en los alrededores
de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, según consta en las
fichas halladas en los Archivos Nacionales de la República de Kazajistán
por el director de esta institución, Marat Absemetov. Aun así, ésta es
sólo una cifra parcial, ya que más de 300 divisionarios sufrieron
cautiverio en la Unión Soviética. Según datos oficiales, la URSS hizo
más de 4 millones de prisioneros de guerra, en su mayoría alemanes, pero
también soldados de otros países que lucharon con el Eje en contra de
los Aliados, como austríacos, italianos, húngaros, rumanos y japoneses,
entre otras nacionalidades.
Entre las 152 fichas recuperadas, también figuran las
de 24 pilotos y marinos republicanos en calidad de internados civiles
que vivieron separados de los prisioneros de guerra en Spassk 99 y otro
campo próximo, el de Kok-Uzek. Investigaciones realizadas desde España
confirman que el número de internados republicanos allí confinados fue
más elevado, unas 70 personas, entre pilotos, marinos y maestros de los
«niños de la guerra», sorprendidos por el desenlace de la Guerra Civil
en la URSS, en comisión de servicio para el Gobierno de la República.
Con anterioridad al internamiento en Karagandá, estos internados
sufrieron cautiverio en campos duros del Gulag, como también lo hicieron
otras 280 personas del bando republicano entre 1940 y 1957. Así, unas
350 víctimas pasaron por el Gulag: marinos, pilotos, exiliados políticos
en la URSS, «niños de la guerra» evacuados a aquel país durante la
Guerra Civil, maestros de éstos, y republicanos capturados en Berlín por
el Ejército Rojo en 1945. Ellos forman parte de la memoria del Gulag
que recluyó a unos 18 millones de personas, además de otras millones de
víctimas del exilio y la deportación.
Muchos divisionarios y republicanos lograron
sobrevivir a los rigores concentracionarios y regresar a España,
repatriados en el buque Semíramis en 1954, en las expediciones del Krym de 1956 y 1957 o de la Serguei Ordjonikidze
de 1959. No obstante, el frío y el hambre, la pésima sanidad e higiene,
las enfermedades y el trabajo forzado, se cobraron sus víctimas
mortales también entre los españoles repartidos por los campos del Gulag
y del GUPVI. En Spassk 99, sus cuerpos yacen junto a otros en una fosa
común convertida ahora en memorial. Fuentes kazajas subrayan que de los
7.700 prisioneros fallecidos en Spassk 99, catorce eran españoles: once
divisionarios, dos marinos y un piloto. No obstante, éste es un
expediente todavía abierto. Los testimonios de supervivientes relatan el
fallecimiento de otros seis marinos y una maestra española entre 1942 y
1947.
Las alambradas de antaño, hoy desaparecidas, han sido
progresivamente reemplazadas por monumentos que Alemania, Armenia,
Bielorrusia, Corea, Estonia, Francia, Italia, Japón, Rumanía, Rusia,
Ucrania, Polonia y otros países han levantado en memoria de sus
ciudadanos. Desde el 31 de mayo de 2015, los españoles también tienen el
suyo, un símbolo de respeto a la vida y a los derechos humanos
atropellados por las circunstancias políticas y los regímenes
dictatoriales de la época.
La inauguración del monumento se hizo con la
participación del embajador de España en Astaná, Manuel Larrotcha,
miembros del cuerpo diplomático y funcionarios de la Embajada, del
cónsul honorario de Kazajistán en Barcelona, Aquilino Matas, además de
autoridades de la región de Karagandá y representantes de distintas
empresas españolas que contribuyeron a que esta conmemoración fuese
posible. El acto contó con la presencia de una delegación de familiares y
asociaciones que viajaron especialmente a Kazaijstán para rendir
homenaje a la memoria de los que perecieron y sobrevivieron en las
estepas de Karagandá y al Gulag.
Estaban presentes José María Bañuelos, un «niño de la
guerra» de 87 años que fue víctima de los tiempos lúgubres de la
postguerra soviética y superviviente del Karlag; Javier Bilbao, nieto de
Antonio Echaurren Ugarte, marino del Cabo Quilates enterrado
en Spassk; Luis Montejano, hijo de Vicente Montejano Moreno, el último
superviviente del grupo de pilotos de Kirovabad internados en Spassk;
Inmaculada Rodríguez, hija del divisionario Eusebio Rodríguez,
prisionero en Spassk; Elías y Ana Cepeda, hijos de Pedro Cepeda Sánchez,
preso político en los campos de Intá, Abez y Karagandá; Natasha Ramos,
hija de Francisco Ramos Molins, preso político en los campos de Potma y
Kutschino; Dolores Cabra, secretaria general de Archivo, Guerra y
Exilio, asociación que recupera la memoria republicana y vinculada al
Arxiu Nacional de Catalunya, depositario del Fondo del Centro Español de
Moscú; León Urzaiz y Carlos León, de Nexos Alianza, productora del
documental Los olvidados de Karagandá, dirigido por Enrique
Gaspar; Alfonso Ruiz de Castro, vicepresidente de la Fundación de la
División Azul, entidad que preserva y difunde el conocimiento de lo que
fue la División Española de Voluntarios; el general Salvador Fontenla,
autor de diversos trabajos sobre la División Azul; periodistas de Informe Semanal
y Carmen Clara Rodríguez, de EFE, que cubrieron la noticia; y Luiza
Iordache, en calidad de historiadora, especializada en el exilio español
en la URSS y las víctimas republicanas del Gulag.
Pisar la misma tierra que sus padres o abuelos o
pasear por los alrededores de un campo, parecido o idéntico a aquellos
en que en su día estuvieron recluidos sus familiares, se convirtió en
una experiencia única para los asistentes. Cada uno recorrió con sus
propios pasos el cementerio de Spassk, sembrado aquí y allá con pequeñas
cruces negras y otra grande que domina la estepa. Era ésta solo una
parte de la ruta concentracionaria que emprendieron hace tiempo para
recordar a sus seres queridos. Algunos lo hicieron con su testimonio,
ayudando en la investigación y la divulgación, otros aportando los
archivos personales de sus padres y sacando del baúl del exilio
memorias, cartas y fotografías, testigos de otros tiempos y rumbos.
Algunas de estas memorias han sido revisadas: Natasha Ramos revisó e
hizo imprimir los escritos de su padre con el título Un camarada soviético ha apuñalado a otro camarada soviético, y Ana Cepeda hizo lo mismo recientemente al publicar Harina de otro costal.
La ruta también incluyó una visita a los Archivos
Nacionales de la República de Kazajistán, auspiciada por Marat Absemetov
y Abay Naymanov, director del Fondo Vernadsky de Kazajistán. En las
vitrinas del archivo se exponen documentos, expedientes y fichas, entre
ellas de prisioneros e internados españoles. Estas últimas están
reproducidas en el álbum con el que fueron obsequiados los familiares,
disponible para consulta en el Archivo Histórico de Españoles en el Karlag, en la página web de la Embajada de España en Astaná.
La última parada concentracionaria fue el Museo en
Memoria de las Víctimas de la Represión Política, situado en Dolinka, en
la antigua sede administrativa del Karlag. Nada más entrar, otra
pequeña exposición recuerda a otros españoles, que en su búsqueda de
libertad oprimida por un régimen dictatorial y los postulados del PCUS
asumidos por el PCE en su exilio soviético, pararon al Archipiélago:
Julián Fuster Ribó, el catalán nacido en Vigo, médico exiliado en la
URSS y recluido en el campo de Kengir (Kazajistán), y cuyo archivo
personal fue facilitado para la investigación por su hijo Rafael Fuster;
y Pedro Cepeda Sánchez, «niño de la guerra» malagueño que intentó
escapar de la Unión Soviética escondido dentro de un baúl de un
diplomático argentino, y que fue a parar también al Karlag. Las
realidades que vivieron ellos y demás presos llegan hasta el presente.
Paulatinamente, el visitante se adentra en el sistema carcelario y la
vida concentracionaria del Karlag, reconstruido con celdas de reclusión,
pozos de tortura, salas de interrogatorio, mapas que cubren las
paredes, barracones o el vagón Stolypin parado pero listo para embarcar a
presos. El Museo de Dolinka impregna el Gulag en el recuerdo y la
memoria. También los dos volúmenes sobre el Karlag, obsequios del centro
y de su directora, Svetlana Bainova.
Así, todos los caminos de la ruta concentracionaria y
de la investigación desembocan en la recuperación de los nombres y
apellidos de las víctimas procedentes de las Españas de antaño, que
volvieron a encontrarse en tierras lejanas y que descansan en el
cementerio de Spassk: el piloto Rafael Segura Pérez; los marinos Antonio
Echaurren Ugarte, Secundino Rodríguez de la Fuente, Guillermo Díaz
Guadilla, Manuel Dópico Fernández, Emilio Galán Galavera, Francisco
González de la Vega, Elías Legarra Bolomburo y Demetrio Mateo Sánchez;
la educadora de «niños de la guerra» Petra Díaz Alonso; y, según fuentes
kazajas, los divisionarios Enrique Vigil Noval, Antonio Gómez Gallardo,
Marcos Gómez Pedro, Arturo Gutiérrez Terán, Mariano Ejido Francisco,
José Castello Sancho, Nicolás López Sánchez, Francisco Naranjo
Rodríguez, Juan Cristóbal Sánchez Vázquez, Juan Trias Diego y Felipe
Fernández.